La paridad es un objetivo irrenunciable, y las cuotas funcionan
Los datos revelan que las cuotas funcionan. No sólo porque contribuyen a acabar con una injusticia, sino porque hacen que las empresas estén mejor gestionadas. Pese a ello, el Consejo Europeo, formado por los Gobiernos nacionales, han paralizado una directiva que establece una cuota del 40% de mujeres en los puestos no ejecutivos de los consejos de administración en las compañías europeas que coticen en bolsa.
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Lo hemos visto muchas veces. La Comisión Europea plantea una iniciativa. El Parlamento Europeo la apoya. Y, por último, el Consejo Europeo la paraliza o la adultera. Son los Gobiernos nacionales, los que forman el Consejo, los que más trabas ponen al progreso social y político de Europa.
Ha ocurrido de nuevo con la directiva que establece una cuota del 40% de mujeres en los puestos no ejecutivos de los consejos de administración en las compañías europeas que coticen en bolsa. Sin la intervención de las instituciones, se tardaría cuarenta años en alcanzar la paridad al ritmo actual (actualmente, sólo el 13,7% de los miembros de los consejos en grandes empresas son mujeres). Croacia, Dinamarca, Estonia, Alemania, Hungría, Holanda, Polonia, Eslovaquia, Suecia y el Reino Unido se han opuesto a una propuesta clave: las multas disuasorias a las empresas que no cumplan las cuotas.
¿Qué puede llevar a algunos estados a decir no a una directiva favorable a la paridad? Normalmente el argumento es que hay que dar libertad a las empresas para gestionar la composición de sus consejos. Se suele sugerir que son las compañías las que terminarán incorporando a las mujeres por su propio interés: si renuncian al talento y la preparación de la mitad de la población, antes o después se notará en su cuenta de resultados. Ojalá fuera así, pero los hechos demuestran que no sucede o que sucede demasiado despacio. Las organizaciones toman a menudo decisiones que les perjudican. Lo hacen por motivos muy variados: a veces es por ignorancia; otras veces, por prejuicios; en ocasiones, funciona la disonancia cognitiva, que nos vuelve ciegos a la evidencia; y, por último, también están los intereses de las personas que finalmente toman las decisiones: no siempre coinciden con los intereses de su organización.
Los datos revelan que las cuotas funcionan. No sólo porque contribuyen a acabar con una injusticia, sino porque hacen que las empresas estén mejor gestionadas. Como explica Stefano Sannino, embajador de Italia en España, la introducción de cuotas "ha supuesto que el 35% de las compañías cotizadas italianas renueven la composición de su consejo. Además de otros efectos positivos, como son que los órganos rectores de las empresas hayan rebajado su edad media, hayan elevado su nivel de formación y haya menos miembros de familias. Ha permitido tener mejores consejos de administración". Y, por supuesto, a mejores consejos, mayor productividad y mayores beneficios. Lo mismo ha ocurrido en Francia, Alemania, Noruega... y, en menor medida, en España.
Es en contextos como éste donde la intervención de las instituciones está sobradamente justificada. No se trata de decirle a las empresas a quién tienen que contratar, sino de exigirles que el género no sea un obstáculo. Se trata de acelerar un proceso que encuentra demasiadas resistencias. Se hace por justicia, por igualdad y también por eficacia. Europa tiene que ser al tiempo el lugar donde no se discrimina a nadie por razones de género, raza, orientación sexual... y el lugar donde están las empresas del futuro, las más competitivas y modernas. Frente a quienes insinúan que son objetivos incompatibles, yo respondo que todo lo contrario: van de la mano.
Volviendo a Europa, los obstáculos de algunos países nos llevan a un escenario conocido. La directiva por baja de maternidad pretendía armonizar las diferencias en la UE, garantizar derechos laborales a las mujeres trabajadoras que dan a luz y posibilitar el avance en la conciliación y la corresponsabilidad parental. Tras cuatro años de excusas y bloqueo del Consejo (de los Jefes de Estado y de Gobierno) con la directiva languideciendo en sus cajones, la Comisión se vio obligada a retirar su propuesta. Ahora trabaja en una iniciativa más amplia que aborda otros aspectos de la vida laboral y personal. Personalmente confío en que consigamos que esté a la altura de los tiempos y de todos los tipos de familias europeas, en igualdad de derechos...
En cualquier caso, vuelve a demostrarse la gran falacia que supone culpar a Europa de no solucionar los problemas o de falta de actividad. El problema son los Gobiernos nacionales y el Consejo Europeo. Ellos son el freno a una Europa unida y eficaz, útil para los ciudadanos.