¿Son las redes una anestesia social?
Con una mano en el teléfono y otra en la cintura camina el indignado de a pie. Si tiene wifi la victoria está cerca. Si está conectado está vivo. Apagado no puede respirar. Si me irrito y me falta oxígeno, hago un tweet, si me da asco mi país, hago dos y si muero porque no muero, actualizo mi estado del Facebook. Bienvenidos a la era de la protesta virtual.
Con una mano en el teléfono y otra en la cintura camina el indignado de a pie. Si tiene wifi la victoria está cerca. Si está conectado está vivo. Apagado no puede respirar. Si me irrito y me falta oxígeno, hago un tuit, si me da asco mi país, hago dos y si muero porque no muero, actualizo mi estado del Facebook. Bienvenidos a la era de la protesta virtual.
Soy un ferviente defensor de las redes sociales. Conectan a personas que de otra manera no estarían cerca. Juntan a los de arriba con los de abajo. Suman acciones, propuestas, ideas. Iguala a las personas y nos sitúa a todos en una extraña horizontalidad en una era desde luego muy vertical. Quien llega a Twitter o Facebook casi nunca lo deja. Si cada vez somos más, nuestro poder es enorme.
Pero ojo, Twitter o Facebook son un instrumento, no un fin en sí mismo. Instrumento de protesta, pero no pueden ser la protesta misma. Erraron quienes al calor de la primavera árabe señalaron a Twitter como el factor desencadenante. Las redes sociales sólo eran un instrumento al servicio de una población harta de pobreza, corrupción, falta de libertad y dispuesta a salir a la calle a pelear por una vida digna.
Con Twitter, Facebook y otras redes sociales la manipulación mediática y política es más difícil. Sobre esto y otros temas discutimos en el primer encuentro de amigos del Huff. Una noticia falsa o una información política manipulada tiene menos posibilidades de sobrevivir sometida al filtro de las redes sociales. Por otro lado, es verdad que los partidos, a través de una suerte de soldados tuiteros, pueden repetir una consigna una y mil veces, sea cierta o no... aunque canta un poco, la verdad.
Nada malo en ejercer el noble compromiso de la política, sobre todo en estos tiempos, pero qué daño hacen a sus partidos los guardianes de la ortodoxia, casi siempre coincidente con la mediocridad y la proyección de sus intereses personales.
Twitter ayuda a canalizar la indignación pero, ¿no es acaso un inhibidor de la rebeldía más genuina? El indignado de sofá está más cómodo en casa que en la Puerta del Sol. Es verdad que en la Carrera de San Jerónimo hace calor, los polis son tan duros que van sin identificar y siempre produce un poco de vergüenza inicial sumarse a viva voz a las consignas reivindicativas.
Si la politización de los jóvenes españoles (preocupación y disposición a mejorar la vida colectiva) se traduce sólo en el activismo en red, no servirá de nada para regenerar nuestra maltrecha democracia. A día de hoy, la mayoría se queda en casa mientras una minoría protesta en las calles y, ojalá, explora formulaciones políticas para reanimar los partidos o fundar otros nuevos.
Quizás la revolución francesa no hubiera sido posible si hubiera existido Twitter. Siempre es más cómodo hacer un tuit que enfangarse las manos de sangre. Evidentemente hoy nadie quiere una revolución violenta, pero sí es fundamental, para que el país salga adelante, una profunda transformación de nuestras instituciones. Por el momento solo hay maquillaje a la vista... Y curiosamente, aun cuando la indignación frente a la corrupción y al desmoronamiento del país va en aumento, las protestas corren el riesgo de apagarse y situarnos en la zozobra más absoluta.
Por otro lado, es verdad que la huelga y la manifestación se están quedando antiguos y tienen un efecto limitado. A la vista ha estado nuestro país trufado de huelgas y protestas, eso sí, con un Gobierno dispuesto a ignorarlas todas ellas. Me temo, no obstante, que el heredero de las protestas y las huelgas no son, claro, Twitter y Facebook.