Podemos y los límites del populismo
Una de las ideas absolutas sobre las que Podemos construye su discurso explica la decadencia pública de nuestro país bajo la premisa de que una casta corrupta y mediocre es la culpable. Única culpable. Pero, ¿no hemos fallado todos como sociedad? ¿No son los chanchullos, los apaños, la tentación de no pagar el IVA, de no pagar una multa, de beneficiar a un conocido en un concurso ad hoc algo demasiado común?
Apenas quedan unas semanas para que José Mujica termine su único mandato al frente de la presidencia de Uruguay. Mujica ha hecho de la sencillez su principal seña de identidad política. Los lujos no le interesan porque, según dice, le harían menos libre. Aunque continuará como senador, Mujica pasará sus días como lo ha hecho hasta ahora, rodeado de su perra Manuela, de tres patas - perdió la cuarta en un accidente -, su viejo escarabajo en el que se desplaza - por el que ha rechazado una oferta de compra de casi un millón de dólares - y una modesta granja en la que vive. Su popularidad se ha sedimentado sobre la honestidad de demostrar con palabras y hechos que para él la función pública sólo tiene que ver con su vocación de servir a todos los ciudadanos y está alejada de cualquier tentación de tomar provecho de su posición para beneficiarse personalmente. ¡Chapeau!
Pienso en Mujica, con quien simpatizo, a raíz de las noticias aparecidas sobre un contrato de universidad de un destacado dirigente de Podemos, Íñigo Errejón. Su compañero de partido y amigo, Alberto Montero, profesor de economía de la universidad de Málaga, le contrató para un proyecto de investigación sobre la vivienda en Andalucía, remunerado con 1800 euros mensuales. Resulta que al concurso público para dicha plaza sólo se presentó Errejón, quien además lo ha compatibilizado con su residencia en Madrid y con otros trabajos también remunerados por Podemos. Debía dedicar 40 horas semanales a su beca y ese requisito lo compatibilizó con la dirección de una campaña electoral. Podemos, como Mujica, ha basado su credibilidad en la posesión de una ética superior, encarnada en su capacidad de denunciar los males de la casta, de los que afirma es completamente ajeno.
No hay nada extraño, lamentablemente, en esta anécdota del mundo académico, tan representativa de cómo funcionan en nuestro país la mayoría de departamentos de universidad o de cómo influyen las relaciones personales en el acceso a muchos puestos de trabajo, en el sector público o privado. El amaño, aunque se revista de legalidad y garantías, es un arte en el que los latinos somos cum laude.
Pero ilustra bien las limitaciones discursivas de Podemos, basadas casi siempre en una idea absoluta (y característica de los movimientos populistas) que proporciona una explicación contundente y sencilla a las miserias y porquerías que van saliendo en nuestro país: La casta, una suerte de elite enmoquetada y mediocre, tiene la culpa de todo y el pueblo - representado exclusivamente por nosotros, Podemos - es siempre honesto e infalible. Es una idea bien rotunda (y reconozco que atractiva) pero demasiado sencilla para explicar la complejidad de nuestro derrumbe moral como país.
No tengo dudas de las capacidades intelectuales de Errejón para realizar los trabajos de su beca; tampoco sobre su legalidad. ¿Pero no nos ha desbordado en España una forma de hacer las cosas que, aun siendo legales, muchas veces, tienen poco que ver con una ética básica tan esencial en otros países a los que nos queremos parecer?
Una de las ideas absolutas sobre las que Podemos construye su discurso explica la decadencia pública de nuestro país bajo la premisa de que una casta corrupta y mediocre es la culpable. Única culpable. El pueblo es y ha sido inocente, y siempre se ha comportado de manera digna y ética; los dirigentes de los partidos, en cambio, han vivido en una burbuja aislada en la que, a diferencia de sus representados, han tendido a un acomodo basado demasiadas veces en el trabajo fácil y mal hecho.
Naturalmente que la caspa de los partidos tradicionales existe y urge un anticaspa contundente, que limpie las instituciones. ¡Construyamos un altar a los principios de honestidad, mérito y justicia! - y a ser posible enterremos también la envidia típica hispánica hacia quien destaca por su trabajo bien hecho.
Claro que hay grados de responsabilidad distinta entre quien hace una trampa desde un cargo público y quien la hace de manera privada. Como la ha habido también entre el experto financiero que le prestó mucho dinero a un viejito para un crédito imposible que le arruinaría la vida poco después. Pero, ¿no hemos fallado todos como sociedad? ¿No son los chanchullos, los apaños, la tentación de no pagar el IVA, de no pagar una multa, de beneficiar a un conocido en un concurso ad hoc algo demasiado común? No es casualidad que en este país hayan surgido personajes como Bárcenas, Blesa, Rato o los Pujol.
Me temo que la política se ha podrido en España porque hemos fallado en muchas cosas. El discurso del pueblo contra la casta produce una anestesia exculpatoria muy atractiva para todos los que no han tenido una responsabilidad pública (¡la gran mayoría!) pero, las anestesias, ya se sabe, no sirven para curar. Quitan el dolor y son el preludio de una intervención a menudo (es el caso de España) bien complicada y que requiere algo más que prometer soluciones milagrosas e indoloras.
Necesitamos hacer terapia y mejorar nuestra conducta, pública y privada, cumplir nuestras reglas y aspirar a una ética que nos permita progresar como sociedad moderna y democrática. La vacuna del rule of law (el respeto al principio de legalidad, sacrosanto para la cultura anglosajona) debe ser administrada en cada farmacia. El amiguismo - del que casi nadie, ni siquiera los dirigentes de Podemos es ajeno - debe ser desterrado de España como mecanismo esencial para progresar en la vida profesional.
Podemos está siendo fundamental para propiciar el shock que necesita nuestro sistema, el cambio de mentalidad y con un poco de suerte la reforma de nuestra constitución, pactada por los principales partidos. Reset. Pero no puede pretender el monopolio de una ética superior que le confiera la capacidad de escrutar de manera finísima a todos los políticos a excepción de los que componen su formación.