"Las mujeres violadas nunca olvidarán lo que es ser violadas"

"Las mujeres violadas nunca olvidarán lo que es ser violadas"

Jan Ilhan Kizilhan

“Cogió a la niña, de sólo dos años, y la metió en una caja de metal y la encerró. Después la sacó y la sumergió en agua congelada, lo que provocó que se le cayera un ojo. Días más tarde la golpeó hasta romperle la columna. Sobrevivió dos días. Su madre, Sahira, la recuerda a diario y llora cuando ve a un bebé de su edad”.

Es el testimonio del psicólogo alemán Jan Ilhan Kizilhan, que ha entrevistado y tratado a 1.400 mujeres y niñas que han sido esclavizadas por el Estado Islámico. Es, según explica a El Huffington Post, una de las historias que más le han impresionado y afectado. Pero es consciente de que, en algún momento, conocerá alguna todavía peor. “Cuando crees que no puede pasar nada más terrible, entonces llega otra mujer y te cuenta su historia, que es todavía más espantosa”, explica.

Sabe bien de lo que habla: ha trabajado con pacientes traumatizados por la guerra de distintos países como Ruanda, Bosnia, Afganistán, Siria o Irak y, a través de sus ojos, ha visto el dolor, el miedo, el vacío, y la desesperanza. Nadia Murad, recientemente galardonada con el premio Sajarov, ha sido una de sus pacientes. Murad es, junto a otras miles de víctimas, una de las mujeres que han podido ser atendidas gracias al programa puesto en marcha en noviembre de 2014 por el Gobierno regional de Baden-Württemberg, el único del mundo que da refugio a 1.100 víctimas del Estado Islámico.

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Kizilhan en uno de los campos de refugiados que ha visitado

Hay muchas más: unas 1.800 mujeres y niñas están, a día de hoy, secuestradas como esclavas del Estado Islámico, según un informe de Human Rights Watch basado en cifras del gobierno regional kurdo. Por su parte, la ONU ha cifrado, basándose en los datos proporcionados por los oficiales yazidíes, en hasta 3.500 el número de rehenes de este grupo religioso que permanece capturado por este grupo yihadista.

Por eso, por esas cifras del horror, no fue difícil convencer a Kizilhan de que ayudara: “Sólo en 2015 estuve 14 veces en Irak y visité la mayoría de los campos del norte del país. La violación sistemática forma parte de los actos genocidas que se llevan a cabo contra la población yazidí, un grupo de habla kurda que vive principalmente en el norte de Irak. Sentí que era mi deber ayudar a todas esas mujeres y niñas”.

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Mujeres yazidíes huyendo de su tierra natal, en el norte de Irak

Su trabajo no es fácil. Tiene que mostrar una gran fortaleza cada vez que pisa un campo de refugiados y cuando las víctimas le hacen preguntas que nadie es capaz de responder, vienen a su mente sus dos hijas, y tiene que tomarse su tiempo para apartar sus sentimientos. “Mi paciente más joven es una niña de 8 años. Ha sido vendida en los mercados de esclavas del Estado Islámico al menos siete veces y violada reiteradamente por sus captores. Me pregunta siempre: “¿Por qué la gente hace eso?” Como médico puedo explicárselo desde un punto de vista científico, pero, ¿cómo puedes explicarle a una niña de 8 años los motivos por los que un humano se comporta como un demonio, cómo puedo explicárselo como padre de dos niñas que soy?”.

Además de hacer una terapia de choque inicial sobre el terreno, la labor de este psicólogo consiste en tomar la difícil decisión de qué mujeres se beneficiarán del programa y podrán irse con él a Alemania, donde recibirán tratamiento a largo plazo, y las que tendrán que quedarse.

“Sé que cada decisión cambiaría una vida y era infernal tener que tomar esas decisiones, decidir quién cumple los requisitos y quién no”, explica. Esos requisitos a los que alude Kizilhan se basan en tres criterios: las mujeres y las niñas tienen que haber estado en manos del Estado Islámico, tienen que haber sufrido durante su secuestro un trastorno médico y psicológico y en Alemania tiene que existir la posibilidad de darles un buen tratamiento.

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Una víctima del Estado Islámico en Irak

Aquellas que son elegidas viven ahora en ciudades de Baden-Württemberg, o en otros dos estados alemanes: la Baja Sajonia y Schleswig-Holstein. Allí son ayudadas por traductores, trabajadores sociales, médicos y terapeutas de habla kurda, que las orientan a adaptarse a un entorno que, de primeras, les resulta completamente ajeno. “Necesitan orientarse, saber dónde están. Sólo entonces pueden comenzar la terapia”, dice Kizilhan.

A la hora de tratarlas, los especialistas se encuentran ante víctimas que sufren tres tipos de trauma, según este psicólogo: el personal reciente, el histórico y el colectivo. Es algo común a los yazidíes u otras minorías que han sufrido, generación tras generación, la guerra y la persecución. “Los yizadiíes han sido víctimas de genocidio 74 veces en los últimos 800 años. Esta inestabilidad traumática está tan arraigada que complica la terapia”, explica.

Para ayudarlas realmente no vale cualquier especialista, según Kizilhan, sino alguien formado por y para ello. Tiene que ser una persona que sepa su lenguaje, en qué consiste su cultura: “Conocer las diferencias culturales es importante en psicoterapia y es relevante para ayudar a mujeres y niñas que han sufrido tanto”. “Por ejemplo, la cultura yazidí es muy colectiva, menos individual. A veces se sorprenden cuando les preguntas por sus sentimientos ya que siempre se centran en ayudar a su familia y comunidad. Así que, en la primera fase de la terapia es muy probable que eviten hablar de sí mismas, centrándose en decir que lo único que les importa es que sus hijos estén bien. Por eso hay que trabajar muy lento, ayudándoles primero a estabilizarse en un nuevo entorno, ayudándoles a confiar de nuevo, y empezando, poco a poco, con la terapia, que requiere tiempo”.

A día de hoy Kizilhan divide su tiempo entre dar conferencias en la Universidad Estatal de Baden-Württemberg y trabajar en una clínica cercana, pero mantiene el contacto con alguna de las mujeres que ha tratado, como Sahira, quien le ha confesado cómo piensa cada día en su bebé asesinado, pero que ha podido seguir adelante centrándose en que sus otros dos hijos estén bien. “Hablamos de ese tipo de trauma, de ese que se queda de por vida, que no se olvida, pero con el que aprenden a vivir. Las mujeres violadas nunca olvidarán lo que es ser violadas, otras nunca olvidarán lo que es ver cómo asesinan a un ser querido delante de ellas, ni la vergüenza que, aunque parezca mentira, sintieron. Pero luchan por seguir adelante y en eso consiste nuestra labor, en ayudarlas a que lo consigan”, concluye.

FALTA DE APOYO INTERNACIONAL

Kilzinhan denuncia que la comunidad internacional podría hacer mucho más por las víctimas del Estado islámico, algo que Amnistía Internacional también considera.

En su último informe, AI asegura que se las está desatendiendo por falta de apoyo adecuado de la comunidad internacional: "La mayoría de las mujeres y niñas yazidíes que han conseguido escaparse del cautiverio del EI viven en terribles condiciones, bien con familiares empobrecidos que han sido desplazados de sus casas o bien en campos de personas desplazadas internamente en la región del Kurdistán de Irak. Sus necesidades sobrepasan el apoyo disponible".

En el informe también se denuncia cómo el trauma de las supervivientes de violencia sexual se ve además agravado por el estigma que rodea la violación. Las supervivientes creen que su “honor” y el de sus familias se ha visto mancillado y temen que, a consecuencia de ello, su lugar en la sociedad se vea afectado.

Muchas supervivientes de violencia sexual siguen sin recibir la ayuda y el apoyo integrales que necesitan desesperadamente.

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Laura Riestra es subdirectora en 'El HuffPost'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Carlos III, ha trabajado en RTVE.es y en el diario 'ABC'. Puedes contactar con ella en laura.riestra@huffpost.es