Mi familia Munsters y otras deliciosas criaturas

Mi familia Munsters y otras deliciosas criaturas

Quiero recordar mis primeras series televisivas, ¿Rompeolas? ¿Bonanza? O quizás fue ¿Perry Mason? Y Doctor Kildare, con Richard Chamberlain, un actor que siempre ha tenido unos rasgos faciales tirando a tensionados, como si antes de tomar la primera comunión ya se hubiera sometido a una operación de cirugía estética.

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Quiero recordar mis primeras series televisivas, ¿Rompeolas? ¿Bonanza? O quizás fue ¿Perry Mason? Aunque debo confesar que las series de abogados con sobrepreso nunca han estado entre mis favoritas y más, con un protagonista, que se pasaba medio capitulo dentro de una rancia sala de justicia. Otra cosa era Doctor Kildare, quizás porque los decorados del hospital Blair General anunciaban un mundo limpio y libre de virus e infecciones. Su médico de cabecera era Richard Chamberlain, un actor que siempre ha tenido unos rasgos faciales tirando a tensionados, como si antes de tomar la primera comunión ya se hubiera sometido a una operación de cirugía estética.

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Una de las primeras series que se vieron en España con médicos protagonistas.

De lo que sí que estoy seguro es que estos primeros momentos televisivos tuvieron lugar en casa de la señora Angelita, que era viuda, esta clase de mujeres que a las ocho de la mañana ya tenía toda la casa en orden y a punto para irse a la peluquería, una religión que profesaba varios días a la semana. La señorita Angelita se adelantó a mis padres en la compra a plazos del televisor. El suyo era un aparato, visto ahora bastante feo, creo que marca Iberia, cubierto con un tapete de ganchillo y una pareja de muñequitos vestidos de campesinos suizos coronándolo -una de sus hijas vivía en Suiza - y donde tuvo lugar mi primer flechazo analógico.

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Herta Frankel junto a la perrita Marilín, una de las parejas más populares de la televisión de los años 60.

En este primer capítulo de mi álbum infantil, pongamos en un lugar de honor del santoral televisivo a doña Herta Frankel y su perrita Marilyn que desde Miramar, los estudios de TVE en Barcelona, nos daba todas las semanas su bendición urbi et orbe a los niños españoles mientras llenábamos el plató de cartas. En aquellos tiempos la popularidad de un programa estaba reflejada por un gran bombo lleno de cartas esperando la mano afortunada. Por primera vez escuchábamos destinos tan exóticos como Sabadell, Barakaldo, Alcalá de Henares o Santa Cruz de Tenerife. La España vertebrada y televisiva. Tenía un acento un poco misterioso, no sabías, si había sido una de las últimas supervivientes del bunker donde se inmolaron Hitler y Eva Braun o espía por mandato en la Segunda Guerra Mundial. Sus apariciones junto a la perrita Marilin, una marioneta con forma de caniche blanco y problemas de artrosis -a juzgar por los movimientos de su cabeza- eran uno de los momentos estrella de la tarde infantil. La perrita Marilyn fue involuntaria pionera de nuestro primer merchandinsing televisivo. Muchos hogares españoles decoraron su comedor con su figurita de peluche en forma de funda, en lana o ganchillo, que cubría las botellas de licor del mueble-bar.

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Troy Donahue, Van Williams y Lee Patterson , los protagonistas de Rompeolas.

Mis primeros accesos a la modernidad tuvieron su correspondencia con algunas de la series americanas que nos empezaban a llegar como Rompeolas donde los chicos aparecían en bañador tipo Meyba, la marca catalana que había puesto de moda este modelo de bañadores entre nosotros. Mucho más tarde pudimos ver otras series de playa como Hawai 5-0 pero Rompeolas tenía ese toque sexy y joven de las ficciones que transcurren con vistas al mar.

Los detectives de playa dejaron sitio más adelante a los agentes secretos y espías. La señora Peel de Los Vengadores despertó muchas vocaciones entre el personal infantil por el diseño y el estilismo a la vista del vestuario que exhibía en cada episodio. También por la práctica del kárate. Después le tocó el turno a El agente de CIPOL, una serie donde cohabitaban un agente americano, Napoleón Solo, y otro ruso, Ilya Kuryakin, una mezcla muy exótica que consiguió que los habitantes de la URSS nos resultaran más familiares y atractivos. Los viajes de Raphael y Sara Montiel a la URSS para cantar y deleitar al público soviético también ayudaron bastante al deshielo entre el pueblo ruso y español.

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Los Vengadores, una serie de espias y aventuras protagonizada por Diana Rigg y Patrick Macnee.

Como agente secreto especial teníamos a Jim West, una mezcla de Julio Verne y James Bond. Pero el agente más absurdo e inclasificable era sin duda el Superagente 86. El protagonista, Don Adams, era de esos tipos demasiado graciosos y un poco cargantes, con cara de vendedor de coches de ocasión. Gracias a su compañera, la agente 99, prototipo de la chica moderna y eficaz y que interpretaba la actriz Barbara Feldon, las historias del Superagente 86 acababan solucionándose con su intuición femenina.

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Belfegor, el fantasma del Louvre, pondría intriga y misterio en la pequeña pantalla.

Y un buen día apareció el fantasma de Belfegor por la televisión. Un fantasma en el que se escondía ni más ni menos Juliette Gréco, uno de los mitos del Paris existencialista, diva de la Chanson, y actriz de grandes superproducciones como de amores apasionados. Era una serie bastante diferente a lo que estábamos acostumbrados, de entrada no era americana, sino europea, y además pasaba en Paris. Lo más exótico que hasta entonces había ocurrido en Paris y en mi cabeza infantil era un señor llamado Fantomas que llevaba el rostro pintado de azul. Y unos dibujos del otro lado del llamado telón de acero que finalizaban con una misteriosa palabra: "koniec".

Belfegor consiguió que durante varias semanas estuviéramos pegados delante del televisor mientras veíamos al fantasma pasearse por el interior del Museo del Louvre metiendo miedo al personal. Se deslizaba por las salas del Antiguo Egipto como Pedro por su casa. Fue una de esas series con sorpresa final reservada, aunque siempre había alguien, el primo de un amigo que vivía en Francia y había venido de vacaciones, que te acababa desvelando el misterio del fantasma del Louvre. Una sorpresa final que no tuvo por supuesto el suspense y la emoción de El fugitivo, otra serie con gran final y fuegos de artificios.

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Viaje al fondo del mar, otra de las series más populares de los años sesenta.

Había otras series que te trasladaban a una dimensión más acartonada, llena de mandos y botones que parecían fabricados en el Leroy Merlin. O salvados de los restos de una falla valenciana. Viaje al fondo del mar, con el Seaview siempre dando tumbos ante algun monstruo o espécimen desconocido marino que aparecía por sorpresa mientras el almirante Harriman Nelson y el capitán Lee Crane hacían frente a la terrible situación. Me parece que desde entonces arrastro mi acuafobia y aversión a las peceras.

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Lady Penelope, sofisticada heroína de la serie Guardianes del espacio (The Thunderbirds).

También estaban los Guardianes del Espacio, pero estos eran punto a parte. Tenían algo siniestro con sus figuras en forma de marionetas parlantes, y destinados en un futuro, por el volumen que presentaban sus cabezas, a padecer acromegalia o cualquier trastorno hormonal. Sus maquetas y efectos especiales eran sensacionales y además estaba Lady Penélope, su agente en Londres, que se desplazaba con su Rolls-Royce y que también ayudó a despertar futuras vocaciones por el mundo de la moda y la decoración entre la población infantil.

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Retrato familiar de Los Munsters, la família más atípica de la televisión.

La otra serie que puso nuestra fantasía por las nubes fue La familia Munsters. En una sociedad donde la familia se decía que era la célula sagrada y todas esas cosas que aparecían en los libros de formación, aquí teníamos este clan familiar compuesto por una rica y variada monstruosidad. Era la familia más divertida que te podía caer encima y seguro que muchos hubiéramos firmado un certificado de adopción en el caso de haber sido consultados. Una decadente madre vampira, un padre y descerebrado Frankenstein y un hermano menor, ni más ni menos, que licántropo. Sin duda, el hogar familiar más deseado por cualquier chaval de siete años.

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Cabecera de la serie Embrujada.

Y también dentro de lo sobrenatural, pero más sofisticado y con un aire a Mad Men, estaba Embrujada, con su protagonista, Elizabeth Montgomery, una bruja que acababa de un plumazo con toda una tradición de seres siniestros y narices ganchudas siempre dispuestos a ofrecerte una fruta envenenada en mitad del bosque. La secuencia de cobertura, con sus titulos animados y banda sonora, sigue figurando entre mis cabeceras favoritas. Y descubrimos después que hasta tenía color. Entre mis personajes favoritos de la serie, Endora, la progenitora de la protagonista, que siempre realizaba unas apariciones espectaculares, con unos trajes de noche como salidos de una colección de alta costura de Balmain o Christian Dior. Cuando menos te lo esperabas, allí estaba ella sentada en medio de la cocina o del salón dispuesta a sembrar un poco de discordia en el hogar familiar. Más que una bruja de Hollywood parecía la directora de moda del Harper's Bazaar.

Que quieren que les diga, ¿The Walking Dead? Vale. Pero, llegados a una edad, no me produce las mismas emociones ni escalofríos...

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