Mujeres 8: Emergentes y desaparecidas en España
Tanto Ada Colau como Manuela Carmena proceden de familias normales, de clase media, que se parecen mucho a la mayoría de las familias españolas. Las dos vienen del ámbito de la política, entendida no como una profesión sino por principios. Proceden del terreno de la lucha voluntaria y directa por los derechos de los más necesitados, por el progreso y por un modelo de democracia real.
"Ascensos y caídas de las mujeres al y del poder"; esta sería una de las primeras reflexiones extraídas de la lectura de los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo. Esta frase te hace pensar sobre cuáles son los rostros femeninos -que no feministas- de la primera línea de la política que desaparecen o pierden poder, y cuáles surgen y lo ganan.
Desde esta perspectiva, nace esta reflexión muy personal sobre algunos aspectos comunes de las mujeres integrantes de cada bando, el emergente y el desaparecido.
Tras una lectura rápida, que se ajusta al espacio de este post, y sin entrar en todos los territorios españoles, nos paramos frente a cuatro rostros de perdedoras que, seguramente, van a desaparecer: Rosa Díez, que pierde el poder en el partido que ella misma creó, convertido en los últimos meses en algo similar a un chiringuito. Un proyecto personal que también parece que va a desaparecer. Rita Barberá, que pierde el poder en Valencia. María Dolores de Cospedal, cuyo destino será el mismo que el de su compañera Barberá pero en Castilla-La Mancha, y que además perderá probablemente sus poderes dentro del PP. Y llegamos a la gran perdedora, Esperanza Aguirre, a la que le resultará muy difícil aguantar cuatro años en la oposición sin el protagonismo ni el poder absoluto de la ciudad de Madrid. Esto en el caso de que fracasen sus maniobras delirantes de última hora y no pueda montar un nuevo tamayazo. La derrota de Aguirre, el "animal político herido", significa la muerte de su sueño de ser primera ministra.
En el bando de las mujeres surgidas con fuerza hay muchas cabezas de listas o jugadoras políticas importantes en numerosos pueblos, ciudades y comunidades. Pero las más visibles y las que han obtenido las victorias más importantes son, sin duda, Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona.
Las perdedoras del primer bando tienen en común varios aspectos: la chulería, un ego muy alto y sentir que pueden usar sus poderes a su voluntad y lejos de cualquier regla democrática o legal. Se convierten en personas muy simpáticas en periodos electorales, con discursos políticos la mayoría de las veces vacíos y populistas, mientras acusan a los demás de populismo y dan lecciones. Tienen una gran capacidad para escapar de las preguntas difíciles y a continuación mirar a la cámara, con una sonrisa falsa, como diciendo: "Mirad qué mujer tan inteligente soy". Son efectivamente muy ágiles en el juego político, normalmente sucio.
Mantienen, en general, una relación muy superficial con la cultura. La más seria, Rosa Díez, no se aleja mucho de algunos clichés de los best-sellers, y es la única que se salva de un aspecto común en las otras tres: una relación muy estrecha con la corrupción.
Las cuatro no son en absoluto conscientes de su identidad femenina en una sociedad en general machista y con problemas graves de género. Llegado el caso adoptan el discurso de: "Soy una mujer guay.
Este último aspecto marca la diferencia con las ganadoras del otro bando, Ada Colau y Manuela Carmena. Una cultura seria y profunda las hace tener muy presente que son mujeres con conciencia feminista en una sociedad machista. Y saben que una parte de su papel político consiste en trabajar para cambiar esta realidad y luchar por una igualdad con los hombres.
Las dos proceden de familias normales, de clase media, que se parecen mucho a la mayoría de las familias españolas. Las dos vienen del ámbito de la política, entendida no como una profesión sino por principios. Proceden del terreno de la lucha voluntaria y directa por los derechos de los más necesitados, por el progreso y por un modelo de democracia real.
Las dos son humildes, saben escuchar y discutir. Sus sonrisas son sinceras, agradables, no del tipo de la máscara del político. Saben contagiar a miles de personas su espíritu y sus esperanzas de que podemos construir algo mejor. Todo ello es resultado de tener muy presente en sus mentes esta reflexión que se ve reflejada en la forma de actuar y en sus discursos: No llego al poder por mis méritos personales sino por el esfuerzo y el trabajo de muchísima gente.
Las dos son libres, no le deben nada a ningún poder económico, ni financiero, ni han sido fabricadas ni apoyadas por los grandes medios de comunicación. Solo se deben a los que les han votado y a los ciudadanos de sus respectivas ciudades.
Todos estos aspectos comunes de las dos mujeres emergentes dan muchas señales de esperanza sobre el futuro, sobre lo que está por venir. Si ellas -y todos nosotros como ciudadanos- fracasasen en llevar a cabo un cambio real y en construir ciudades más agradables y más justas, habrá otras mujeres y hombres que aprenderán la lección y trabajarán mejor.
Ahora, no sé si es de muy mala educación expresar mi alegría por la desaparición de las mujeres del primer bando, o no.