Pedazo de hipócritas
Hipócritas: es el adjetivo que mejor ilustra la pasividad de la comunidad internacional en la gestión de la crisis siria. No ha sido suficiente para quienes manejan los hilos de la política mundial que el conflicto haya desplazado a más de seis millones de personas, ni que más dos millones de personas malvivan en los campamentos de refugiados en Líbano, Jordania, Turquía o Irak, ni que la mitad de ellos sean menores de 18 años, ni que hayan muerto más de 100.000 ciudadanos o que el número de desaparecidos sea en estos momentos una quimera.
Hipócritas, pedazo de hipócritas. Este es el adjetivo que mejor ilustra la pasividad de la comunidad internacional en la gestión de la crisis siria. No ha sido suficiente para quienes manejan los hilos de la política mundial que el conflicto haya desplazado a más de seis millones de personas, ni que más dos millones de personas malvivan en los campamentos de refugiados en Líbano, Jordania, Turquía, Irak, ni que la mitad de ellos sean menores de 18 años, ni que hayan muerto más de 100.000 ciudadanos o que el número de desaparecidos sea en estos momentos una quimera.
"Siria es un campo de batalla. Sus ciudades y pueblos sufren bombardeos y asedios incesantes. Se realizan matanzas con total impunidad. El número de sirios desaparecidos es incalculable". Con estas cuatro primeras frases, casi telegráficas, comienza uno de los informes más desgarradores publicados en la última década por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Un documento en el que se relatan las barbaridades y las atrocidades cometidas por las fuerzas que apoyan al Gobierno y por parte de los rebeldes sirios.
A las fuerzas gubernamentales se les acusa de llevar a cabo "ataques constantes contra la población civil, actos de asesinato, tortura, violación sexual y desaparición forzada como crímenes de lesa humanidad. Han sitiado barrios y los han sometido a bombardeos indiscriminados". Y a los grupos armados antigubernamentales de haber cometido "crímenes de guerra como asesinato, ejecución sin el debido proceso, tortura, toma de rehenes y ataques contra bienes protegidos. Han sitiado y bombardeado indiscriminadamente barrios civiles". Y a unos y a otros se les condena por haber reclutado a niños soldados y haberlos utilizado en sus actos hostiles.
Las cifras son escalofriantes y las historias personales que van aflorando nos dibujan escenarios inhumanos en el interior del país y en los campamentos de refugiados. Campamentos en los que, según el Consejo de Derechos Humanos, "las mujeres y las niñas son vulnerables a la explotación sexual, al matrimonio forzado y la trata". Sin embargo, pese a la hambruna y la indefensión de los sirios que permanecen en su país y aquellos que malviven en las naciones fronterizas, la comunidad internacional solo ha logrado aportar la mitad de los 3.100 millones de dólares que reclama Naciones Unidas para ayudar a los afectados.
La entrega de las armas químicas es la condición que ha impuesto Estados Unidos a el Asad para no activar un ataque militar. Una condición absurda si tenemos en cuenta que la mayoría de las muertes de civiles resultan de los bombardeos indiscriminados y desproporcionados. En el tablero internacional, Rusia e Israel se aferran a sus objetivos irrenunciables en la zona; Naciones Unidas, como casi siempre, vuelve a desempeñar un papel secundario y la Unión Europea certifica, una vez más, que carece de una acción exterior única y fuerte. ¿Alguien podría decirme qué papel ha desempeñado Catherine Ashton, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad?
El Consejo de Derechos Humanos señala, entre las conclusiones de su informe, que "no hay solución militar para este conflicto. Quienes suministran armas sólo crean una ilusión de victoria. La única vía para alcanzar la paz es una solución que se base en los principios del comunicado final del Grupo de Acción para Siria".
La crisis siria, como otras abiertas en países situados en un espacio geoestratégico de especial sensibilidad, seguirá discurriendo por las alcantarillas de la diplomacia internacional, en la que unos y otros tratan de apropiarse del pastel que consideran suyo, y probablemente, traten de lavar su imagen realizando un guiño insuficiente para atender a las millones de víctimas de una guerra civil cruel y salvaje. Es probable, incluso, que como comenta Lluís Basset en su artículo "El pan y las tortas", que "la guerra civil termine y el dictador y su entera familia se exilien a Rusia". Y cuando eso suceda, y se apaguen los focos de los medios de comunicación, las preguntas que volverán a quedar sin respuesta, como en otras tantas guerras, son las siguientes: ¿Quién hablará de los refugiados, de las víctimas mortales y de los ciudadanos que se quedarán atrapados por el hambre y la miseria en el interior de Siria? ¿Quién velará por el futuro de los millones de niños que quedarán marcados por esta tragedia? Será el turno, una vez más, de aquellas organizaciones no gubernamentales que, sin recursos suficientes, velan por el cuidado y por los derechos de las víctimas inocentes de las estrategias que se deciden y se imponen en las capitales de siempre.