Móviles robados: ¿Cómo acaban en manos de los cárteles colombianos?
Una escena ya familiar en la capital de un país famoso por el tráfico de drogas. La policía colombiana, siguiendo la pista de un confidente, detuvo una camioneta Chevy que dejaba el aeropuerto El Dorado de Bogotá. Encontraron lo que buscaban en la parte posterior del vehículo: decenas de cajas llenas de valioso contrabando.
Sin embargo, la redada, que tuvo lugar en la madrugada del 26 de septiembre 2012, no implicó cocaína u otras drogas ilegales. Las cajas contenían más de 400 teléfonos inteligentes de Samsung, LG y BlackBerry, así como también manuales de instrucción y cargadores. Cuando la policía encendió los teléfonos, las pantallas mostraban los nombres y los logotipos de dos compañías de telefonía móvil americanas: AT&T y Verizon.
A pesar de buscar los números de serie en una base de datos de la policía americana no se pudo vincular ninguno de los dispositivos con los robos denunciados. Luis Guate, un investigador de la Policía Nacional de Colombia, comentó que era evidente que los teléfonos habían sido robados en los Estados Unidos: las conversaciones telefónicas grabadas entre los traficantes colombianos revelaron que los teléfonos se habían adquirido a un distribuidor al mayor de aparatos electrónicos robados en Miami y luego se trasportaron en avión a Bogotá.
"Nuestro informante nos dijo que estaban comprando teléfonos robados de Estados Unidos, los arreglaban y los ponían en cajas con los manuales correspondientes para que parecieran nuevos", dijo Guate en unas declaraciones para el Huffington Post, añadiendo también que los traficantes a menudo alteran los números de serie para evitar así que se vinculen con denuncias. "Entonces ellos los importan en Colombia".
Los cárteles sudamericanos están aplicando ciertas habilidades perfeccionadas a través de décadas de distribución de cocaína a una nueva actividad que ofrece unos beneficios desmesurados y con mucho menos riesgo: se están pasando a los teléfonos robados. Una investigación de The Huffington Post basada en entrevistas con oficiales de la ley colombianos, un informante de la policía local y las transcripciones de las conversaciones intervenidas entre los traficantes revela que Colombia es uno de los epicentros de este comercio cada vez más lucrativo.
"El tráfico de drogas es más peligroso, ya que todos los países están luchando contra las drogas. En cambio, no todos los países están poniendo remedio al problema de los teléfonos robados. No hay control. El riesgo es mínimo" explica Jeanet Peláez, fiscal en el fiscal general de Colombia, al HuffPost.
Los beneficios potenciales son enormes. El mercado mundial de teléfonos robados tiene un valor estimado de $30 mil millones al año, según Lookout, una empresa de seguridad móvil con sede en San Francisco.
Mientras que el tráfico de cocaína ha corrido tradicionalmente de sur a norte, uniendo así las zonas productoras de cocaína de América Latina con los compradores en América del Norte, el comercio de teléfonos inteligentes, en general, traza el camino inverso. Muchas de las mercancías se recogen en las calles de las ciudades de América – que ahora están sufriendo una epidemia de crimen callejero, a veces incluso letal, que tiene como objetivo los iPhones y otros dispositivos- y luego se envían a Bogotá y otras ciudades de América del Sur.
La afluencia de traficantes al comercio del teléfono inteligente robado fue confirmada por un informante de la policía colombiana que habló con el HuffPost a condición de no ser identificado, alegando amenazas contra su vida. Dijo que los cárteles prefieren los dispositivos de gama alta como los iPhone o Samsung Galaxy. Muchos de los teléfonos que llegan aquí a granel destinados a la distribución al por menor son robados en los Estados Unidos, afirmó el informante.
"Cuando se enciende el teléfono aparece AT&T o T-Mobile", argumentó.
Según el informante, los traficantes llevan los teléfonos robados en los Estados Unidos a un mercado de la electrónica de un centro comercial en el centro de Bogotá, donde los dispositivos se renuevan y luego se pasan de contrabando por las fronteras, mayormente por tierra.
Colombia se ha vuelto el epicentro de la red de distribución global de teléfonos robados, tanto es así que estos llegan por aire y por mar desde puntos tan distantes como España y Singapur. Una sofisticada y cautelosa industria de mensajería entrega los dispositivos por todo el continente, desde Brasil hasta Argentina. Por el camino, los teléfonos están disfrazados dentro de envases de leche y frutas y estos después se cargan en camiones y autobuses. Luego son transportados a través de compartimentos secretos cosidos en maletas, en forros de chaquetas o escondidos en las mochilas de los contrabandistas que cruzan ríos poco profundos a lo largo de la frontera con Venezuela, según afirman los agentes del orden público y un informante de la policía.
Algunos traficantes contrabandean tanto con drogas como con celulares. El año pasado, la policía colombiana trató de arrestar a William Eliezer Lozano Salas, un hombre de negocios que era dueño de tiendas de telefonía móvil en Colombia, por transportar presuntamente teléfonos robados hacia Ecuador, Perú, Argentina y Brasil. Aún así, ya era demasiado tarde: la policía brasileña ya lo había arrestado con cargos de tráfico de drogas, de acuerdo con Peláez, el fiscal colombiano.
El comercio del teléfono robado se ha vuelto tan rentable que ha provocado un aumento de la delincuencia callejera mortal, esto supera lo nunca visto en los Estados Unidos. En los últimos dos años, los ladrones han matado al menos 20 personas en Colombia por sus teléfonos, de acuerdo con cifras de la policía. En un editorial del año pasado, el diario colombiano El Tiempo, declaró que tener a la mano un móvil en público se había convertido en una "trampa mortal".
El hecho de que los teléfonos inteligentes se hayan convertido en objetos por los que vale la pena matar es un reflejo de la pronunciada diferencia del precio de venta al público de un lugar a otro. El mismo iPhone que puede costar a un cliente americano sólo $200 con un contrato de dos años, puede costar hasta $2.000 en Hong Kong o en Brasil, donde los enormes impuestos de importación han hecho subir el precio de los productos de Apple.
En los Estados Unidos, los agentes del orden han pedido a los fabricantes de teléfonos inteligentes - como Apple y Samsung – que cumplan la ley y añadan los llamados Kill Switch, unos interruptores que pueden desactivar los teléfonos una vez robados, socavando así las ganas de apropiarse de ellos.
Apple y Samsung este verano dieron a conocer unas nuevas características de seguridad, dijeron que permitirían a los consumidores inutilizar sus dispositivos una vez robados. Aún así, el fiscal del distrito de San Francisco, George Gascón, acusó el mes pasado a los operadores móviles de bloquear el despliegue de la función antirrobo de Samsung para preservar sus ganancias en la venta de seguros de teléfono.
Además, la nueva función antirrobo de Apple, Activation Lock, exige que los propietarios de iPhone la pongan en marcha, cosa que, dicen algunos agentes, podría desalentar la adopción generalizada.
"La gravedad del problema exige una respuesta más consistente de los fabricantes y transportistas”, dijo el Fiscal General de Nueva York Eric Schneiderman en un comunicado el mes pasado.
Apple no hizo ningún comentario al respecto. En un comunicado, Samsung dijo que "nos tomamos el problema del robo de teléfonos inteligentes muy en serio y seguimos mejorando nuestras soluciones". CTIA, la asociación industrial que representa a los operadores móviles, dijo que las compañías telefónicas "trabajaron duro durante el año pasado para ayudar a la policía con el problema del robo de teléfonos".
En Bogotá el colegiado Freddy Bautista García, jefe de la unidad de ciberdelincuencia de la Policía Nacional de Colombia, acusó a los gigantes de la electrónica de serles indiferente la violencia letal que azota el país. En una entrevista, García elogió la nueva legislación en Corea del Sur, que requiere que los fabricantes de teléfonos incrusten un interruptor en cada nuevo dispositivo. Se preguntó por qué las compañías de teléfonos inteligentes no han hecho lo mismo en todas partes.
"No creo que ellos entiendan la magnitud del problema", dijo García.
‘DAR PAPAYA’
Emilia Ospina entiende la magnitud del problema.
Un día de Junio de 2012 recibió un mensaje de texto de su hijo de 25 años, Juan Guillermo Gómez, enviado desde su Blackberry: “¿Sabes que te quiero, mamá?”
Esas palabras serían las últimas que ella sabría de su hijo.
Varias noches después, cuando Gómez estaba caminando a casa desde un bar local, cuatro hombres lo detuvieron y exigieron su BlackBerry, según la policía. Uno sacó un cuchillo y apuñaló a Gómez en el pecho, dejándolo morir en la acera. Los hombres se llevaron su teléfono y se esfumaron en la noche, explicó la policía.
"No hay palabras para describir el dolor", reconocía su madre, sacudiendo la cabeza y con las dos manos en el pecho. "Es como si el corazón se me hubiera roto".
Según cifras de la policía colombiana y Consumer Reports, colombianos y estadounidenses denunciaron el mismo número de teléfonos robados el año pasado - 1,6 millones - a pesar del hecho de que Estados Unidos tiene una población siete veces mayor.
En Bogotá, una bulliciosa metrópolis de cerca de 7 millones de personas, al pie de las montañas de los Andes, los robos se han vuelto tan frecuentes que el alcalde ha advertido a los residentes que no muestren los teléfonos en la calle. Los colombianos han acuñado una expresión para exponer los teléfonos en público "dar papaya", que significa más o menos "tentar a la suerte".
De acuerdo con la policía local, los ladrones de teléfonos de Bogotá son en su mayoría drogadictos de los barrios humildes que venden los dispositivos robados a los traficantes por entre $25 y Introduzca texto aquí00 cada uno, dependiendo del modelo y su condición. La mayoría de los ladrones son hombres, pero también hay un sorprendente número de mujeres. El diario colombiano El Tiempo publicó el año pasado fotos de 10 mujeres que han sido arrestadas por robar teléfonos en Bogotá, bajo el título: "Las 10 reinas de del robo de móviles en la capital".
Los robos son cada vez más descarados, ocurren de día y noche en casi todos los barrios de la ciudad.
José Méndez, de 33 años, vive en Bogotá y trabaja para Tigo, uno de los proveedores de servicios móviles de Colombia. Le han robado su teléfono dos veces. Una vez, estaba caminando por la calle hablando por teléfono cuando un hombre en una moto lo agarró y se fue. Unos meses después, Méndez estaba comiendo en un restaurante en Bogotá cuando un ladrón que estaba en la mesa de detrás le cogió el móvil de su chaqueta que estaba colgada en la silla.
Ahora, cuando tiene que mirar el teléfono en la calle, se mete en el interior de alguna tienda cercana.
“Aquí, tener un móvil es un riesgo", dijo Méndez en una entrevista. "No te puedes sentir seguro en ninguna parte, excepto, tal vez, dentro de tu casa".
Para Gómez, un abogado, el encuentro mortal que tuvo con los ladrones de teléfonos no era el primero. Un año antes, los ladrones lo golpearon y se llevaron su teléfono. Después de eso, su madre le advirtió de no llevar el teléfono en la calle.
"Él era mi vida", añadía su madre. "Cuando murió, mi vida cambió por completo. Todo se volvió blanco y negro. La vida y la verdadera felicidad ya no están aquí”.
Gómez creció en Bucaramanga, una ciudad colombiana a unos 200 kilómetros al norte de Bogotá. Sus padres, que cariñosamente lo llamaban "Juangui", decían que era un niño curioso que leía vorazmente, desmontó radios para entender cómo funcionaban, aprendió a hablar inglés y a tocar la guitarra.
A medida que fue creciendo, eligió la carrera de derecho para "cambiar todo esa corrupción en el gobierno", explicó su madre. Los periódicos colombianos dijeron que fue ampliamente conocido como un abogado "brillante" con un futuro radiante. Poco antes de su muerte, se inscribió a un programa de postgrado en la Universidad de Harvard, su sueño de toda la vida, comentó su familia.
Hoy en día, más de un año después de la muerte de Gómez, Nicolás Gómez de 20 años, todavía usa el reloj Tissot favorito de su hermano, a pesar de que la correa le va demasiado apretada.
"Llevaba esto la noche que lo mataron", contaba Nicolás, mirando hacia su muñeca mientras está sentado en su apartamento de Bogotá. "Los ladrones no lo cogieron. No sé por qué. Vale más que el móvil”.
Su asesinato conmocionó a todo el país. Empresarios colombianos, políticos, profesores y estudiantes llenaron los bancos de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús en Bucaramanga en su funeral. La policía colombiana lanzó "un plan de emergencia" focalizándose en las zonas del país con mayor número de robos de teléfonos. Periodistas colombianos crearon una campaña en los medios para concienciar sobre la violencia asociada con el robo de móviles.
Finalmente, dos hombres fueron arrestados por el asesinato de Gómez y condenados a penas de prisión - uno de 44 años y el otro de 39. Un cómplice de 17 años fue acusado y condenado como menor de edad a cinco años. La policía continúa buscando un cuarto sospechoso.
La madre de Gómez confesó que ya no está enfadada con los asesinos de su hijo. Más bien, dijo, siente "pena por ellos", ya que dan más valor a un teléfono que a una vida humana.
"Esos niños", argumentó, "están más muertos que mi hijo”.
‘ES CARGAR CON UN MUERTO’
La policía colombiana culpa el aumento de la delincuencia callejera a la fuerte demanda que tienen los teléfonos inteligentes en el mercado negro, en especial el iPhone. Al igual que los estadounidenses, los colombianos están tan enamorados de los iPhones que se alinean fuera de las tiendas horas antes del lanzamiento de un nuevo modelo. Sin embargo, en un país donde cerca de un tercio de la población vive en la pobreza, muchos colombianos sólo pueden permitirse modelos robados.
"Si no se comprasen teléfonos robados, no existirían los robos", dijo Carlos Felagán Cabrera, investigador de delitos cibernéticos de la Policía Nacional de Colombia.
Para disuadir a la gente de comprar teléfonos robados, el gobierno colombiano el año pasado produjo una serie de impactantes, hasta truculentos, anuncios de televisión. En uno, gente sonriente está hablando por teléfono mientras compran flores, leen libros o van de compras. Segundos más tarde, la sangre comienza a salir a chorros de los dispositivos y aparece un mensaje que sugiere que aquellos que compren teléfonos robados pueden ser indirectamente responsables de la violencia: "Comprar un celular robado es cargar con un muerto. No lo hagas".
En otro anuncio, la cámara muestra la panorámica de un cementerio mientras una persona deposita flores en una lápida. Una voz dice: "El comercio de celulares robados está enterrando los sueños de muchos colombianos. No compra ni venda celulares robados. El comercio ilegal de celulares también es su responsabilidad".
Pablo Márquez, líder de la agencia que regula las compañías móviles de Colombia, dijo que la campaña de sensibilización pública era "muy eficaz".
"Hizo que la gente se diese cuenta de que si usted compra un teléfono robado, es posible que fuera de alguien que murió", explicó en una entrevista.
Aún así, una tarde recientemente en un centro comercial del centro de Bogotá conocido como Las Avenidas - donde la policía dice que se venden la mayoría de los teléfonos robados en Colombia – una multitud de compradores son testigos de la persistente demanda de móviles a bajo precio, usados y con historias potencialmente violentas.
Dentro de un bazar caótico, 20 y tantos vendedores con el pelo gelificado muestran los últimos modelos de iPhone, Samsung y BlackBerry debajo de los mostradores de cristal, mientras suena reggaetón desde los altavoces del techo. El comercio se desborda hasta la acera, donde más vendedores colocan teléfonos en mantas azules y rojas a pocos pasos de la velocidad de las motocicletas y los autobuses que escupen un humo negro que sube hacía un cielo plagado de niebla tóxica.
"Este es el mayor mercado de teléfonos robados de Colombia", dijo Fernando Orosco, un agente encubierto de la Policía Nacional de Colombia.
Según los cálculos de Orosco, alrededor del 80% de los teléfonos expuestos en dicha tienda habían sido robados, algunos en Colombia y otros en el extranjero. Para evitar las redadas policiales, los vendedores tienen los teléfonos legales en los expositores de cristal y guardan los robados en un almacén trasero, contó.
En un mostrador, una mujer le preguntó a un vendedor por un iPhone. Él asintió con la cabeza y desapareció. Momentos más tarde, regresó sosteniendo un iPhone 5 blanco que parecía casi nuevo excepto por algunos pequeños rasguños. Él le enseñó a usar la cámara del iPhone y dijo que le costaría 850 mil pesos, alrededor de $400.
"¿Cómo sé que el teléfono no es robado?", preguntó la mujer.
"No es robado", le aseguró el vendedor. "Le daré un recibo y el nombre de mi tienda y si usted tiene algún problema con la policía vuelva y dígales quien soy".
El vendedor redujo el precio alrededor de unos $50 y ofreció una garantía de tres meses. Sin embargo, la mujer dijo que no tenía el dinero y se fue.
HACKERS Y MULAS
Hasta que la policía no se infiltró en una operación hace dos años, un hotel de lujo a tres millas del centro comercial funcionaba como punto clave, allí los teléfonos robados se convertían en mercancías comercializables, según la policía. Cada pocos meses, un conocido hacker llamado Pedro Eduardo Chasco volaba desde su casa en Argentina a Bogotá, entraba en el hotel Ibis y rara vez salía de su habitación, explicó la policía colombiana.
Los ladrones dejaban maletas llenas de móviles robados en la habitación de Chasco, según la policía. Usaba un ordenador que tenía instalado un sofisticado software para piratear los dispositivos, llevaba a cabo sesiones maratónicas para desbloquear los teléfonos para que así pudieran ser utilizados por otras redes, podía liberar hasta 500 teléfonos por visita y cobraba a los traficantes entre $20 y $50 por cada uno, según la policía. Los agentes judiciales argumentaron que Chasco llevó a cabo este tipo de trabajo en ocho ocasiones entre 2008 y finales de 2011.
"Él es un hacker", dijo Cabrera, oficial de la policía colombiana. "Es muy bueno manipulando teléfonos. Es una pieza clave de esta estructura, la que les permite enviar los dispositivos fuera del país".
Chasco, que tiene la ciudadanía argentina y española, es conocido entre la policía como "El Liberador" o el hombre que libera los teléfonos inteligentes. Los traficantes lo conocen como "el chico español". En una llamada telefónica intervenida por la policía colombiana, un traficante llamado Luis Eduardo Bernal Castillo, conocido como "Lucho", dijo a un socio que necesitaba desbloquear un cargamento de iPhones antes de que pudiera pasarlos de contrabando al Perú.
"Sólo hay una persona que sabe cómo hacer esto", decía Castillo en la llamada, de acuerdo con los documentos judiciales. "Y ese es el chico español". En 2011, la policía arrestó a Castillo alegando que él encabezó una red criminal que traficó con 14.000 teléfonos robados por toda América del Sur en tres meses.
A finales de 2011, la policía colombiana pensó que había capturado a Chasco. Cuando los agentes se estaban dirigiendo a su habitación de hotel, un empleado de la recepción del hotel le avisó, según el fiscal Peláez. Cuando la policía llegó, Chasco estaba solo en su habitación, pero no se encontró ninguna evidencia - ni ordenador ni teléfonos robados - y se vieron obligados a dejarlo ir.
El portavoz del hotel Ibis no hizo comentarios al respecto.
La Interpol, organización policial internacional, ha emitido una orden de arresto contra Chasco, pero la policía le ha perdido el rastro, reveló Peláez.
No se pudo contactar con su abogado para hacer comentarios al respecto.
"Creemos que puede estar en algún lugar de Argentina", dijo Peláez.
Una vez liberados de las limitaciones de sus antiguas redes, los teléfonos robados recorren el tramo final de su viaje en manos de los contrabandistas más experimentados, o "mulas", quienes los llevan a varias ciudades de América del Sur. Allí, los teléfonos son revendidos en centros comerciales.
A menudo, los traficantes empacan los dispositivos en cajas de cartón etiquetadas como "accesorios para teléfonos móviles", explicó la policía. Para reducir el bulto, los desmontan y envían sólo sus placas base – esos chips verdes y finos que están dentro de los ordenadores - y los vuelven a unir cuando llegan a su destino.
Pero los traficantes no pueden contrabandear teléfonos robados sin ayuda. Se aseguran de que su mercancía traspasa las fronteras de forma segura mediante el soborno de una serie de personas, incluidos conductores de autobuses y agentes de aduanas, según Peláez.
La policía ha detenido a varios conductores de autobuses peruanos después de encontrar teléfonos robados guardados en compartimentos secretos del autobús de camino a Argentina.
En 2011, la policía detuvo a un funcionario de aduanas colombiano y lo acusaron de ayudar a los traficantes a evitar la seguridad del aeropuerto El Dorado de Bogotá cuando estos cargaban con dispositivos robados en su equipaje. El funcionario se ha declarado inocente y está en espera de juicio.
"Alguien le decía cómo iba vestida la persona con los teléfonos y él fingía registrarlo", dijo Peláez. "Entonces lo dejaba marchar".
La policía afirma que en este centro comercial de Bogotá guardan teléfonos robados en el almacén.
UNA DOBLE VIDA
Ante la proliferación del tráfico del teléfono robado, la policía colombiana ha aumentado las medidas represoras. Hace dos años, la policía detuvo a 17 personas por contrabando de teléfonos robados entre Colombia, Perú, Ecuador y Argentina y expropió 1.150 teléfonos robados, 2.800 placas base de teléfonos móviles, cinco ordenadores portátiles, dos coches y unos $26,000, de acuerdo con la policía colombiana. El verano pasado, arrestaron a otras 16 personas y requisaron 850 teléfonos robados, 125 placas base de teléfonos celulares y 60 tarjetas SIM con destino a Perú, Venezuela y Argentina.
En una conferencia de prensa para anunciar una de las últimas redadas, la policía mostró en una mesa docenas de teléfonos inteligentes, pilas de pesos colombianos y seis revólveres pertenecientes a los traficantes. Las cuatro personas que habían sido detenidas estaban detrás de la mesa, de espaldas a los flashes de las cámaras, con sus chaquetas sobre sus cabezas.
La policía colombiana anuncia una reciente redada.
La policía ha penetrado en los cárteles de telefonía de Colombia a través de técnicas clásicas de lucha contra la delincuencia. Guate, un investigador de la policía de hombros anchos y cabello plateado muy corto, ha escuchado cientos de horas de llamadas telefónicas intervenidas entre traficantes y ha empezado a descifrar su lenguaje codificado.
Por ejemplo, nunca mencionan la palabra "teléfono". En su lugar, se refieren a los modelos más antiguos como "perritos" y los más nuevos como "buenitas". Cuando recitan números de serie, sustituyen los números por letras, explicó.
Muchos traficantes de teléfonos tratan de no llamar la atención conduciendo Mazda Sedans en lugar de llamativos coches deportivos y blanquean sus ganancias a través de los centros comerciales que poseen en Bogotá, reveló Peláez, el fiscal. Esquivan las escuchas telefónicas policiales cambiando de teléfono móvil cada cuatro días y realizando negocios confidenciales por Skype debido a que este servicio en línea no puede ser controlado por la policía, añadió Guate.
La policía también ha utilizado otro método antiguo de penetrar en los cárteles - el cultivo de los informantes. Una mañana, hace poco, un informante de la policía se reunió con el HuffPost para describir cómo se organizan y cómo operan los traficantes de teléfonos de Colombia.
El informante pidió que su nombre y sus características físicas se mantuvieran ocultos para preservar su identidad. Luego se sentó en una mesa, echó un vistazo alrededor de la zona de restaurantes vacía y explicó por qué tenía que permanecer en el anonimato.
"Si se enteran de que soy un informante", susurró, "me van a matar".
El informante dijo que comenzó a traficar con teléfonos robados cuando tenía 25 años, los compraba a ladrones de la calle y los vendía en mostradores de cristal en un centro comercial de Bogotá. Ahora con 30 años, lo arrestaron a principios de este año, mientras cargaba con una caja de teléfonos robados. Para evitar la cárcel, accedió a convertirse en informante.
"Me dijeron que si coopero, van a retirar los cargos", explica. "Así que hice un trato con la policía”.
Vive una doble vida. Como parte del acuerdo, transporta teléfonos robados entre los que los compran a los ladrones y los que los trafican a través de fronteras. "Yo soy el intermediario", comenta. Como informante, se reúne mensualmente con un agente encubierto y le revela la ubicación de la mercancía de los traficantes y sus números de teléfono más recientes para que la policía pueda realizar escuchas telefónicas de sus conversaciones.
Hace unos 200 dólares a la semana como traficante. Como informante, la policía le paga hasta 2.000 dólares por cada información que conduzca a un arresto. Hasta el momento, su trabajo ha dado lugar a la detención de más de una docena de traficantes, afirma la policía.
A veces tiene comidas gratis. Mientras hablaba, un agente encubierto le trajo un plato de humeantes empanadas desde la zona de restaurantes del centro comercial. El informante sonrió.
"Me dan bien de comer, me mantienen gordo", bromea.
Sin embargo, el estrés de la vida como informante tiene su precio. Se preocupa por el hecho de que el suministro de información a la policía pueda poner a sus asociados en la cárcel.
"Yo les digo que no deben detener a los intermediarios, porque son mis amigos", explica. "Sólo deben detener a los contrabandistas".
También le preocupa que alguien lo descubra. Cuando se puso de pie para irse, miró por encima del hombro una vez más, comprobando con nerviosismo la zona de restaurantes con poca luz.
"Siempre estoy en alerta", dijo. "Siempre estoy mirando a ver si alguien me está siguiendo”.
Julieta Aponte Tovar ha contribuido en la información y la traducción de esta historia.
** La traducción de la palabra inglesa smartphone por “teléfono inteligente” es la recomendada por muchas instituciones de la lengua española. De hecho, la palabra smartphone no aparece en ningún diccionario español. Aún así, algunos medios españoles la utilizan.
La Fundación del Español Urgente tiene un artículo sobre la cuestión.
Este artículo es parte de una serie de publicaciones en las que el Huffington Post explora el comercio clandestino mundial de teléfonos inteligentes robados.