Arbeloa es el fútbol
Arbeloa desata en el espectador un tierno cariño, ganas de abrazarle, de hacerle unos buenos macarrones. Es aquel de nosotros que para colgar un cuadro se trepana una falange.
Foto: NELSON OLIVEIRA / REUTERS.
Contemplen, amigos, la grandiosa obra del fútbol: tan hijos suyos son Andrés Iniesta, el amante que toda pelota querría degustar, como el esforzado Álvaro Arbeloa, Ceniciento oficial de la Eurocopa. Conviene recordarlo tras el cúmulo de burlas al desempeño del bravo lateral salmantino en las últimas semanas.
El defensa de la selección española es un castigo para los sentidos. Cierto. También es verdad que sus dificultades para evitar que el balón se le vaya fuera de banda cada vez que lo recibe causan asombro. Y no se puede negar que el carrilero del Real Madrid siente una inclinación natural por el juego viril, las patadas y los mamporros, y que, por desgracia, las cámaras suelen cazarle cuando a ello se dedica.
Pero hay cosas que no se tienen en cuenta al hablar de uno de los 11 mejores jugadores de la mejor selección del planeta. Por ejemplo, no se ha valorado su torero sentido del tiempo. Pirlo juega a cámara lenta y seguramente por eso disfrutamos tanto de su arte. Arbeloa, a su vez, padece a cámara lenta y transmite aquel terror del niño torpe que reza en el patio de la escuela ("Por favor, Dios, haz que no me llegue el balón, haz que vayan por el otro lado"); por esa razón podemos compadecerle más intensamente.
Porque con Arbeloa no se establece esa relación de admiración o amor o lujuria que provocan ciertos héroes. Arbeloa desata en el espectador un tierno cariño, ganas de abrazarle, de hacerle unos buenos macarrones. Arbeloa somos todos: ¿Quién no ha soñado estar ahí, en una Eurocopa, a pesar de sus limitaciones? Él lo ha conseguido. Con su sentido táctico y su espíritu de equipo, ahí está él, un chaval bienintencionado, genuina working class. Arbeloa es aquel de nosotros que para colgar un cuadro se trepana una falange. El que para hacer una tortilla quema el apartamento de Torremolinos. El que resbala en la ducha y se arruina las vacaciones. El que tiene una avería justo el día que lleva a su suegra en su flamante Renault.
Si el fútbol es el deporte rey no es gracias a Leonardo da Messi. Lo es gracias a Arbeloa, un tipo normal que con algo de suerte y mucha voluntad se ha plantado en el Olimpo. ¿Qué pensaría Federer viendo corretear hacendosamente a Arbeloa? Más grave aún, ¿imaginan ustedes al 17 de España raqueta en mano? No, señores. Él nos recuerda que aunque nos comportemos como gañanes, nadie nos quitará la virtud de soñar como dioses.
Y fruto de esos sueños delirantes llegó la jugada en que Arbeloa mascó la gloria. Era el minuto 8 con 40 segundos e Iniesta había levitado en su banda. El balón quedó muerto, franco y tentador en la frontal del área. Hacia él galopa el corajudo lateral mientras una legión de telespectadores de todo el mundo contiene la respiración.
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Ustedes ya saben cómo acabó aquello y en definitiva tienen razón: Arbeloa es un paquete. Pero ante todo, Arbeloa es el fútbol.