La falsa imagen de auténticos latinos que nos venden J Balvin y Maluma
El reguetón no necesita presentación. J Balvin es el cantante más popular en todo Spotify: 1 de 4 cuatro (48 millones de personas) lo escuchan cada mes. Su canción con Nicky Jam, X, ha sido escuchada 478 millones de veces; Felices los 4, de Maluma, 547 millones y Dura, de Daddy Yankee, 342 millones.
En todo el mundo el reguetón es sinónimo de la hispanidad y cultura latina. En su canción Ginza, J Balvin dice "en esta disco todos somos iguales". Pero, ¿qué pasa cuando esto se debe a una dinámica racial cuidadosamente calculada?
Primero es importante conocer de dónde viene. Es una mezcla de música tradicional jamaiquina y rap o hip hop desde la perspectiva de las comunidades latinas de Miami y Nueva York. Su nombre lo acuñó el productor puertorriqueño Michel Ellis.
Nació como una forma de expresión de los residentes afrocaribeños de Puerto Rico. Un buen ejemplo es Tego Calderón, uno de los primeros reguetoneros. Tego usaba su música en 2003 para hablar, por ejemplo, de su natal Loíza, un municipio pobre y predominantemente negro, y algunos de los problemas sociales que sufría.
(VIDEO: Tego Calderón, pionero del reguetón)
Unos cuantos años después, el reguetón (y el perreo) están más presente que nunca. En la Ciudad de México hay fiestas que invitan a los asistentes a celebrar sus raíces latinas y descolonizar su forma de pensar a través del perreo. Es decir, que declaren su identidad latina a través de este baile.
Sin embargo, ¿qué tan fiel es esta visión que el reguetón quiere dar de nosotros?
Pongamos como ejemplo, otra vez, a J Balvin. Su familia vive, como él ha dicho, "en una enorme casa a las afueras de Medellín" y es egresado de una de las universidades más prestigiosas de esa ciudad (EAFIT). Aunque esto se aleja mucho de las comunidades marginadas que dieron origen al reguetón, J Balvin adoptó la misma imagen: tatuajes, grafiti y símbolos de pandillas con las manos.
Otro ejemplo es Maluma. Al iniciar su carrera, su imagen era indistintamente urbana. Sus videos más recientes todavía muestran elementos de la vida de la clase baja: tendederos de ropa tendida, futbol en las calles y mercados.
Él también estudió en un colegio privado de Medellín, Colegio Hontanares, concursaba en torneos de ajedrez y sus padres lo llevaban a clases privadas de futbol con el club Atlético Nacional.
Maluma tampoco tiene vida de calle, fue un niño que se aburrió de la escuela y decidió ser cantante, como se puede ver en su cuenta de Twitter si llegas lo suficientemente atrás. En ese caso, ¿cómo se explica que un niño "acomodado" haya adoptado la imagen de la clase baja de Puerto Rico?
Esto no ocurre únicamente en América. Rosalía es una intérprete de trap y reguetón que incorpora flamenco y cultura gitana en su música.
En Europa la población gitana sufre de olvido y segregación. La exposición que les da Rosalía sería un triunfo, si no fuera porque ella no es de una región gitana, como Andalucía. Ella es de Barcelona, una ciudad global.
En algún momento le platiqué esto a unos amigos su respuesta fue: "¿Y qué? ¿de todos modos es de España, no?". Poniéndolo en la perspectiva local mexicana es como si un niño de Monterrey quisiera hacer creer que creció en el barrio de Tepito.
No por nada, recientemente fue protagonista de fuertes críticas que la tachaban de sacar provecho de la apropriación cultural de los gitanos.
Esta "nueva ola" del reguetón (J Balvin, Maluma, Rosalía) coincide con el aumento de popularidad del género en Estados Unidos. No olvidemos, todos ellos son artistas comerciales apoyados por grandes casas disqueras (la imagen del último disco de Maluma, "F.A.M.E.", fue desarrollada por Karen Kwak, vicepresidenta de arte y repertorio de Universal Records quien también hizo el último álbum de Britney Spears).
Ofrecer su música bajo una misma "latinidad" homogeneizada permite a las disqueras alcanzar dos mercados: para la creciente comunidad latina en Estados Unidos, el reguetón les permite sentirse cerca de sus raíces lejanas y, para la comunidad angloparlante, la latinidad empaquetada representa el estereotipo del latino como algo exótico, candente y prohibido. Sentir la vulnerabilidad y el peligro del barrio bajo sin salir del privilegio.
Esto no es nada nuevo. A principios de los 2000 también vimos un auge de artistas latinos y la latinidad como producto de consumo. Ricky Martin hablaba spanglish en María o Livin' la Vida Loca, Thalía cambió el pop por ritmos urbanos cuando pasó del español a inglés o Paulina Rubio, quien llegó a nombrar su disco en inglés Border Girl (border = la frontera).
Si la imagen comercial del reguetón tiene todas las señales de ser una visión romántica y prefabricada de la precariedad de América Latina, quizá podemos considerar ser más críticos antes de consumirla o incluso adoptarla como la meta de nuestra descolonización.
Este contenido se publicó originalmente en el HuffPost México.