El dique que recuperó un vergel en Senegal
Hace medio siglo, el valle de Sofaniama era un vergel. Vegetación salvaje, agua abundante y peces, muchos peces. Estamos a decenas de kilómetros del mar, pero en Pata (en el sur de Senegal) siempre hubo pescadores. Dauda Touré, que hoy tiene 60 años, era uno de ellos. “Había de todo, carpas, siluros, capitán de río. Pero luego vino la sequía y el agua desapareció”, recuerda.
El río perdió su cauce y, durante mucho tiempo, los pescadores se dedicaron a la tierra. O emigraron. Ahora, la reciente construcción de un dique ha permitido recuperar este afluente del río Gambia y el agua y los pescadores han vuelto a los arrozales. Y algo nuevo y revolucionario: la piscicultura. Desde hace dos años, Dauda Touré se encarga de vigilar la balsa donde se crían miles de peces que beneficiarán a la comunidad de Pata. Para la venta o para el consumo.
Es uno de los proyectos con los que la ONG española Alianza por la Solidaridad promueve la seguridad alimentaria con sistemas sostenibles, frente a los efectos que causan en este país africano las sequías estacionales, cada vez más largas, tal como reclama Naciones Unidas este año en el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación.
“Estoy muy contento porque este es un bien comunitario”, dice Dauda, que muestra con orgullo el tamaño que han alcanzado ya sus carpas, que él mismo ayudó a introducir como alevines. A su lado, Sadia Touré, presidente del Comité del Centro Piscícola de Pata, sonríe con satisfacción.
“Este pescado es oro para nosotros. Un kilo de carpa se vende a 2.000 francos CFA en el mercado (unos tres euros) y el siluro ya seco a 8.000 el kilo (unos 12 euros). ¿Qué producto agrícola puede alcanzar ese precio? Ninguno. Este es el comercio más lucrativo que hay”, explica. Touré, de 71 años, defiende a muerte el proyecto de piscicultura, ya que “durante años he sostenido que esto es lo que había que hacer, es más fácil criarlos que pescarlos”. Y ahora, por fin, esta granja de peces puesta en marcha por Alianza empieza a dar sus primeros frutos.
A pocos kilómetros del río, Omou Diallo parece ansiosa. “La gente viene y me pregunta que cuándo vamos a comenzar, están todos desesperados”, asegura. Estamos en la Unidad de Producción Lechera, la primera de estas características en la zona. Dos enormes tanques que funcionarán con energía solar aguardan el momento de empezar a tratar la leche que los ganaderos locales harán llegar hasta esta unidad. Pero aquí son las mujeres como Oumou las que mandan.
“El proyecto de producción lechera se inició en 2014 y en él participan unas 800 mujeres que serán quienes vendan la leche, quizás a partir de junio”, asegura Alioune Mballo, responsable local de FODDE, la ONG local que colabora con Alianza por la Solidaridad.
Lo primero fue organizar y apoyar a los ganaderos. “La actividad pastoril es la base de la economía de Kolda”, explica Alhadji Diack, técnico de Seguridad Alimentaria de Alianza, “pero hay un problema. Aquí la ganadería es extensiva, los animales pastan a sus anchas. En época de lluvias (unos cuatro o cinco meses al año) no hay problema, hay comida suficiente, pero en la época seca las vacas se encuentran con la competencia del ser humano, que usa la paja para construir o reparar sus casas o para hacer compost. Durante medio año, las vacas no dan suficiente leche por la mala alimentación”.
ESTABLOS VERSUS SALUD
Por ello, Alianza ha construido un centenar de establos donde se está comenzando la experiencia, nueva para muchos, de la estabulación. En estos recintos, repartidos por un puñado de localidades cercanas pero también en Gambia y Guinea Bissau, las vacas reciben una alimentación más controlada y completa, además de pasar controles sanitarios adecuados (uno de los desafíos es luchar contra la tuberculosis, muy extendida entre las vacas).
Esto garantiza que haya más y mejor leche que va a ir a parar a las unidades de producción (se han construido dos, una en Pata y otra en Nianao, cerca de la frontera con Guinea Bissau), en donde será pasteurizada, embolsada, conservada en frío y luego vendida en los mercados semanales que se celebran en los pueblos. “Esto es una gran novedad”, asegura Mballo, “porque aquí todo el mundo consume leche en polvo”. Pero también va a permitir la producción, por primera vez en la región, de mantequilla, queso o incluso yogurt. “Tenemos una gran esperanza en esta iniciativa porque va a generar una nueva dinámica económica en la zona y un impacto positivo en la salud pública”, añade Diack.
La piscicultura o la producción industrial de leche son dos de las estrategias puestas en marcha por Alianza por la Solidaridad para mejorar la seguridad alimentaria allí donde está desarrollando su proyecto SAGE, es decir, tanto en Senegal como en Gambia y Guinea Bissau. Estamos hablando de zonas donde tienen una gran importancia los cultivos de cereal como mijo, maíz, sorgo o fonio y arroz, allí donde es posible.
Sin embargo, todos ellos dependen en buena medida de la lluvia, lo que provoca que haya largos meses de escasez, cada vez más debido al cambio climático. Para luchar contra esta dependencia, la población local, a través de cooperativas y ONG, con el apoyo de Alianza por la Solidaridad, lleva tiempo trabajando en la creación de huertos.
FRENTE A LA SEQUÍA, TOMATES
En Diyabougou, al lado de Pata, Ramatou Drame muestra sus tomates. Este huerto comunitario de una hectárea es como un jardín en medio del desierto. Gombo, cebollas, zanahorias, nabos o lechugas crecen aquí y allá. “Desde que tenemos este espacio gestionado por las mujeres, el cambio ha sido enorme. Podemos hacer una mayor variedad de salsas para acompañar el arroz y además ganamos algo de dinero porque vendemos parte de la producción”, asegura. El alcalde de Pata, Alioune Badiagara Balde, asegura que los hábitos están cambiando. “Antes nos centrábamos en los cereales o el arroz en la época de lluvias, pero ahora tenemos los huertos todo el año y se han convertido en nuestra principal actividad”.
Para Alhadji Diack está muy claro. “Tenemos una agricultura basada en la lluvia con prácticas de cultivo antiguas, con poco equipamiento. Nuestro objetivo es que las comunidades sean autónomas. Y los huertos gestionados por las mujeres permiten una alimentación más variada, con mayor consumo de verduras, y nos generan ingresos durante el periodo de escasez”. En total, Alianza ha contribuido a este proceso de cambio con la construcción de 16 huertos de una hectárea, seis en Senegal, seis en Gambia y cuatro en Guinea Bissau, más otros cuatro de mayor tamaño que se están terminando con la ayuda financiera de La Caixa. Con poco agua, los resultados son espectaculares.
Pero los huertos no pueden ocultar que una parte sustancial de los ingresos de la población procede de los cereales. En Diabougou, Yahya Dramé, de sólo 23 años y ya madre de dos niños, saca la llave y abre la puerta de un pequeño almacén. “Este es nuestro banco de semillas”, explica. En el interior se amontona una treintena de sacos de arroz, maíz, cacahuetes y fonio. Son el seguro de vida del pueblo. Aliou Mballo, de FODDE, explica que sólo en esta zona se han creado cuatro como este.
“Antes era algo individual, cada agricultor guardaba sus semillas, pero ahora lo hacemos de manera colectiva. Comenzamos en 2013. Prestamos semillas a los agricultores, muchas de ellas certificadas, que no son fáciles de conseguir, y una vez terminada la cosecha deben devolverlas. Esta devolución se almacena en los bancos de semillas para que otros puedan usarlas, también en calidad de préstamo. El sistema se alimenta a sí mismo y todos se benefician”, asegura.
Los almacenes también sirven para guardar los excedentes de cereal a la espera del buen momento para venderlos a mejor precio, lo que permite incrementar las ganancias de los productores. Alianza ha construido 16 bancos de semillas, así como un puñado de molinos para que en las propias comunidades se produzca la harina, lo que permite que las mujeres no pasen horas machacando el grano y les da más tiempo para otras actividades, como por ejemplo la alfabetización.