Mi pasaje a la India

Mi pasaje a la India

Poder volver a la India este verano y visitar por fin Anantapur en el 20º aniversario de la Fundación Vicente Ferrer ha sido un sueño hecho realidad. Soy parte, desde los orígenes, de su comunidad de socios, que ya llega a 120.000 en España, y desde siempre una fiel seguidora de su modelo ejemplar de desarrollo.

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Poder volver a la India este verano y visitar por fin Anantapur en el 20º aniversario de la Fundación Vicente Ferrer ha sido un sueño hecho realidad. Soy parte, desde los orígenes, de su comunidad de socios, que ya llega a 120.000 en España, y desde siempre una fiel seguidora de su modelo ejemplar de desarrollo, así como de sus principios organizativos y de permanente rendición de cuentas.

Conocer a Chandra, mi apadrinado desde hace veinte años, ha sido probablemente uno de los momentos más bonitos y satisfactorios que he vivido. Chandra, ya un extraordinario muchacho de 23 años, recién licenciado como Ingeniero Civil y con multitud de proyectos en perspectiva, sigue viviendo en su aldea con sus orgullosos padres, a los que tuve el inmenso placer de abrazar. Ambos atesoramos las cartas y fotos que nos hemos ido enviando a lo largo de todo este tiempo.

He desistido del empeño de intentar contar cómo fueron estos días en Anantapur, porque, creo que por primera vez, no he sido capaz de abarcar con palabras su intensidad y hondura. La cantidad y calidad del trabajo que realiza la Fundación Vicente Ferrer está perfectamente recogida, explicada y estructurada en su página web, que les invito a visitar sin demora. La complejidad del marco en el que se ha desarrollado a lo largo de estos últimos 47 años es único: la India, un país con más de 1.300 millones de habitantes, una cuarta parte bajo el umbral de la pobreza (menos de 1,25 $ al día), concentrados especialmente en las zonas rurales. El programa de desarrollo integral de la FVF ha contribuido a la erradicación de la pobreza de más de tres millones de personas que viven en 3.268 pueblos, ubicados en dos estados y seis distritos, y ha consolidado una nueva generación de indios conscientes de sus derechos y oportunidades.

La Fundación Vicente Ferrer ha logrado que el Gobierno les instale una letrina en cada casa, ocho grifos de agua potable en lugar de uno para todo el pueblo, y una carretera.

He podido visitar sus centros de primaria y secundaria de educación inclusiva, sus acogedores hospitales tan deslumbrantes por su limpieza como por la profesionalidad médica y asistencial; he podido conocer y conversar largamente con poderosas comunidades de mujeres dálit en sus aldeas que "no sabían que podían ni que debían hablar y actuar juntas para cambiar las cosas", hasta que la Fundación les enseñó... hasta a firmar.

Ahora han logrado que el Gobierno les instale una letrina en cada casa, ocho grifos de agua potable en lugar de uno para todo el pueblo, y una carretera. He visitado talleres de encuadernación de mujeres, orgullosas del respeto del que ahora disfrutan en sus comunidades, que producen y venden cada año cientos de miles de cuadernos a los que han decidido darles la marca que es su lema: Ability. Capacidad. Ahí queda eso. He visto el centro de impresión de libros de texto en braille, la escuela de enfermería, el centro de acogida de muchachas violadas y abandonadas... y he podido hablar con decenas de profesores, doctores, ingenieros, obreros de construcción, alumnos, cocineros, limpiadores, artesanos (siempre de ambos sexos).

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© Albert Uriach/FVF

¿Se imaginan por un momento lo que significa ser niña, ciega, albina e intocable en la India? Pues yo he contemplado maravillada a varias hermosísimas Khaleesis tocando instrumentos, ejecutando danzas impecables o estudiando contabilidad e inglés con una seriedad y determinación que creo difícil de superar.

Pero esa inmersión a pulmón en la belleza del trabajo cotidiano de casi cincuenta años podría quedarse tan solo en un abrumador 'efecto Stendhal del desarrollo' si no lo cruzáramos con los artífices de esa maquinaria poderosa que lo mantiene en marcha y hacia adelante. Los voluntarios, los empleados, los coordinadores y los responsables de cada área. Seres luminosos como Sheeba, Silvia, Rafa, Nirmala, Diego, Marta, Roshan...

Y Anna Ferrer.

Nacida como Anne Perry en Essex, en 1947, el mismo año en que la India declaraba su independencia del Imperio británico, viajó allí en los 60 con su familia. Terminó en Mumbai sus estudios de periodismo, y en 1968 entrevistó al entonces aún jesuita Vicente Ferrer, que acababa de recibir una orden de expulsión del país por parte de las autoridades de Maharastra.

Anna se convirtió en uno de los miembros más activos del movimiento de apoyo a Vicente. Indira Gandhi medió y Vicente regresó a la India junto a Anna y varios voluntarios. Se instalaron en uno de los estados más pobres: Andhra Pradesh. Anna abandonó su profesión y en abril de 1970 se casó con Vicente, unos meses después de que abandonara la Compañía de Jesús. El resto ya es historia.

Anna fue desde el principio clave en el liderazgo y gestión de Rural Development Trust, la organización que crearon en Anantapur. Su brillante inteligencia y su compromiso, que siguen intactos casi cincuenta años después, aportaron la clarividencia de establecer los ejes que vertebrarían desde entonces su proyecto: la educación, la sanidad, los derechos de la mujer, las personas con discapacidad y las infraestructuras sostenibles. Una firme defensora de la modelización, de seguir y aplicar historias de éxito a un plan de desarrollo que solo puede acabar cuando se consiga el objetivo final: acabar con la pobreza y la discriminación.

Nos ha llevado veinte años concienciar sobre el valor de la educación. Conseguirlo sobre la igualdad de género nos costará otros treinta o cincuenta, pero lo lograremos.

Pero nada de lo que yo diga puede mejorar la más breve de las frases que tuve el privilegio de escuchar personalmente de labios de Anna, actual Presidenta y Directora Ejecutiva desde el fallecimiento de Vicente Ferrer en 2009. Déjenme elegir tan solo una muestra de ellas:

"Vicente ya decía hace más de 50 años que el desarrollo solo era posible si estaba basado en las comunidades, con los pies en la tierra, conociendo sus necesidades. Me alegra que ahora el Papa o Bill Gates lo hayan descubierto y lo defiendan".

"Creo en el valor supremo de la concienciación sobre los problemas que hay que superar. Nos ha llevado veinte años concienciar sobre el valor de la educación. Conseguirlo sobre la igualdad de género nos costará otros treinta o cincuenta, pero lo lograremos. Confío en las nuevas generaciones de jóvenes de la India, cuyas familias ahora sólo se preocupan por sus estudios. Les enseñamos a ser buenas personas, a tratar con respeto a todas las mujeres de su casa: a sus madres, esposas y hermanas. Y las chicas de la India ya no quieren una vida como la de sus padres: no quieren casarse tan jóvenes, quieren elegir a su pareja, trabajar y tener su propia cuenta bancaria".

"Sí, sigo convencida cincuenta años después: erradicar la pobreza es posible. Lo he visto con mis propios ojos. Constancia, buena organización, trabajo con las comunidades conociendo muy bien sus condiciones de vida y necesidades, y acciones muy concretas lo hacen posible".

Sí, Anna. Yo también lo he visto con mis propios ojos. Y, como tú, como tantos, creo en ello. Námaste!