Las travesuras del niño Iglesias
No queda rastro del Pablo Iglesias chavista, ni del que acompañaba a Syriza en el dulce comienzo de Alexis Tsipras. Su desparpajo en esta etapa en que trata de asaltar los cielos del Palacio de la Moncloa evoca a la niña mala de Vargas Llosa que, cuando es preguntada por sus otras vidas pasadas, responde con sonrisas pícaras y evasivas.
Foto: EFE
Me recuerda Pablo Iglesias a la protagonista de las "Travesuras de la niña mala", la novela de Vargas Llosa. En su niñez, Lily fue chilena y creció en Miraflores, un barrio acomodado de Lima. En su primera juventud se convirtió en Arlette, guerrillera peruana del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, para después transmutarse a una vida burguesa de la mano de un francés rico en París. Al tiempo, Madame Arnoux fue Kuriku, una japonesa en Tokio que vivía al límite traficando con polvos de marfil en África... Pablo Iglesias no se ha cambiado todavía de nombre pero va quemando etapas sin mirar por el retrovisor, como si no conociera a sus personajes que va dejando en el camino. A fin de cuentas, ¿quién no ha sentido la tentación de vivir varias vidas a lo largo de una?
Conocí a Pablo Iglesias en Bolivia hace 11 años, en los días previos a la primera victoria de Evo Morales. Entonces, él estaba haciendo el doctorado en Ciencia Política y comenzaba a sumergirse en los movimientos populistas de América Latina. Pasó tiempo asesorando al Gobierno de Chávez en Venezuela, por quien sentía genuina devoción. Iglesias conserva de aquella época su coleta y también su soberbia, debida -pensé entonces- a que yo tenía más bien alma socialdemócrata y siempre fui un poco sospechoso en aquel entorno.
De la época del Iglesias chavista, la hemeroteca guarda algunas frases antológicas. En marzo de 2013, menos de un año antes de fundar Podemos, reflexionaba desde Caracas en Venezolana de Televisión, un canal público, sobre la crisis en España. Tras ser preguntado "¿Cómo ves tú Venezuela que vienes de esa Europa maltratada?", él respondía: "Lo que está ocurriendo aquí en Venezuela es una referencia fundamental para los ciudadanos del sur de Europa [...] es una demostración de que sí que hay alternativa".
Pasaron los años y no volví a ver a Pablo Iglesias -más allá de sus apariciones televisivas-, hasta el mes de enero del 2015 en Atenas, cuando esa alternativa en el sur de Europa iba tomando forma. Yo estaba pasando unos días en Grecia escribiendo sobre las elecciones y no podía faltar al mitin final de cierre de campaña de Syriza. Aquella noche, Iglesias era la estrella invitada. En el escenario, abrazado a Alexis Tsirpas, el líder de Podemos declaró exultante: "¡Hasta la victoria! ¡Syriza, Podemos, venceremos!". Los griegos que abarrotaban la céntrica plaza Omonia repitieron en coro.
A la noche siguiente, con los votos ya contados, un hombre que celebraba la victoria de Syriza me contó emocionado que con tan sólo seis años su padre le había llevado a escuchar el discurso triunfal de Andreas Papandreou en 1981. El PASOK llegaba entonces al poder por primera vez y lograba casi el 50% de los votos. Para él, Tsipras y Syriza eran, en este nuevo tiempo revuelto del sur de Europa, lo que Papandreou (padre) y el PASOK fueron para la socialdemocracia en los 80. ¿Os suena?
No queda rastro del Pablo Iglesias chavista, ni del que acompañaba a Syriza en el dulce comienzo de Alexis Tsipras. Su desparpajo en esta etapa en que trata de asaltar los cielos del Palacio de la Moncloa evoca a la niña mala de Vargas Llosa que, cuando es preguntada por sus otras vidas pasadas, responde con sonrisas pícaras y evasivas. Hace unos días, un periodista interpeló a Iglesias si antes era comunista y ahora se ha transformado en socialdemócrata, a lo que él respondía, catálogo de Ikea en mano, que "antes era un provocador muy feliz y ahora es un candidato a la Presidencia del Gobierno". Iglesias tiene, como la niña mala, 37 años y casi 37 vidas.
De los fracasos del chavismo, el modelo que apadrinaron los fundadores de Podemos, hay amplia cobertura informativa como para dar cuenta aquí de las horas amargas que viven los venezolanos. Sí merece la pena detenerse un instante en la Grecia de Syriza, el principal aliado en Europa con el que cuenta Podemos. Porque, aunque en España no hablemos de la Unión Europea en los debates electorales y nos parezcan estos detalles algo anodinos, la partida se juega en Bruselas. Y Berlín. Y París, Frankfurt, Roma...
Tras llegar al poder, Tsipras y su carismático ministro de economía, Yanis Varoufakis, llegaron a las reuniones de Bruselas pensando que la legítima justicia que demandaban los millones de griegos maltratados por la austeridad era lo suficientemente sólida como para no detenerse en la forma de exigir sus demandas en la UE. Fracasaron, referéndum y corralito mediante, porque no entendieron que en la Unión las alianzas con otros gobiernos y actores en Bruselas son clave, y que los choques de trenes son un mal negocio para quien los propicia. En Grecia se ha pasado de la lucha contra la austeridad a la venta del Puerto del Pireo a una compañía china en apenas año y medio.
¿Quiénes serían las alianzas de Podemos en Europa para asaltar los cielos de Bruselas? Más allá de la repentina conversión de Iglesias a la socialdemocracia, Podemos comparte grupo parlamentario con Syriza en la Eurocámara y sus eurodiputados votan en un 40% de las veces - me informa la plataforma Votewatch- en el mismo sentido que el Frente Nacional de Marine Le Pen.
Como en tantas otras cosas, en España parece que no podemos experimentar un equilibrio razonable porque las pasiones nos desbordan, incluso en esta novedosa época en que pactamos o fracasamos. Ni nuestra campaña electoral se libra en las calles de Caracas y Atenas, ni Pablo Iglesias y los fundadores de Podemos pueden pretender ser ajenos al chavismo y Syriza. Sí, las travesuras del niño Iglesias, líder y fundador de Podemos, son también parte indisociable de su proyecto político.