La semilla del ejemplo
Siempre ha habido mujeres innovadoras, siempre ha habido mujeres científicas, sabias y excelentes en su campo profesional. Siempre ha habido mujeres que, como Hipatia o Marie Curie, se han abierto camino en mundos que les parecían vedados, donde eran una minoría y se las miraba con desdén y rechazo. Siempre ha habido mujeres así, porque hay algo indomable en el espíritu humano que se manifiesta en conciencias escogidas, en personalidades fuera de lo común que son capaces de ir más allá, sea cual sea el precio.
Así que, si no hacemos nada, es muy probable que sigan apareciendo, de vez en cuando, figuras femeninas de referencia, grandes inventoras, descubridoras y científicas. La cuestión es si vamos a conformarnos con esto, si no nos vamos a hacer las preguntas necesarias. Preguntas como cuántas heroínas de la innovación se quedaron por el camino, derrotadas por unas circunstancias agobiantes que no tuvieron que sufrir los varones. Preguntas como qué habría sido de Einstein si sus padres se hubieran opuesto a que cursara estudios científicos o simplemente a que cursara cualquier estudio, algo que le sucede a no pocas jóvenes. Preguntas como cuántas vocaciones se perdieron en medio del rechazo generalizado, de los prejuicios, de los mensajes, explícitos o implícitos, de que hay ámbitos profesionales que son "de chicos" y otros que son "de chicas".
Por su propia naturaleza, estas preguntas no tienen respuesta, pero nos obligan a reflexionar sobre las opciones que hemos estado ofreciendo a las niñas hasta ahora. El mundo ha mejorado, ahora hay más niñas que nunca estudiando. Y, en los países desarrollados, donde la educación universal es un hecho desde hace décadas, también ha aumentado el número de mujeres en las carreras técnicas. Pero sólo hasta cierto punto que está lejos de aplacar nuestra extrañeza.
¿Cuánto talento está desperdiciando la sociedad por no llegar a tantas jóvenes que un día sintieron la llamada de las matemáticas, de la ingeniería o del emprendimiento pero que optaron por desoírla convencidas de que aquello no podía ser para ellas? Cuando una niña se rinde y renuncia a un camino profesional, lo pagamos todos, hombres y mujeres, de las presentes generaciones y de las futuras. En un mundo como el actual, esto es algo que ningún país puede permitirse, y mucho menos la Unión Europea.
Desde el Parlamento Europeo, institución en la que sirvo desde 2014, he participado en debates e iniciativas destinadas a ofrecer a las jóvenes de hoy todas las opciones a su alcance (que son, sencillamente, todas las opciones que existen, porque ninguna les es ajena). Hemos hablado de programas, de inversión y de leyes, pero estoy convencida de que nada puede tanto como el ejemplo.
Aspiramos a aquello que vemos, nos apasionamos por lo que probamos, soñamos con emular a quien admiramos. Por eso las niñas y las jóvenes necesitan conocer las experiencias de las pioneras, de quienes ya han recorrido el camino, de quienes han vencido a las dificultades. El ejemplo es una semilla que se planta y que florece cuando le llega el momento siempre que las condiciones sean propicias. La política debe encargarse de que lo sean, pero la semilla debemos plantarla y regarla entre todos. Este es el gran valor de una iniciativa como la que representa este libro que tengo el honor de prologar.
Estoy convencida de que cada experiencia de las que aquí se cuentan caerá en suelo fértil y ayudará a que en un futuro no muy lejano tengamos una excelente cosecha de INNOVACTORAS.