Retrato de la estiba: el conflicto de los estibadores en cuatro esquinas de España
Dos mujeres y dos hombres, y su relación profesional y personal con un sector que mueve mercancías equivalentes al 20% del PIB español.
Cuatro perfiles de estibadores -dos hombres, dos mujeres, dos del Norte y dos del Sur- ayudan a ofrecer la foto fija de un sector que ha puesto de vuelta y media al Ministerio de Fomento y amenaza con resquebrajar la aritmética parlamentaria pactada entre el Partido Popular y Ciudadanos. Frente a las acusaciones de nepotismo, sueldos astronómicos y casta sindical privilegiada, solo uno de estos cuatro casos tiene precedentes familiares en la estiba, ninguno de ellos cobra más de 50.000 euros al año y todos han sufrido accidentes de riesgo mortal.
DANIEL MIGUEL (BILBAO)
- 43 años, 12 en la estiba.
- Familia: En pareja, con una hijo de tres años y medio.
- Salario: 30.000-40.000 euros anuales, según productividad.
- Accidentes: numerosos, el más grave fue una caída desde tres metros de altura.
- Familiares estibadores: Un primo.
Como a otros muchos portuarios en España, la estiba le sonaba a chino antes de pisar el puerto. Una oferta pública de empleo para el de Bilbao, después de un periodo sin trabajo, definió su vida profesional. ¿Quién iba a decirle a este licenciado en Económicas que acabaría al mando de la carga y descarga de buques de grandes dimensiones?
No son los entre 30.000 y 40.000 euros anuales que ingresa al año y muy lejos de los entre 70.000 y 140.000 euros que la patronal y el Ministerio Fomento aducen que ingresan los portuarios. Porque ganaba más en su anterior sector. "No es el dinero lo que me hace quedar aquí", confiesa en conversación con El Huffington Post. "Soy feliz en el puerto y tampoco están las cosas para aventuras profesionales", justifica con orgullo.
Pese a sus 12 años en la estiba, Dani Miguel sigue siendo un observador. Dice que esta es una vocación de servicio, que la vida de los estibadores gira alrededor de su empleo, "como no he visto en otros sectores", explica en una tercera persona del plural que no abandona hasta que hace mención a la seguridad.
Si los accidentes son algo eventual en otros sectores, en la estiba son el día a día. Este oficial manipulante confiesa haberse llevado "varios sustos". En el más serio, cayó tres metros abajo cuando realizaba una labor de enganche en una máquina.
En Bilbao, las ocho horas de jornada, aunque a tiempo partido, se hacen muy intensas. "Estás deseando que llegue el final para volver a casa", cuenta. "El ritmo de trabajo es de estrés absoluto y requiere una concentración máxima para evitar incidentes que hagan peligrar tu vida o la de tus compañeros, las condiciones meteorológicas, aquí en el Norte, son muy duras, y aún así eso no te para", relata. "El trabajo se hace siempre rayando límites", despacha. "El sueldo", explica, "no compensa una profesión tan arriesgada y en la que la conciliación es prácticamente inexistente, solo compensan esos otros lazos", dice, "los personales". Para Miguel, es este compañerismo, la sensación de realizar una tarea productiva, diferente día a día, la organización...", enuncia, "son factores que te hacen seguir adelante".
Lo que te corta el aliento como estibador es "la brutal campaña de desprestigio". ¿Por qué a nosotros?, se pregunta este economista reconvertido en portuario. "Tenemos un sueldo medio que nos permite vivir sin grandes lujos", explica. "De hecho, alquilo un piso", pone de ejemplo. "¿Este es el futuro que nos espera?", repregunta. "Solo queremos mantener el empleo y las condiciones son las óptimas para la subrogación: trabajamos para una empresa privada y las cifras de volumen y de trabajo son más que buenas", justifica. "El trabajo se está haciendo bien", insiste. "Con todo", concede, "si hay que hacer ajustes, los entenderemos".
ROSA DILLA (BARCELONA)
- 40 años, 18 en la estiba.
- Familia: Convive con los hijos de su pareja.
- Salario anual: inferior a los 40.000 euros al año
- Accidentes: varios. El más grave, una caída desde tres metros de altura.
- Familiares estibadores: un tío abuelo, al que no conoció.
Rosa Dilla tenía 22 años cuando terminó Comunicación Audiovisual en la Pompeu Fabra. Atenta a cualquier movimiento en el mercado laboral, se inscribió en una oferta de empleo del puerto de Barcelona. La primera en que entraron mujeres en la estiba catalana, siete de las 72 incorporaciones.
"Tengo presente mi primer día como si fuera ayer", rememora. "Estibarna era en aquella época la empresa más grande de Barcelona", sigue. "Recuerdo la sensación al bajar del coche y ver una máquina enorme con ruedas de cuatro metros de altura: ¡Madre mía! ¿Dónde me he metido?, me dije", guioniza. "Te acostumbras", asegura.
Rosa Dilla siente rabia -"impotencia", también dice- por el conflicto en que está inmerso el sector. "La campaña de odio del Gobierno me indigna muchísimo porque estuve a punto de matarme en un accidente", se duele. "Llevamos máquinas muy peligrosas y siempre tienen que estar perfectas para trabajar; solo profesionalidad, formación y experiencia garantizan la seguridad", incide.
Pese a la anarquía que, dice, gobierna su vida, esta mujer despierta y responsable, que atesora dos carreras universitarias -también estudió Ciencias Empresariales- y otra muy diversa formación, dice estar enamorada de una profesión a la que llegó un poco por azar.
Lo mejor y lo peor de la estiba, confiesa, "es la relación que existe entre nosotros". Lo mejor, "porque todos nos conocemos y tenemos un trato cercano y familiar", explica. "Pero a la vez también es lo peor porque es común perder a compañeros en accidentes", asegura. "El primero lo viví, si no recuerdo mal, la víspera de Reyes de 1999; el último, el pasado 20 de diciembre", hace memoria. "Desde el primero hasta el último", revela, "es muy duro".
SANTIAGO MEDINA (GRAN CANARIA)
- 58 años, 24 en la estiba.
- Familia: Casado con dos hijos, de 30 y 28 años.
- Salario anual: inferior a los 40.000 euros al año
- Accidentes: ninguno de gravedad mortal.
- Familiares estibadores: Ninguno.
"Tenía 36 años, dos niños y una hipoteca", recuerda, "y acababan de cerrar los grandes almacenes en que trabajaba". Santiago Medina acudió a una oficina de empleo; pasados dos meses, una empresa de trabajo temporal le llamó para trabajar en el puerto de Las Palmas. "Empecé a formarme, pasé unas oposiciones, seguí formándome, volví a examinarme... y hasta hoy", cuenta. "Primero con la maquinaria más pequeña, luego con cabezas tractoras, como capataz, apuntador informático y controlador de mercancía", enumera, "y todo esto cuesta un dinero", apunta, "porque la formación se hace en jornadas de trabajo".
No hay descansos. El puerto abre las 24 horas del día. Los turnos para la estiba son cuatro: de 8.00 a 14.00, de 20.00 a 02.00 y de 02.00 a 8.00. "Y hasta las 7 de la mañana del día en cuestión no sabes en cuál te va a tocar y si vas a doblarlo", matiza. "Tenemos que estar preparados para hacer doce horas diarias si el trabajo lo requiere", apunta.
Le apasiona la estiba, su trabajo en el puerto, el compañerismo, los retos diarios, la maquinaria con olor a nuevo, su dominio.... Siente pena cuando mira a sus hijos, de 30 y 28 años. "El pequeño no tiene trabajo; se vuelve a Inglaterra", rescata. "Me preguntan sobre lo que se dice de nosotros", introduce, "y lo que más siento es que nos acusen de desalmados, de golfos privilegiados, de que cobramos cifras astronómicas...", se duele. ¿Nosotros?, se pregunta. "Si somos un colectivo muy solidario: hacemos campañas de recogida de todo tipo, participamos en la Kitchen On the Run, una plataforma de cocina ambulante que da de comer a los refugiados de Turquía y que ha recorrido toda la Península... Ya no digo que nos traten bien, al menos que no nos difamen", ruega.
El puerto acoge accidentes a diario. "Gracias a la profesionalidad y la formación recibida, advertimos el peligro", asegura, "pero aún así muchos fallecieron y otros se quedaron rotos, inútiles", cuenta. "Recuerdo el último accidente grave, que me pasó rozando: el capataz fue aplastado por la máquina, hubimos de sacarlo de debajo de ese armatoste y esperar a que llegara la ambulancia que lo recogió ya sin vida".
También Santiago Medina tiende la mano. "No podemos estar fuera del sistema de la Unión Europea", asiente, "pero pedimos un modelo consensuado que garantice principalmente la seguridad, en la estiba no cabe cualquiera, solo el que está muy bien formado".
ESTHER LÁZARO (VALENCIA)
- 40 años, 22 en la estiba.
- Familia: Dos hijos, de ocho y diez años.
- Salario anual: inferior a los 50.000 euros al año
- Accidentes: varios, en el más grave se abrió la cabeza con la escotilla de un barco.
- Familiares estibadores: su padre, ya jubilado.
La primera estibadora de España. Hasta que Esther Lázaro no pisó el puerto de Valencia, ninguna mujer se atrevió con este oficio de riesgo y horarios intempestivos. Esta capataz, que por tradición familiar siempre tuvo claro a qué se iba a dedicar el día de mañana, es una de las algo más de 700 mujeres estibadoras en España, una de las 300 de Valencia. "Estos 20 años de mujeres en los puertos, hemos avanzado más en igualdad que los Gobiernos con sus políticas", asegura.
Fueron ella y las tres siguientes mujeres que entraron a trabajar al puerto levantino las que comenzaron a definir las reglas de la compatibilidad de vida familiar y laboral en un sector en que tiene difícil acomodo. "En el puerto es muy difícil hacer una conciliación al uso", cuenta. "Para conciliar, podemos quitarnos una jornada, la que más nos perjudique", explica. "Yo no hago noches, no quiero que mis hijos duerman solos", especifica.
"Los estibadores somos gente muy pasional", se declara Esther Lázaro. "Desde niños, escuchamos las historias de nuestros padres, que suenan a aventuras llenas de solidaridad, y te contagia", confiesa. "La profesión tiene el mismo romanticismo que se transmite en el libro de Ildefonso Falcones La Catedral del Mar", transmite. El mismo romanticismo, y quizá muchos de los riesgos de aquel siglo XIV.
Este es, "de lejos", el momento profesional más duro para Esther Lázaro. "El problema no está en liberar el sector, sino en precarizar el trabajo", defiende. "El puerto exige una concentración exquisita", introduce. "¿Sabe el ministro lo que cuesta formar un gruero?", interroga. "¿Una ETT va invertir lo necesario en formar a un gruero, a un manipulador....?", duda. "¿Qué va a pasar con la liberalización? ", continúa. ¿Tendremos gente no profesional en puestos de trabajo donde la seguridad demanda una cualificación extrema?", proyecta.
Para Esther Lázaro, la de la estiba es una batalla de toda la sociedad, y no exclusiva de los estibadores. "¿Por qué habríamos de sentirnos orgullosos de un puesto de trabajo en que recibes 500 euros al mes por nueve horas al día?", interroga de nuevo. "Lo justo", responde, "sería tanto vales tanto cuestas, y quizá los ciudadanos de 800 euros mensuales deberían comenzar a pedir que se suban sus sueldos en lugar de tacharnos de privilegiados y pedir que se bajen los nuestros", insiste. "Que te paguen por tu trabajo no debería estar mal visto, más cuando asumes horarios infernales y hay riesgo para tu vida", remacha.
"Para los políticos, somos una mafia porque nos llamamos familia", rechaza Esther Lázaro, "cuando", dice, "no entienden que ese calificativo apela a nuestra solidaridad", dice. "No somos mafia, no especulamos con nuestro trabajo", zanja en tono vehemente.