París a la vuelta de la esquina
Los franceses no pertenecen a alianza norte liderada por Alemania, pero tampoco a los infames PIIGS del sur de Europa. Necesitan reformas y escuchan cada día que pueden ser los siguientes en quedar atrapados por la tormenta del euro, pero ellos siguen como detenidos en el tiempo.
Me moría de hambre; así que le pedí al camarero que me trajera un morceau du pain para entretener mi estómago en espera del croque monsieur. "El pan siempre viene a la vez que la comida. Además así no perderá el hambre", me dijo con esa cara de distancia y displicencia que anida en los camareros parisinos. El cliente siempre tiene la razón, pero está a las órdenes del humor, casi siempre malo, del garçon. Estoy en Le Marais, el barrio judío de moda que duerme los sábados y se despierta los domingos. Hay colas kilométricas para comer un simple pero supongo muy auténtico falafel así que me he refugiado en una brasserie típica.
Nada más llegar a París percibo nostalgia y desencanto. Toda la esperanza depositada en el cambio de François Hollande parece que se ha evaporado. Sonidos de corrupción, de inoperancia, de estancamiento.
Siempre que regreso a París recuerdo mi primer viaje. Hace diez años, camino al Parlamento Europeo hicimos noche aquí. Tiempos de universidad; de protesta contra la guerra de Irak. Pareció, por un momento, que la política se había recuperado como preocupación colectiva. Entonces nos indignaba la LOU, la nueva ley universitaria del Gobierno Aznar. Terminamos llevándonos unas sábanas del hotel -me duele confesar esta debilidad o fortaleza de juventud- con la que después haríamos una pancarta y nos manifestaríamos en la puerta del Parlamento, hasta quedar retenidos bajo un puente por la gendarmería francesa de Estrasburgo.
Ahora solo he regresado 48 horas para buscar la primavera, pero no he encontrado rastro de ella. Los calefactores de las terrazas siguen encendidos. Sale el sol, pero sopla más el viento. Hace frío. "Toda verdadera mirada esconde un deseo"; lo dijo el dramaturgo Alfred de Musset. En París se mira y se desea mucho, sobre todo lo ajeno. Por eso siempre se toma café de lado, si estás acompañado, o simplemente frente a la calle si estás solo.
Los parisinos tienen estilo. Subí a la última planta del Centro Pompidou por un ascensor escondido, casi secreto, que nunca hubiera encontrado sin las indicaciones precisas de mi amiga Ana, mitad parisina, mitad madrileña. Arriba, en lo más alto, se encuentra Le Georges, una de las mejores vistas de la ciudad. Los camareros son atractivos y sofisticados. Ellos van con chaqueta y pajarita y ellas con vestido y bolso. Todo muy chic. Unas plantas más abajo reposan obras extraordinarias de Pablo Picasso y George Braque. Se parecen mucho. Una vez me contaron que Picasso visitaba a Braque en su estudio de París y terminó copiándole muchas cosas... Desde luego lo hizo muy bien.
Pascal Lamy, director de la Organización Mundial del Comercio, dice que los "franceses creen estar en una isla de felicidad temporal en un mundo de catástrofes". No pertenecen a la alianza norte liderada por Alemania, pero tampoco a los infames PIIGS del sur de Europa. Los franceses necesitan reformas y escuchan cada día que pueden ser los siguientes en quedar atrapados por la tormenta del euro, pero ellos siguen como detenidos en el tiempo. A Dominique Moisi, intelectual francés, le parece que París se parece cada vez más a un museo. Sigue siendo bella, pero cada vez más cara y resulta más difícil habitar en ella. La sombra de esta Europa alemana es alargada y empieza a cubrir de nostalgia a los habitantes de París. Temo que ha perdido el pulso que le permitió ser brújula cultural del mundo.
Sarkozy prometió miles de reformas pero casi siempre se echó para atrás; los franceses saben organizarse para protestar. Hollande desató la esperanza a partes iguales entre los franceses y los huérfanos progresistas del resto de Europa. Ahora está desconcertado por su bajísima popularidad.
En Francia, al menos aparentemente, se detesta la obsesión por el dinero. Al estirado presidente Sarkozy nunca le perdonaron su estilo de vida exhibicionista, desde que celebró su primera y única victoria electoral en el Fouquet's, uno de los restaurantes más caros de París. Ahora el ministro encargado del presupuesto del Gobierno de Hollande, Jéröme Cahuzac, ha dimitido tras haber mentido sobre la existencia de su cuenta bancaria en Suiza. El legendario actor Gerard Depardieu, ahora convertido en indignado, categoría oro, se ha lanzado a los brazos de Putin porque Hollande le ha subido los impuestos...
Es mi última noche en París así que me dejo perder por Saint-Germain-des-Prés. Me siento a cenar en un restaurante elegante y muy oscuro, tanto que no detecto que Gus, un perro salchicha encantador, me observa desde demasiado cerca. Tiene sed. Enseguida un camarero le trae agua. Los padres de Gus son una pareja gay del barrio. Se quieren casar, pero están a la espera de que Hollande les de luz verde y apruebe el matrimonio entre parejas del mismo sexo. A Hollande, no se si como un halago o un dardo, le comparan algunos con Zapatero. Todavía es pronto.
Por la puerta entran algunos de los camareros del café George. Van de paisano pero les reconozco enseguida. París es pequeño si sabes ir a los lugares adecuados. Suben misteriosamente por una escalera de caracol. Quiero ir detrás. Le pregunto al camarero si puedo subir y me dice que hay una soirée, o sea una fiesta privada. Estaba en el lugar adecuado sin la posición necesaria. C'est la vie.