Cinco años de las revueltas árabes: ni paz, ni democracia
Una sensación de ahogo y desasosiego se va apoderando del cuerpo a medida que avanzan los 80 minutos que dura el documental Vuelta a Homs. Los edificios destrozados, ciudades que ya no lo son, tiendas reconvertidas en hospitales de paso y rostros dominados por el dolor es la realidad que las imágenes muestran sobre una Siria en la que es difícil imaginarse cualquier futuro.
Grabado por Talal Derkir en 2013, el reportaje relata la vida de dos jóvenes sirios, un portero de la selección nacional de fútbol y un periodista, y de cómo se han visto obligados a cambiar sus vidas para convertirse en insurgentes y luchar contra el régimen de Bashar al Assad. Más allá de estos dos protagonistas, el documental, presentado en la Casa Encendida en el marco del ciclo “Crisis Olvidadas”, muestra mucho más: consigue acercar la realidad de un pueblo, el sirio, abandonado a su suerte en una guerra civil que se enmarca en la “mal llamada Primavera Árabe”, que comenzó hace ahora cinco años.
Aquellas revueltas impactaron e ilusionaron ante la idea de que con ellas se abría una nueva era para el mundo árabe, basada en la democracia y el fin de regímenes autocráticos. Sin embargo, semejantes expectativas no se han cumplido. Las metas “pan, libertad y justicia social” se han convertido en sueños frustrados y desde Occidente no se presta la suficiente atención al hecho de que, poco a poco, se está gestando una segunda oleada de revueltas populares, “que es lo que son”, como explica a El Huffington Post Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). “La ‘Primavera Árabe’ sencillamente no ha existido: ni fue en primavera, ni es árabe. Empezó en otoño en una perdida ciudad del sur de Túnez, en diciembre de 2010. No es árabe en la medida en la que de 22 países sólo ha caído el dictador en 4 de ellos, luego no es un movimiento tan general que haya puesto patas arriba todo el mundo árabe musulmán”, expone Núñez.
Así, lo cierto es que a día de hoy hay poco que celebrar. Si bien es cierto que algunos países han emprendido tímidos procesos de apertura democrática -como es el caso de Túnez-, otros muchos han regresado al autoritarismo, se encuentran en plena descomposición estatal o viven en mitad de guerras civiles con tintes sectarios. Tal y como recuerda el codirector del IECAH, “Libia es hoy un no- estado, Egipto ha vuelto casi de nuevo a la casilla de salida después del golpe de Estado y Yemen es un estado absolutamente fallido, donde no hay una solución a corto plazo”.
Esos países son los que han captado la atención mundial, si bien es cierto que no han sido los únicos en vivir estas revueltas. En Argelia y Marruecos se dieron protestas que fueron respondidas por el presidente Abdelaziz Bouteflika -levantó el estado de emergencia que llevaba vigente 19 años- y por el rey marroquí llevando a cabo reformas limitadas antes de que las demandas del pueblo fueran radicales y se generalizaran las manifestaciones. En Bahréin las cosas no fueron igual. Se convirtió en el primer país del Golfo Pérsico -el tercero del mundo árabe tras Túnez y Egipto- en el que sus ciudadanos se echaron a las calles para expresar su descontento, pero el que parecía ser un nuevo levantamiento popular fue “bombardeado”, literalmente, por el régimen, sin captar el foco de la atención pública y obligando a su sociedad a permanecer inmóvil.
LA PASIVIDAD DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL
En mitad de toda esta vorágine, la comunidad internacional ha mantenido por norma un papel que se ha basado fundamentalmente en la pasividad. Han influido diversos factores, como los intereses que según qué países tenían ante determinados territorios, y la mezcla ha provocado que hayan sido pocos, tardíos o ambiguos los pasos que se han dado para ayudar en la resolución de los conflictos. “Ni EEUU ni la UE han apostado por los actores locales que se movilizaron para acabar con un régimen. Lo peor de todo es que lo que se ha hecho es contradictorio y negativo para la población de estos países”, recuerda Núñez.
Son muchos los momentos en los que en el documental (“Vuelta a Homs”) los sirios piden con sus cánticos ayuda a los líderes extranjeros, incluso reclaman explícitamente una zona de exclusión aérea como la que se impuso en Libia. Sin embargo, si dicha ayuda se diera, no debería quedarse ahí. “Una intervención militar en Libia no ha resuelto en ningún caso los problemas de su población, porque se la ha abandonado a partir de entonces y lo que ha venido después de Gadafi ha sido todavía peor, nadie ha tenido la voluntad política de actuar ahí. En Siria, después de plantear líneas rojas como el uso de armas químicas, cuando se han usado no se ha actuado, lo que ha permitido a Rusia, en una magnífica operación de imagen, aparecer como el bueno, por decirlo así, frente a un EEUU que en ese momento parecía belicista”, explica Núñez.
Por tanto, desde la comunidad internacional no sólo no se hace lo suficiente, sino que se lanzan mensajes contradictorios. Se aboga por un discurso basado en el respeto a los derechos humanos, a las libertades, pero, como defiende el codirector del IECAH, hay una práctica real “que ha consentido que muchos escenarios hayan caído en la violencia”.
Egipto es una prueba de ese doble juego al que alude Núñez. En su opinión, la postura internacional respecto a lo que está pasando en el país demuestra que, como lo que interesa es “el tráfico marítimo por el Canal de Suez y la paz con Israel” en la medida que haya un gobernante egipcio que asuma esos dos elementos “lo demás dará exactamente igual, de ahí que tanto la UE como EEUU haya bendecido el golpe de Estado de Al Sisi”. Ante esto, el mensaje que se está lanzando al islamismo radical es claro: “A todos los grupos -como los Hermanos Musulmanes o Hamás- que han optado por el juego político presentándose a las urnas, les hemos dicho que no hay sitio para ellos en el juego político, porque han ganado -como en las primeras elecciones tras la caída de Mubarak- y siempre se han producido hechos que han expulsado del juego político a esos partidos de perfil islamista, con lo que se consigue que se radicalicen aún más”.
¿Y qué papel jugaron y juegan los medios de comunicación en todo esto? Obviamente uno fundamental, pero se cayó fácilmente en la ilusión que desprendían aquellas movilizaciones que llenaron la egipcia plaza de Tahrir o las que provocaron la caída del tunecino Ben Alí. Así lo recuerda Núñez, que además considera que muchos transmiten, queriendo o no, la idea de que el islam “es el nuevo enemigo” y de este modo se tiende a “identificar el islam con el terrorismo islamista”. “Si afináramos un poco más el lenguaje, podríamos contrarrestar ese discurso dominante que presenta al islam como el malo de la película. Los yihadistas son terroristas, sí, llamémoslo por su nombre, pero no confundamos conceptos como que el islam es malo por definición”.
Con todo, quizá exista ahora una nueva oportunidad, dado que se está gestando, como se aludía al principio, una segunda revuelta árabe. “La idea es entender que aunque el balance actual, transitorio en cualquier caso, es frustrante, las cosas no pueden quedar como estaban antes del inicio de las movilizaciones. Lo que ha ocurrido tiene consecuencias y por lo tanto no sabemos ni cómo ni cuándo, esas oleadas volverán. Básicamente porque la situación estructural de la zona, en términos de bienestar, de violación de derechos, de marginación, etc, siguen estando ahí y por tanto volverá a haber otra gota que colme el vaso de la paciencia de esas sociedades civiles y volverán a arrancar otra vez, comenzando por donde lo han dejado”, concluye Núñez.
Quizá, dentro de otros cinco años, los sueños de estos países, basados en la paz y la democracia, dejen de ser frustrados y pasen a hacerse realidad.