Autoestima, ayuda y consumo
Con tanto individualismo olvidamos que somos seres sociales hasta la médula. Somos seres tan sociales que el contenido originario de nuestros deseos, proyectos o lo que consideramos nuestro deber tienen un gran componente social, tienen que ver con nuestro ser en el mundo, en sociedad.
Siempre he pensado que la Psicología llegaría a ponerse de moda en España. Lo que no podía imaginar es que se convertiría en un mercado de saldo y ocasión en torno a la autoayuda. La industria de la mal llamada autoayuda consiste básicamente en que una editorial oportunista y un autor avispado hagan negocio convenciéndole a usted de que se ayuda a sí mismo si sigue los consejos de su libro.
Según parece, la fórmula consiste, en primer lugar, en ofrecer una idea muy simplificada de determinados conceptos o procesos psicológicos. Por ejemplo, describir la autoestima como el depósito de combustible de un vehículo y nuestro estado de ánimo como la aguja que marca el nivel. Si está baja, que es lo habitual entre los lectores de este tipo de manuales y artículos, significará que estamos deprimidos o tenemos una idea devaluada de nosotros mismos. En ese caso, las soluciones -y ahí viene la segunda parte- consistirán en llenar un poco más el depósito o en aprender a mirar la raya del nivel situada en esa amplia franja intermedia del dial, como si indicara "medio lleno", en vez de "medio vacío". El depósito se puede llenar con cosas que nos gusten, generalmente productos de consumo, y la programación mental se consigue repitiendo mensajes positivos como si se tratasen de consejos publicitarios que nos dirigimos a nosotros mismos (poco importa si son realistas o si están adaptados a nuestra situación específica, importa que sean positivos) y en descartar los negativos. Esto último no sé cómo se consigue, porque no hay como intentar dejar de pensar en un elefante rosa para verlo. Seguramente, la técnica consiste, una vez más, en repetir mantras positivos.
Siguiendo con el ejemplo, lo peor no consiste en la simplicidad de sus metáforas, sino en el sometimiento a las leyes del mercado y del individualismo. Me explico: si una persona no hace lo que desea o lo que cree que debería hacer, es lógico que se sienta insatisfecha. Si prolonga esa situación más tiempo de la cuenta, es posible que la insatisfacción se vuelva crónica y su ánimo se deteriore. Si además, en vez de hacerse algunas preguntas sobre lo que desea (o no), lo que quiere y lo que cree que debería hacer, se dedica a mandarse mensajes positivos masivos como anuncios de las cadenas privadas de TV o a rellenar el depósito con cosas que pueda comprar, como la inscripción en un gimnasio (aunque luego no vaya), ropa, intervenciones estéticas más o menos agresivas, un curso de baile o lo que sea, corre el riesgo de alejarse cada vez más de la solución.
Por otra parte, la perspectiva individualista propone centrarse exclusivamente en el propio depósito, en la percepción (subjetiva) del nivel y en los pensamientos negativos incontrolados. Pero resulta que a) la autoestima no es un depósito estanco, sino que en muchos aspectos funciona como los vasos comunicantes con las personas con las que compartimos nuestras vidas, por lo que las posibilidades de intervención están en el mundo con los demás, no en el interior del depósito, b) las ideas negativas repetitivas pueden ser el resultado de la suma de dos elementos: uno, deseos o necesidades insatisfechas (o satisfechas de tan mala manera que no nos sentimos muy orgullosos); y dos, la negativa por nuestra parte a ser plenamente conscientes de ellas. Mientras menos escuchamos y menos queremos ver esas ideas, más feas y gritonas se vuelven.
Con tanto individualismo olvidamos que somos seres sociales hasta la médula. Somos seres tan sociales que el contenido originario de nuestros deseos, proyectos o lo que consideramos nuestro deber tienen un gran componente social, tienen que ver con nuestro ser en el mundo, en sociedad. Si no cumplimos con ellos, si ni siquiera queremos escuchar o recordar en qué consisten, no es extraño que produzcan malestar. Una de las soluciones que ofrece la perspectiva individualista solo puede calificarse de tramposa; consiste en manipular el sensor (la aguja del depósito) con programación neurolingüística (mantras positivos) o química (ansiolíticos y antidepresivos).
Pero entonces, ¿por qué funciona, por qué se vende el producto? Siempre se podría contestar que por el mismo motivo que se siguen vendiendo productos para la alopecia aunque el pelo no vuelva a crecer, pero reconozco que no es una respuesta muy satisfactoria. Digamos que lo que ofrecen esos productos no son soluciones, sino consuelo. Pero ¿en qué consiste ese consuelo? Me temo que para contestar a esa pregunta haría falta otro artículo.