El grito de un tatuaje
La idea de Charlotte Champbell, el papá de Nueva Zelanda que se hizo famoso el pasado mes de agosto tras tatuarse un implante auditivo como gesto de apoyo a su hija sorda, ha calado en España. Un padre de Madrid y una madre de Sevilla se han unido a esta iniciativa estética de conexión con sus pequeños para introducir el debate sobre el precio del mantenimiento de los audífonos.
A través de una petición en Change.org promovida por el activista e implantado coclear Marcos Lechet, reclaman que el Estado financie parte de los elevados costes de sus piezas, utilizadas actualmente por más de 13.000 personas en España.
"Me acabo de gastar 186 euros en una batería. No podíamos comprarlo y mi hijo ha estado dos meses oyendo sólo ocho horas al día. Si se me rompe una antena son 170 euros, un cargador 400, el estuche 500... Todo eso sin contar IVA y gastos de envío. Y luego hay que sumarle 500 más de mantenimiento al año", cuenta a El Huffington Post Lorena, madre de Álex, un niño madrileño de 12 años al que le descubrieron la sordera gracias a un resfriado antes de cumplir los tres.
Mientras él se familiariza con el implante auditivo, Lorena vive entre la lucha diaria por ayudar a su hijo a evolucionar y la agonía de no saber si podrá proporcionarle todo lo que requiere. Necesita liberarse de la losa del dinero para preocuparse de lo realmente importante. "Nosotros trabajamos parte del día, pero él lo hace 24 horas porque tiene que aprender a escuchar y a desenvolverse", explica. Aunque su progresión es la adecuada, es un proceso lento y le cuesta integrarse. Tiene amigos, pero es normal verle entretenerse solo o leyendo un libro. No juega al fútbol porque sus compañeros hablan muy rápido y no les entiende. Tampoco intenta explicarse porque, a esas edades, es difícil encontrar niños con la paciencia suficiente como para esperar los seis u ocho segundos que tarda en armar una respuesta. Entonces tira la toalla y se justifica con una frase optimista: "El patio es muy pequeño, pero el mundo es muy grande". Esta madurez anticipada, a priori, debería ser motivo de orgullo para unos padres, pero su madre teme que sea un escudo. "Me ha dolido que se dé cuenta de esto con 12 años. Él dice que es feliz, pero tiene unos picos de madurez e inmadurez que no son normales. Le asoma ya la sombra del bigote y sigue yendo de mi mano por la calle porque tiene miedo. No sabe interpretar los ruidos", expone preocupada.
Lorena vio en la iniciativa de Lechet y el tatuaje una buena oportunidad para luchar contra la angustia que le produce el dinero al tiempo que estrechaba aún más la unión del niño con su padre. Él trabaja y pasa más tiempo fuera de casa, por lo que era una manera de estar siempre conectados. Así, el 6 de enero los Reyes Magos trajeron un dibujo en forma de implante para la cabeza de Rafa, que se mostró encantado, sobre todo al ver la ilusión que le hizo al niño.
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Más de 500 kilómetros al sur, en Sevilla, Noelia tomó la misma decisión para apoyar a su pequeña Martina, a la que un nacimiento prematuro con paro cardíaco le supuso una sordera total desde el primer minuto de su vida. Hoy, con poco más de dos años, se está familiarizando con el audífono que le implantaron en marzo. Es una niña que va a la guardería e interactúa con el resto de niños en el parque. Será más adelante cuando se note la diferencia en el ritmo de aprendizaje del lenguaje. Necesitará apoyo, comprensión y confianza, pero todo esto no valdrá de mucho si su madre no puede hacer frente a los recambios.
"Es muy bonito que nos implanten a los niños, pero los gastos son increíbles. No recibimos ninguna ayuda. Desde que lleva el aparato hasta ahora he tenido que comprar tres cables de 60 euros y una bobina de 160. Es una niña muy pequeña y aunque sea muy buena, se lo toca y hay cosas que se rompen. Además, sólo en pilas son otros 60 euros al mes. En una casa en la que entran mil euros, a veces tienes que elegir entre comer o que tu hija oiga. Es muy injusto. Sólo pedimos que se abaraten los costes", concluye.