Soy una mujer transgénero y soltera, y todo parece indicar que así seguiré hasta que me muera
Antes de ser transgénero, ya era un caso perdido en lo amoroso. Ni siquiera puedo decir que se me daban mal las citas, porque eso habría implicado tener citas. Según un estudio realizado en Reino Unido, un hombre normal —porque eso es lo que yo era en el contexto del ligoteo— suele tener seis compañeros sexuales a lo largo de su vida, pero yo solo había tenido tres. También había tenido cuatro relaciones serias, la mitad de las que cabría esperar, según ese mismo estudio. No me casé hasta que no cumplí los 38, lo que me coloca en el tercer grupo de edad más avanzada en contraer matrimonio.
Siempre me sentí un poco diferente, pero, después de considerarlo todo, no sé bien por qué. Supongo que la suerte no está de mi parte.
Quizá se deba a que renuncié a la idea de volver a tener citas; es más fácil así. Es como aceptar que nunca tendré un Ferrari o que Angelina Jolie nunca me dará su número de teléfono. A algunos les parece una perspectiva pesimista. Pero yo lo llamo ser realista.
¿Quiere decir eso que tengo ganas de pasarme el resto de mi vida soltera? No. ¿Que estoy deseando dormir sola en mi cama doble durante toda la eternidad? En absoluto. ¿O que quiero pagar el precio de dos pasajeros cuando soy la única que va en el camarote si hago un crucero? Rotundamente no. Sin embargo, sí que soy capaz de comer solo por una persona en el buffet libre (aunque intento compensar).
El hecho de que haya amor de por medio no cambia nada. De hecho, empeora las cosas; porque yo quiero preocuparme por alguien y que ese alguien también se preocupe por mí. Quiero lo mismo que todo el mundo y lo que muchos ya tienen. El amor es especial. Quizá Emily Dickinson lo expresó mejor: "Los amados son incapaces de morir, pues el amor es inmortalidad".
(Por supuesto, la mayoría de sus amigos y familiares fallecieron antes que ella y ella acabó muriendo prácticamente sola. Quizá por eso no me complico la vida, escucho a Michael Bolton cantar Love is a wonderful thing ("El amor es algo maravilloso") y ahí me quedo.
Sin embargo, lo que no quiero es que alguien piense que soy maravillosa solo por ser transgénero (o a pesar de serlo). Ser transgénero es una faceta más de mi vida. Antes de decidir cambiar de género, era investigador y padre y, si alguien me pidiera que me definiera, eso sería lo primero que diría. No soy un objeto curioso ni alguien que merezca condescendencia. Hay varios motivos por los que las relaciones con las personas transgénero aparecen en las listas de "cosas que hacer antes de morir" de mucha gente, y no quiero formar parte de eso.
Cosa que no está mal, teniendo en cuenta que la mayoría de la gente no quiere ninguna parte de mí.
Puede sonar demasiado cruel, pero es verdad. Aunque parece que no existen estadísticas sobre cuánta gente en general estaría dispuesta a salir con una persona transgénero, según una encuesta, menos de la mitad de los integrantes del colectivo LGTBI estarían dispuestos a hacerlo. Supongo que con las personas que no formen parte de este colectivo la proporción sería parecida (y eso que estoy siendo generosa).
No obstante, a la gente no le gusta oír hablar de ello. "Seguro que hay alguien para ti ahí fuera", me dicen. "Nunca se sabe", me dicen. Bueno, es verdad que no lo sé, pero puedo hacer cálculos. Es más, los he hecho. Bueno, los han hecho dos jóvenes amigos míos, que son investigadores en las universidades de Purdue y Stanford (fui su canguro durante muchos años y como nunca los delaté ante sus padres, me están devolviendo el favor).
Esta es la realidad:
- El 37% de las parejas LGTBI de mi estado natal, Oregón, están casadas.
- Las probabilidades de que me vuelva a casar a los 50 años son de un 63%.
- El 13.2% de la población estadounidense está formada por mujeres de entre 44 y 64 años.
- La mayoría de las personas mantienen 4 relaciones serias antes de casarse.
- Menos de la mitad de integrantes del colectivo LGTBI están dispuestos a salir con una persona transgénero.
Teniendo todo esto en cuenta, las probabilidades que tengo de encontrar una relación duradera se reducen a un 0,4% —es decir, una posibilidad entre 250— o, dicho de otra manera: según la revista Forbes, una persona promedio tiene más probabilidades de casarse con un millonario (1 entre 215) que yo de casarme con alguien. Y no veo que nadie tenga la esperanza de encontrar la felicidad por casarse con un benefactor.
Pero somos quienes somos y la vida es así, no la he inventado yo.
Sin embargo...
Constantemente suceden cosas que desafían a la estadística y a la probabilidad; una vez me atropelló un autobús que iba a 30 kilómetros por hora y debería haber muerto, pero sigo aquí. Volviendo a Forbes, al parecer, hay una probabilidad de 1 entre 220 de escribir un bestseller, y yo lo he hecho. Quizá también me sea posible conseguir ser feliz con alguien. Como bien dice Lloyd en Dos tontos muy tontos: "¿Así que hay una posibilidad?".
Por eso, el año pasado me dejé 238 dólares en Match.com; y, por eso, el sábado he quedado para cenar con alguien. Y, no, no me pagan de Match.com para decir esto (aunque lo aceptaría de buena gana si quisieran hacerlo...).
Parece ser que por muy adversas que sean las probabilidades, no tienen por qué suponer el fin.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The HuffPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.