Así es Juan Guaidó, el "presidente encargado" de Venezuela
El nombre que nadie esperaba, el rostro que pocos conocían, es quien ha dado el paso de plantarse ante Maduro, en una jugada con el aval de EEUU.
Juan Guaidó es el hombre que nadie esperaba. No acaparaba titulares ni su rostro llenaba minutos de informativos, ni en su país ni fuera. En el ramillete de opositores venezolanos de referencia que la prensa internacional citaba de carrerilla, su nombre no aparecía. Y, sin embargo, ahí estaba, en la segunda fila, esperando su momento.
Es quien en enero dio el paso de plantarse ante el actual presidente, Nicolás Maduro, hasta autoproclamarse presidente “encargado”, y quien ahora, usando esos poderes, ha liberado a Leopoldo López, el disidente más conocido de Venezuela, su mentor. Un indulto aplicado por uniformados a sus órdenes que abre una nueva e incierta fase en el futuro del país.
El reconocido por España como mandatario legítimo de Venezuela se ha visto convertido en líder de la disidencia por una conjunción planetaria en la que han jugado a su favor las desgracias de otros colegas de trinchera, los tiempos de relevo político, un trabajo callado de años y el interés de algunos poderosos en que se moviera pieza (léase EEUU).
Juan Gerardo Guaidó Márquez, un leo de 1983, es el mayor de cinco hermanos, hijos de una pareja que se acabó separando. La suya no es una familia adinerada, sino más bien de las apuradas a fin de mes. Tampoco es un urbanita de capital, porque, repite insistente, es de La Guaira, en el Estado de Vargas, en la costa norte de Venezuela. Puro Caribe. Su origen es “determinante”, en sus propias palabras, para entender quién es hoy.
“Gran parte de lo que soy viene de la tragedia de Vargas. Entonces aprendí lo que es el arraigo, la pertenencia, la solidaridad y el valor de la familia”, explica. Se refiere a una de las mayores catástrofes naturales del país, acaecida en 1999, cuando poco antes de la Navidad una suma de inundaciones y corrimientos de tierras lo arrasaron todo; aún hoy es imposible aclarar el número de víctimas mortales, que oscilan entre las 10.000 y las 30.000.
Guaidó tenía 15 años cuando se tuvo que ir de su casa por este drama. Tuvo suerte: pudo volver, porque la estructura quedó en pie. Pero el retorno a una casa llena de barro, a un barrio en el que había desaparecido su colegio, su cancha donde jugaba al béisbol, muchos amigos y familiares, no fue el de una víctima, “sino el de un superviviente”, un chiquillo cuajado de pronto en hombre que quiso apostar por la política como un medio para “mejorar la vida de la gente”, según su propio relato, en una entrevista con El Nacional.
El joven Guaidó cursó un bachillerato de Ciencias e ingresó en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, donde se convirtió en ingeniero industrial. Antes de irse a la capital trabajó como vendedor de ordenadores y durante los estudios fue también tendero, la única manera de poder seguir pagando matrículas. Gracias a ese dinero, a las becas y a la ayuda de su tío logró el título.
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Sin embargo, en los campus hizo más que hincar codos. Se convirtió en uno de los líderes estudiantiles del momento, de una hornada bautizada como la Generación de 2007, de la que saldría más tarde una importante rama de disidentes al chavismo. "No podemos ser profesionales exitosos en sociedades fracasadas" es, confiesa, la frase de aquellas juntas y asambleas que más le marcó.
En esos años fue fundador del Consejo General de Representantes Estudiantiles (COGRES) y participó activamente como miembro directivo del Centro de Estudiantes de Ingeniería. Sus compañeros lo recuerdan -en la BBC, en el New York Times- como un tipo dispuesto a hacer cualquier tarea, de redactar un orden del día a pegar carteles, pasando por uno de sus mayores intereses, los talleres para explicar a los venezolanos cómo defender la independencia de su voto. Aquella generación se colgó una importante medalla: la de la primera derrota del entonces presidente, Hugo Chávez, en un refrendo para cambiar la Constitución. La presión de los estudiantes fue clave para ello.
Guaidó siguió estudiando, aprobó dos postgrados en Gerencia Pública y Administración, pero tenía claro que deseaba hacer carrera política. En 2009, fundó Voluntad Popular (VP), el partido naranja de Venezuela, junto al archiconocido Leopoldo López, a quien considera su mentor. Tuvo años de simple militancia de base, pero el escalafón fue corriendo por una serie de carambolas, de infortunios de sus compañeros de formación, que son los que a la postre le han encumbrado.
En 2010 fue elegido diputado suplente y logró su puesto en la Asamblea Nacional a finales de 2015, haciéndose con el feudo oficialista de Vargas en un vuelco insólito (52,35% de los votos frente al 42%), uno de tantos que llevaron a los opositores a presidir la cámara legislativa venezolana. "Yo estoy aquí para que los venezolanos nos entendamos", dijo entonces a la CNN. "Te ves muy joven, Juan", le replicaba el presentador. Guaidó asentía, modoso.
En este tiempo en la Asamblea ha formado parte de diversas comisiones, sobre todo de política interna; comenzó denunciando supuestos casos de corrupción de la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) y fue quien propuso precisamente una ley de amnistía para los presos políticos, que llegó a aprobarse en febrero de 2016 pero que quedó sin efecto alguno porque necesitaba de una promulgación posterior del presidente actual, Maduro.
Fue la primera vez que el nombre de Juan Guaidó sonó algo. Desde entonces hasta este enero, silencio. Como muestra, los datos de Google Trends, que enseñan una línea absolutamente plana, muerta, en las búsquedas de su nombre en el último año y cómo, de pronto, la curva sube de forma brutal coincidiendo con su llegada a la presidencia de la Asamblea, cargo que ahora ocupa. Donde más se le buscaba, en Venezuela, porque era un desconocido hasta en su casa. Ya no más.
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¿Cómo llegó a la presidencia del Legislativo venezolano? Porque estaba, claro, pero porque otros no estuvieron.
Tras las elecciones de 2015 que dieron el control de la institución a los opositores, la Mesa de Unidad Democrática bajo la que todas esas fuerzas concurrieron contra Maduro pactaron que cada partido tomase la presidencia durante un año, para compartir la carga y el lucimiento. Ahora le tocaba a Voluntad Popular, pero tenía un problema, o mejor, tres: Leopoldo López, su líder, estaba en arresto domiciliario tras ser detenido en las protestas de 2014; Carlos Vecchio, su segundo, se había exiliado a Estados Unidos; y Freddy Guevara, su relevo natural, tuvo que pedir asilo en la embajada de Chile tras participar en otras manifestaciones, las de 2017. ¿Quién quedaba? Guaidó. Era su turno. Así se convirtió en el presidente más joven que ha tenido la cámara.
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Sus partidarios se afanan estos días en insistir en que no ha sido una opción desesperada por la división de los opositores, la cárcel, el exilio o la inhabilitación de los otros, en que está preparado y lleva años forjando su trayectoria. Que es serio, ordenado, trabajador. Recuerdan que ha ido participando en todas las grandes protestas, aún sin cargo, y de hecho en junio de 2017 fue agredido en una marcha por parte de la Guardia Nacional, recibiendo impactos de perdigones en la espalda y el cuello. "Tiene heridas de guerra", cita uno de ellos a Reuters.
Ahí llegó su primera foto. Luego, la de la ley de amnistía. Más tarde, la toma de posesión como presidente de la Asamblea Nacional, el 5 de enero. El 13 de ese mes fue detenido cuando iba a su ciudad. Primer detalle que evidenciaba su nueva popularidad. El Sebin, el servicio bolivariano de inteligencia, lo arrestó durante un rato. El Gobierno habló entonces de una acción unilateral de algunos agentes, que fueron llamados a careo y expulsados. Guaidó ya estaba en el centro del debate. El 23 de enero ya no se lo pensó más y se autoproclamó presidente "encargado" de Venezuela, apoyándose en artículos de la Constitución que, a su juicio, lo avalan, más los 14 millones de votos que logró la disidencia al frente de esta Cámara.
También lo avala Washington, el primero que le dio la bienvenida, con quien el Gobierno venezolano le acusa de estar en plena consonancia. "Es el hombre de Donald Trump", "un muchacho que está jugando a la política", dice Maduro. Esta última acusación enciende a su padre, Wilmer, un taxista que lleva 16 años fuera de Venezuela, en Tenerife, de donde era su bisabuela. El hombre era piloto de aviones pero una crisis económica tocó de lleno a las compañías aéreas en tiempos de Chávez y decidió marcharse, junto a su segunda esposa y sus hijas pequeñas.
Juan se quedó, porque ya estaba enrolado en su pelea en la universidad, ha explicado su padre a la prensa. "No es un chaval, es un líder que con 24 años ya estaba presidiendo organizaciones valientes, que tiene ideas y las lleva a cabo", defiende su progenitor, quien lo recuerda como un crío "muy servicial", que "problemas no dio", apasionado del béisbol, el tenis y el taekwondo.
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Guaidó es nieto de militares de la Guardia Nacional y la Naval y hace bandera de ello para tratar de atraer a los soldados y militares de base y de grado medio, en una Fuerza Armada cuya cúpula está aún con Maduro. Les habla, a sus 35 años, como un igual, un hombre joven al que le preocupa el futuro de su patria y el bienestar de su familia, enfatiza. En su caso, de su esposa, la periodista Fabiana Rosales, de 26 años, y su hija de año y medio, Miranda Eugenia, con las que vive en la localidad de Macuto, en su estado de Vargas. En ellas se apoya para lograr una buena imagen. Lo necesita, porque ni tiene demasiada fama, ni es especialmente carismático ni es el mejor orador.
El hombre en quien España y otros países europeos han puesto su confianza desde hoy tiene entre sus principales méritos que es negociador y conciliador, que ha servido para tapar grietas entre los opositores en momentos de crisis por su capacidad para escuchar, para entender que el otro pueda pensar de manera diferente, y para tratar de buscar soluciones "moderadas", dice AFP.
¿Qué plan tiene en mente para su país? Insiste en que hay que dar tres pasos: trabajar por el fin de la "usurpación" en Venezuela, implantar un gobierno de transición con él en la presidencia, y convocar elecciones libres y transparentes. ¿Y luego? No ha hablado de medidas excesivamente concretas, sino de marcos, que acaban resumiéndose en que primero hay que recuperar la "normalidad" en el país, "que es lo que genera identidad y arraigo", para poder luego levantar un estado "próspero y de desarrollo de nuestros sueños".
Ahora está por ver qué hoja de ruta diseña... y si el actual presidente Maduro le deja aplicarla. Los venezolanos deberían ser los que lo decidieran, defiende el Gobierno español.