Libertad, Igualdad, Fraternidad y Diversidad
Parece que fue ayer, pero hace ya más de siete años que disfrutamos en España de la ley que permite el acceso al matrimonio en pie de igualdad a quienes integramos la diversidad sexual y de género.
Parece que fue ayer, pero hace ya más de siete años, desde junio de 2005, que disfrutamos en España de la ley 13/2005, la ley que permite el acceso al matrimonio en pie de igualdad a quienes integramos la diversidad sexual y de género. Ley revalidada por la sentencia del Tribunal Constitucional de noviembre del 2012 que, además de declararla plenamente constitucional, señala que la institución matrimonial es perfectamente reconocible para la sociedad aunque se haya abierto en igualdad a todas las personas, y que el matrimonio igualitario se ha consolidado en los últimos años en diversos ordenamientos jurídicos occidentales, poniendo de manifiesto una nueva imagen de la institución matrimonial más evolucionada e igualitaria.
El TC reconoce además en su fallo que en España existe una amplia aceptación social del matrimonio igualitario (cerca del 80% entre menores de 25 años, según un informe del INJUVE) y que la imagen que la sociedad tiene respecto de la institución matrimonial no se distorsiona por el hecho de que los cónyuges sean del mismo o distinto género. Pero es más: dice también el Tribunal Constitucional respecto a las adopciones de las parejas del mismo género que la máxima prioridad es el interés del menor y que la ley que posibilita el matrimonio igualitario no altera en absoluto este principio. Las condiciones de idoneidad para la adopción son perfectamente proporcionadas por una pareja de dos hombres o dos mujeres.
El Tribunal Constitucional cerró así un debate que se ha utilizado desde posiciones ideológicas que nada tienen que ver con el interés de los menores, declarando tajantemente el derecho a la igualdad de nuestro colectivo, y que lo inconstitucional sería privarlo de ese derecho.
Han pasado más de siete años y esta ley, aprobada y re-aprobada posteriormente, ha hecho felices a muchas mujeres y a muchos hombres que por la razón que sea, porque les da la gana, porque por qué no, han decidido casarse y han podido hacerlo, lo hemos hecho y lo vamos a seguir haciendo, en igualdad con el resto de la ciudadanía.
A lo largo de estos años muchas parejas han acudido a los Registros Civiles y a los Ayuntamientos para casarse. En los primeros meses, al comienzo de la normalización legal, quienes tenían la intención de hacer uso de la ley recién estrenada hacían cola, cada oveja con su pareja, peras con peras y manzanas con manzanas, para presentar los papeles y lo hacían entre una inevitable expectación: todo era nuevo, nuevo para todo el mundo, incluso para los propios protagonistas. Las otras personas mostraban a veces extrañeza y curiosidad; incluso había quien se atrevía a ir más allá en su comentario, soltando alguna memez machista, cierta gracieta tintada de rancio heterosexismo o, lo que es peor, algún disparate trufado de discriminación. Pero, en general y mayoritariamente, la gente reaccionaba con naturalidad, con simpatía, incluso mostrando su empatía hacia la pareja que, aunque inusual, no resultaba extraña: dos personas que rezumaban ilusión -tantos años esperando esto-, una cierta inseguridad, y a las que siempre, siempre, jóvenes o mayores, ellas o ellos, se les traslucía el amor.
Y la ley entró en las costumbres a pesar de la oposición de las sotanas. Y la ley se aposentó en la sociedad, por encima y sobre las estrechas mentes, y las uniones de peras con peras y manzanas con manzanas se fueron celebrando en paz en nuestro país. La batalla judicial está ganada, sí, pero la social también. Plenamente.
Pero, asombrosamente, esta batalla ha resucitado en Francia, con una marcha de los intransigentes sobre París para mostrar su oposición al proyecto de ley de matrimonio igualitario que allí se tramita. Y esa marcha nos trae a la cabeza las padecidas en casa, aquellas de los ultramontanos, de los ministros del PP y de los obispos, las cruces al cuello brillando al sol de un junio abrasador de Madrid, sudando, transpirando homofobia.
El proyecto de ley francés se articula, como en nuestra ley, contemplando la misma igualdad para toda la ciudadanía, y señala que "el matrimonio está formado por dos personas de distinto sexo o del mismo sexo": la igualdad plena que beneficiará a miles de parejas y a la sociedad en su conjunto sin menoscabar derechos de nadie.
"La igualdad en todo el mundo es cuestión de tiempo. Y el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad, ya no puede esperar más", - lo dice Esteban Paulón, presidente de la Federación Argentina de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales, que ha participado en una manifestación, el pasado domingo, a favor de la ley francesa- "y esperamos que el espíritu de la Revolución francesa inspire al Parlamento francés para que sin demora la igualdad sea ley para todas las parejas en esa nación".
Parece que fue ayer y para nosotros ya han pasado siete años. Siete años que han sumado muchas caras felices, muchas manos uniéndose delante de un juez, de un alcalde, mientras se desgrana una fórmula legal que consagra la dignidad, la igualdad, que sanciona el amor. El amor de dos mujeres, de dos hombres.
Ahora debe ese amor cruzar los Pirineos y exigir, por justicia, Libertad, Igualdad, Fraternidad y Diversidad.
Imagen de la manifestación en París en defensa del matrimonio gay. Foto: AFP/ KENZO TRIBOUILLARD.