La humanidad en los patios cordobeses
El alma de los patios es la hospitalidad. Su seña de identidad singularísima es tan puramente humana que la declaración como patrimonio inmaterial no puede ser más justa y representativa del microcosmos de convivencia, vecindad y acogida que constituyen los patios cordobeses.
Córdoba respira hondo para paladear esta alegría grande, trabajada, ansiada, compartida, de la declaración por la Unesco de la fiesta de los patios como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Se siente orgullosa de haber aspirado con toda la pasión y la tenacidad necesarias a una distinción que aporta a esta ciudad -patria de Séneca, y para siempre universal por su Mezquita Aljama- un decisivo impulso a su proyección exterior y vocación internacional.
El alma de los patios es la hospitalidad. Su seña de identidad singularísima es tan puramente humana que la declaración como patrimonio inmaterial no puede ser más justa y representativa del microcosmos de convivencia, vecindad y acogida que constituyen los patios cordobeses. Apuntaba el escritor Antonio Gala, para mostrar lo que de inexplicable y vivencial posee esta tradición cordobesa, que quien no hubiera sentido los patios -su aroma, el rumor del agua, el silencio o el bullicio- no podría calibrar ni imaginar su valor.
Afortunadamente, sí es posible acercarse al difícil objetivo de plasmar su esencia en descripciones -reportajes, textos bellísimos, fotografías- que constituyen una invitación a conocer esa ciudad paralela de patios y más patios abiertos en distintos barrios del casco histórico como San Basilio, Santa Marina, San Agustín o la Judería.
Vistos y disfrutados como visitante, los patios podrían definirse como una ruta de la hospitalidad que transforma a quien la sigue. En el itinerario vamos sintiéndonos felizmente abrumados por el prodigio de tanta casa abierta de par en par, tanta belleza construida con materiales humildes como la cal y las macetas, tal derroche de gitanillas y plantas aromáticas para celebrar el renacimiento de la Primavera.
Desde dentro, solo son posibles porque hay quienes han entregado su vida a cuidarlos, hombres y mujeres que realizan un trabajo ingente durante el año para tenerlos listos para la gran cita de mayo, para las fechas en que después de una agotadora recta final y de la preocupación por si una lluvia a destiempo destroza las flores, los patios, estos patios cordobeses de humanidad, se llenan de personas a las que se les muestra cómo vivimos y cómo somos.
Por eso los patios cordobeses son lo que siempre han sido, lugares de humanidad. Buena parte de éstos fueron en su origen casas humildes de vecinos donde la vida no era fácil y el verbo que más se conjugaba era compartir. La estrechez económica y las duras condiciones de vida no generaron sin embargo entornos grises o descuidados, sino que el espacio común, gracias a una cultura popular de gentes sabias, se llenó de belleza, de macetas donde florecía la esperanza. Es el milagro de generaciones de manos trabajadoras y solidarias, y de unos corazones que sueñan y luchan por un futuro mejor.