'Memorias del futuro'
Los niños hoy ya no quieren ser astronautas, los niños quieren ser futbolistas. Casi siete décadas después de la propaganda y del american way of life, los ciudadanos miran el futuro con el escaso optimismo de los tiempos que corren, la inestabilidad laboral y la incertidumbre económica. La Gran Recesión ha grabado a fuego el término distopía en nuestro vocabulario.
Miss Control Data, 2016 (Óleo sobre lienzo, 100 x 100 cm)
Entonces, como ahora, el futuro imperfecto era algo más que la versión equivocada de un tiempo verbal. La gramática sobrepasó el concepto y el mañana empezó a verse con preocupación. Eran tiempos de la Guerra Fría y de la amenaza nuclear atómica, pero la propaganda de un mundo feliz se afanaba en negar aquellas temidas imperfecciones a uno y otro lado del telón de acero.
Más de seis décadas después, ¿quién es capaz de encontrar las siete diferencias? Barack Obama se va. Llega Donald Trump. Y tras ambos vuelve a situarse aquel frío decorado de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, que está en el trasfondo de mi obra pictórica. Aquel futuro pluscuamperfecto que se dibujaba en un presente imperfecto, siempre ensombrecido por la amenaza, resulta hoy tan real como ayer. En cualquier esquina del mundo alguien podría estar a punto de apretar el botón rojo. El ser humano no es consciente del estado primitivo en que se encuentra. Ya lo dijo Nietzsche.
Memorias del futuro. Con estas tres palabras he titulado la exposición que se inaugura este jueves 12 de enero en la galería Utopía Parkway (calle de la Reina, 11), un magnífico espacio reservado a la pintura en Madrid, una de las trincheras del arte que dirige con exquisita maestría Lola Crespo.
Orgullo y gravedad, 2015 (Óleo sobre lienzo, 130 x97 cm)
Quizá este tiempo transcurrido desde la Guerra Fría hasta hoy nos haya hecho perder el ingenuo optimismo con que ayer se miraba al mañana. La experiencia de sesenta años en que nadie encontró aquel futuro soñado, en que los avances científicos se desviaron hacia fines ajenos al beneficio humano.
¿Por qué este empeño en el futuro pasado?
Casi siete décadas después del final de la era atómica, la amenaza de un holocausto nuclear sigue viva. Terrorismo, fallos radiactivos, arsenales secretos y el desafío continuo de los dos bloques que hasta el día de hoy ansían dominar el mundo. El arte de producir en el enemigo el miedo a atacar, practicado con maestría por ambos lados del telón y que engendró aquella era prodigiosa a la que miramos con melancolía.
Superada ya aquella edad de oro del futuro, esas paradojas me parecen tan actuales este 2017 como contemporáneas en aquel 1965 en que Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, declaró sentirse un destructor de mundos. "Supimos que el mundo no sería el mismo", dijo. "Unos pocos rieron, otros lloraron y la mayoría permaneció silenciosa", silencio en la primera prueba de un arma nuclear (Trinity, 1945).
Crepúsculo de la era atómica (Óleo sobre lienzo, 70 x 40)
La bomba atómica, el Ford Nucleon, la serie Thunderbirds, el bolígrafo atómico de 2011: Una odisea en el espacio, pero también la lavadora, la secadora, las tarjetas de crédito y las aspiradoras de un mundo automatizado, la robotización y el autoservicio. ¿Resulta familiar?
Piscina atómica, 2016 (Óleo sobre lienzo, 70 x 70 cm)
Moshe Vardi, profesor de Ciencias de la Computación de la Rice University, asegura que en los próximos 30 años las máquinas eliminarán el 50% de puestos de trabajo, una especulación recurrente en tiempos de crisis y sobre la que se proyectan las imágenes más agoreras en una suerte de ejercicio de ciencia ficción.
Guerra Fría, revisitada
Más de sesenta años desde del inicio de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia han bajado el tono del enfrentamiento pero continúan a la gresca. El estruendo de las dos grandes potencias retumba en el presente en conflictos en apariencia lejanos, empuñados por hackers avezados, miembros de un escuadrón cibernético.
"La economía mundial está en la cúspide de una etapa de crecimiento espectacular impulsada por máquinas inteligentes que sacarán el máximo provecho de los avances en el tratamiento por ordenador, la inteligencia artificial, la comunicación en red y la digitalización de casi todo", escribieron Erik Brynjolfsson y Andrew McAffee en La segunda era de las máquinas: trabajo, progreso y prosperidad en un tiempo de brillantes tecnologías (Norton, 2014).
Computer love, 2016 (Óleo sobre lienzo, 100 x 73 cm)
Una ciudad dirigida por un ordenador, hombres que conviven con androides que sueñan con ovejas, personas permanentemente felices, policías de hojalata, tecnología reproductiva, seres válidos e inválidos, un mundo virtual... Un mundo en que la máquina ocupará más y más espacio y, llegado el día, los robots harán todo el trabajo hasta la completa automatización del planeta Tierra. La inteligencia artificial, como todo nuevo invento humano disruptivo, implicará no pocos cambios radicales en nuestra forma de entender el progreso.
Muchas décadas después del primer reinado de las máquinas, aquellos maravillosos años vuelven a estar de actualidad. La moda de las pin-ups, los locales rockers, lo naïf, lo bienintencionado y lo pop funcionan para contrarrestar el desánimo posterior a la Gran Recesión. Queda inaugurada la era del pesimismo: ¡Que viene Trump!
Pan y circo
El cine, la fotografía, la ilustración y la propaganda maquillaron los males de aquella sociedad de consumo de los cincuenta y sesenta, envuelta en un halo festivo y una estética que en aquellas décadas expresaron el boyante desarrollo industrial y el nuevo estilo de vida estadounidense, una bocanada de bienestar tras la Gran Depresión y la II Guerra Mundial. Las redes sociales, la hiperconectividad, el consumo barato y la sobreabundancia de información alivian los males de hoy. Un presente mecido por la calma chicha de una guerra no declarada y una competencia obsesiva por la seguridad, con los terroristas de Dáesh y sus dramáticas entradas en escena, fuera de guión.
Avances por llegar, 2014 (Óleo sobre lienzo, 100 x 70 cm)
Me gusta mirar el progreso desde la lupa de la ética. Ciencia y moralidad son para mí dos conceptos indisociables. De aquí bebe mi génesis, mi inspiración en aquel futuro que nunca llegó, el retrofuturismo y el momento dorado de la investigación en las décadas de los cincuenta y sesenta, un atractivo universo de perspectivas truncadas. La fascinación por el progreso científico, la confianza en que sería capaz de resolver cualquier problema. Un paisaje falsamente futurista pero que sobrevoló los anhelos de unas cuantas generaciones.
Durante siglos, los expertos han predicho que las máquinas jubilarán a los trabajadores, que estos serán una pieza del pasado, obsoleta, pero que llegará una era post trabajo, en la que si damos los pasos adecuados, el hombre disfrutará de una vida más creativa y feliz.
Muere Zigmunt Bauman este lunes 9. Las teorías del sociólogo polaco fueron un paradigma de aquel retrofuturismo de entonces anhelado hoy. "Los grandes cambios de la historia nunca llegaron de los pobres de solemnidad", dijo, "sino de la frustración de gentes con grandes expectativas que nunca llegaron". También Bauman estudió el futuro que nunca existió.
Futuro desvelado, 2015 (Óleo sobre lienzo, 100 x 70 cm)
Los niños hoy ya no quieren ser astronautas, los niños quieren ser futbolistas. Casi siete décadas después de la propaganda y del american way of life, los ciudadanos miran el futuro con el escaso optimismo de los tiempos que corren, la inestabilidad laboral y la incertidumbre económica. La Gran Recesión ha grabado a fuego el término distopía en nuestro vocabulario, antónimo de aquel vocablo que hizo de lo futurible lo cercano y de lo soñado lo posible.