Las claves de las negociaciones de paz para Siria tras cinco años de guerra
Con cinco días de retraso, y salvo nuevas dilaciones de última hora, Ginebra debe acoger desde hoy las conversaciones auspiciadas por las Naciones Unidas sobre la guerra en Siria, la tercera ronda diplomática y la más seria que se plantea para poner fin a la contienda y hacer frente a la peor crisis humanitaria que sufre el mundo. Pese a las tímidas expectativas de progreso en las semanas previas a esta cita, hoy las previsiones son más negras que grises, la fragilidad del proceso es extrema.
Staffan de Mistura, el enviado de la ONU para Siria, ni siquiera está seguro de quién asistirá al encuentro. La oposición siria anunció anoche que sus delegados no se sentarán en la mesa de negociaciones hasta que reciban garantías de que el régimen de Damasco va a aplicar un alto el fuego y va a permitir la asistencia humanitaria en las áreas más dañadas por bombardeos y cercos. "Somos serios sobre la necesidad de tomar parte en este proceso, pero lo que realmente dificulta el inicio de las negociaciones es el que el bombardeo de civiles y el asedio para hacerlos morir de hambre de mantiene", declaró Salem Al Muslet, el portavoz de los negociadores de la oposición que se reunieron en la capital de Arabia Saudita, Riad .
Pese a las dudas de última hora, estamos ante un proceso negociador que pretende que la Siria oficial y la rebelde, la afín al régimen y la contestataria, la del dictador y la que se le opuso -con gritos unos, con armas otros-, se sienten a una misma mesa con propuestas realmente concretas. Desde aquel marzo de 2011, cuando un movimiento de esperanza se levantó contra las desigualdades y privilegios instaurados por Bashar el Asad y sus predecesores, hasta este 29 de enero, cuando el país ya casi no tiene sangre que verter, nunca las partes y contrapartes se plegaron a debatir con el otro auspiciados por una resolución de la ONU. Ahora, presionadas por la comunidad internacional, deben hacerlo en Ginebra, iniciando una ronda de contactos que se inicia con demasiadas incógnitas, roces y condiciones.
Llega 260.000 muertos después, cuando 15 millones de sirios necesitan ayuda humanitaria constante, cuando 4,5 millones viven en zonas cercadas y casi medio millón tiene sobre su cabeza la amenaza de una muerte por hambre, cuando otros cuatro millones han tenido que buscar refugio fuera del país y ocho millones más son desplazados internos, que han dejado sus casas por los bombardeos, los combates o la persecución islamista, cuando hay dos millones de niños que no pueden ir a clase y Unicef alerta de que puede perderse toda una generación de estudiantes. Nada de esto ha conmovido lo suficiente a la comunidad internacional como para poner fin a la situación.
Lo que comenzó siendo un levantamiento entusiasta, limpio, sin violencia, de ciudadanos cansados contra el régimen de El Asad en el contexto de las primaveras árabes, se trocó en una guerra abierta en marzo de 2010: primero vino la represión imparable del Gobierno y su Ejército afín contra los opositores, que reclamaban derechos, libertad, igualdad de trato.
Más tarde, parte de la lucha se radicalizó y se hizo con armas, lo que dio lugar a la creación de grupos armados disidentes como el Ejército Libre de Siria y, con el tiempo, aparecieron células islamistas como el Frente Al Nusra (brazo local de Al Qaeda) y el Estado Islámico (EI, ISIS o Daesh), que convirtieron Siria en un campo de batalla yihadista.
A grandes rasgos, se puede decir que hoy el Daesh controla entre 40.000 y 90.000 kilómetros cuadrados del país. El resto del terreno, debilitados los grupos armados no islamistas, casi está por completo en manos del régimen. Asad no avanza notablemente, pero tampoco retrocede, sigue fuerte en Damasco y su área metropolitana o Latakia (su zona de origen, de minoría alauí), y con apoyos esenciales como Rusia o Irán.
Las tropas de Bachar al Asad luchan contra unos mil grupos rebeldes, con unos 100.000 combatientes, según datos aproximados recopilados por diversas Inteligencias internacionales.
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La oposición moderada al régimen, no armada, se organizó en los primeros tiempos, para diluirse con los meses, perdida entre divisiones internas y falta de apoyo internacional. No ha habido apenas un bloque homogéneo con el que negociar, la amalgama de disidentes ha tenido numerosos enfrentamientos internos y hay quien no los reconoce como legítimos interlocutores. De esta división de un lustro -y, claro, de la cerrazón del régimen y su fiereza- proceden los desajustes que ahora amenazan el proceso de Suiza.
La ronda que ahora se abre es fruto de dos encuentros previos y, sobre todo, de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que, por primera vez en la guerra, fue firmada por todos sus miembros, temporales y permanentes, incluyendo por tanto a EEUU y a Rusia, el principal detractor y el principal partidario, respectivamente, de Asad.
En octubre pasado hubo una primera ronda de contactos en Viena, en la que se aceptó un plan de nueve puntos que defendía la necesidad de un gobierno de unidad nacional y la erradicación del terrorismo. En la segunda ronda, en noviembre, ya se planteó la posibilidad de negociar durante seis meses una transición pacífica y celebrar elecciones en un año y medio.
Todo esto cuajó en la resolución 2254 del Consejo, datada el 18 de diciembre, y que se compromete con "la soberanía, la independencia, la unidad y la integridad territorial" de Siria (puedes leer el documento completo, en castellano, al final de esta noticia). Ya oficialmente, plantea las negociaciones "sobre el proceso de transición" entre Ejecutivo y disidencia para enero de 2016, da un plazo de seis meses para que se establezca una "gobernanza creíble, incluyente y no sectaria", apuesta por redactar una nueva constitución y, ya con este articulado como base, por la convocatoria de elecciones en un plazo de 18 meses, con supervisión de la ONU.
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El Consejo de Seguridad, votando la resolución sobre Siria.
El documento añade que en paralelo tiene que darse un alto el fuego "nacional", con supervisión y verificación de lo que cada una de las partes hace, y el fin absoluto de cercos o agresiones a civiles; sólo se mantendrán ataques que estén vinculados claramente con la lucha contra grupos terroristas como el Daesh o Al Nusra. Se debe garantizar, concluye la resolución, el regreso en paz, seguro, de todos los refugiados, los que se han ido de Siria o los que se han desplazado dentro del país. En cinco años, apenas ha habido algunos altos el fuego puntuales, muy locales, que en ocasiones hasta han sido violados para tomar rehenes o reforzar un cerco.
Básicamente, debe haber dos grandes bloques representados en Ginebra: el gobierno de Asad y los opositores, los aglutinados en dos plataformas: la Coalición Nacional Siria (CNFORS), reconocida internacionalmente como el representante del pueblo sirio, y la Comisión Suprema para las Negociaciones, muy crítico, más ligado a la oposición que aún queda en el interior del país. Sin embargo, incluso horas antes del inicio de la ronda, hay desacuerdo generalizado sobre qué grupos opositores deben participar en las conversaciones, según ha confirmado el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.
Las partes nunca se encontrarán formalmente, sino que los contactos serán indirectos, en habitaciones separadas, con personal de la ONU que irá y vendrá contando a cada uno lo que dice su adversario.
El presidente sirio, Bachar el Asad, en una audiencia en Damasco con el enviado especial de la ONU para el país, Staffan de Mistura.
Poco entusiastas, los representantes del régimen han querido ir de tapadillo, sin dar a conocer condiciones previas al diálogo, pero tienen una cosa muy clara y que todos saben: Asad tiene que estar en cualquier proceso de transición que se inicie en el país, hay que contar con él forzosamente. La delegación de Damasco estará encabezada por el embajador sirio ante la ONU, Bashar Al Jaafari, y supervisada por el vicecanciller Faisal al-Moqdad; Jaafari, en 2014, ya fue el interlocutor con los opositores en contactos previos que no quedaron en nada. Ellos sí han confirmado su presencia en Ginebra.
Los opositores reclaman que Asad no participe en la nueva vida política siria, que se defina mejor qué tipo de autoridad ha de regir los próximos meses en Siria, que se paren los bombardeos sirio-rusos y los asedios a poblaciones civiles.
Los grupos opositores reconocidos quieren que se cumplan sus condiciones previas de alto el fuego y ayuda humanitaria y que se garantice, además, que son el único bloque disidente que negocia en Ginebra. Este recelo ha surgido después de que Rusia se mostrara dispuesta a dar un espacio a los kurdos autonomistas, que han llegado incluso a desplegarse en el norte de Siria y en la frontera con Turquía. Esa "tercera delegación" puede alterar las negociaciones, denuncian. Ankara, enfrentada a los kurdos históricamente, sostiene que sería un "error" darles espacio en el debate, pero EEUU los avala, porque le ayudan en su campaña contra el yihadismo en la zona. Todo un complejo entramado de fuerzas y contrafuerzas, de amores y odios.
A ello se suma que no todo el mundo está dispuesto a reconocer a los componentes de la delegación oficial y sobre todo a sus portavoces ya que, según se acordó en una reciente reunión en Riad, el grupo de 17 interlocutores críticos con Asad estará presidido por el general desertor Assad Zoubi, al que algunos califican de rebelde peligroso, mientras que el jefe negociador será Mohamed Alloush, un salafista, al mando de la coalición Yaish Al Islam o Ejército del Islam, un grupo islamista.
Yaish Al Islam se incluye en una lista elaborada por Jordania con los grupos que pueden calificarse como terroristas y, por tanto, no debían estar sentados a la mesa. Hay quien entre los opositores sostiene que el grupo, en realidad, tiene interés en reintegrarse a la vida política y pacífica, pero son muchas las sombras sobre ellos. A Rusia, por ejemplo, no le gustan nada.
La ONU ha dicho que no mandaría las invitaciones formales al encuentro hasta que las grandes potencias que promueven las negociaciones estén de acuerdo en qué representantes de los rebeldes -más allá de los civiles del grupo- deben asistir al encuentro, pero las habitaciones en los hoteles están reservadas para todos, ha informado AFP.
Kerry reconoció el jueves pasado desde Davos que este desajuste aún podría producir una demora en las conversaciones, pero "cuando se dice demora, puede ser un día o dos para las invitaciones, pero no va a haber una demora fundamental". "El proceso" de las conversaciones comenzará ya, insiste el jefe de la diplomacia estadounidense. Rusia lo avala: "Esto es sólo el principio. Estamos convencidos de que el diálogo seguirá", han dicho fuentes diplomáticas de Moscú a las principales agencias de prensa.
El diálogo será estrictamente intrasirio. Es el compromiso al que llegaron las partes en litigio. Serán ellos, régimen y opositores, los que hablen directamente, pero es impensable que ese diálogo vaya a desarrollarse sin la presencia notable de sus fuertes y contrafuertes, de las naciones que apoyan a cada cual.
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John Kerry, secretario de Estado norteamericano, y Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso, esta semana en Suiza.
Por supuesto, hay delegaciones en Ginebra de Estados Unidos y de Rusia, enarbolando la bandera de los anti Asad, unos, y de los pro Asad, los otros. Ellos liderarán el llamado Grupo Internacional de Apoyo a Siria, (ISSG, por sus siglas en inglés), que "apuntalará" el proceso. No se ha especificado cuál es exactamente su labor, pero se espera que sea la de tutela y acicate de las partes y de supervisión de que los intereses de cada cual no se pervierten.
En este grupo están representados, además, la Liga Árabe, China, Egipto, la UE, Francia, Alemania, Irán, Irak, Italia, Jordania, Líbano, Omán, Qatar, Arabia Saudí, Turquía, Emiratos Árabes, Reino Unido y la ONU. Sin embargo, por lo espinoso de la presencia de personal, por ejemplo, de Teherán, aliado sobre el terreno de Asad, es posible que sus representantes no estén físicamente en la mesa de diálogo. El enviado especial de Naciones Unidas para Siria, Staffan de Mistura, ha hecho consultas durante las últimas semanas con varios de estos países para recoger sus propuestas.
Mientras el bloque europeo y estadounidense defiende la salida de Asad incluso del Gobierno de transición, porque entienden que el culpable de tanta muerte no puede pilotar ni participar en el nuevo tiempo político, Rusia-Irán siguen apoyando el papel del actual dictador en el futuro próximo de Siria. El Centro de Documentación de Violaciones en Siria ha desvelado esta semana que Moscú ha causado mil muertos civiles -300 de ellos niños- desde que comenzó sus bombardeos contra grupos rebeldes o terroristas el pasado septiembre, cuando decidió no sólo prestar ayuda logística o armada, sino intervenir directamente en la guerra desde el aire.
EEUU ha pedido que, como primera medida de buena voluntad, se arranque a Damasco la apertura de pasillos humanitarios para introducir ayuda, por ejemplo, a los 4,5 millones de sirios que viven en zonas cercadas, casi sin alimento ni medicinas.