El origen de Ratón Pérez
Anglosajones, germanos y otras gentes de norteño vivir comparten una tradición: cuando a un niño se le cae un diente de leche, esa misma noche debe dejar su pequeña pieza de dentición para que the Tooth Fairy, die Zahnfee o un hada de los dientes venga a recogerla y le deje a cambio una moneda. En los países del sur de Europa es más común la tradición de un roedor, siendo la petite souris en Francia y un topolino en Ialia. Pero solo en los países de tradición hispana tiene este ratón nombre y apellido. Y únicamente en España tiene una dirección conocida, el portal número ocho de la calle Arenal de Madrid, donde hay una placa con su nombre puesta por el Ayuntamiento. El jesuita Luis Coloma es el responsable de esta particularidad.
Alfonso XIII, antes de tener los bigotes en punta, fue un mozalbete al que su madre, la regente María Cristina, llamaba cariñósamente Buby. Y como todos los niños a partir de cierta edad, Alfonso comenzó a experimentar ciertos cambios en el interior de la boca. A los ocho años le dio una rabieta tras la caída de uno de sus dientes y desde la corte decidieron pedirle al padre Coloma, conocido periodista y ensayista, que le escribiese un cuento al niño rey. Dentro de la tradición humanista de los jesuitas, pensó que además de consolarle debía darle una lección moral.
Así, Coloma sitúa al niño rey Buby como protagonista y, al igual que al de verdad, en la ficción también se le cae un diente. Tras ponerlo bajo su almohada, Buby esperó a que llegase el famoso roedor. Una vez hechas las prescriptivas presentaciones e intentos por parte de Alfonsito de cogerle la cola al ratón, el niño rey convenció a Pérez, pues tal era su apellido, para que le llevase con él durante el resto de su viaje nocturno. Como un infante era demasiado grande para tal cometido, Pérez "le metió por la nariz la punta del rabo" al rey, que "estornudó estrepitosamente y por un prodigio maravilloso, que nadie hasta el día de hoy ha podido explicarse, quedó convertido, por el mismo esfuerzo del estornudo, en el ratón más lindo y primoroso que imaginaciones de hadas pudieran soñar".
De esta guisa, el rey acompañó a Pérez hasta su casa, una caja de galletas sobre una pastelería y donde vivía con su mujer y sus tres hijos. Allí tomaron el té y departieron con calma hasta que Pérez tuvo que ir a hacer otro encargo, este en la casa de un niño pobre. Al llegar, el ratón Buby no salía de su espanto. Gilito, pues así se llamaba el desafortunado, vivía con su madre en una buhardilla, donde "había una silla con el asiento roto, un barreño con agua para lavarse, una lamparilla de aceite y una cama de paja en el suelo donde Gilito dormía plácidamente hecho un ovillo, apoyada la cara contra el pecho de su madre".
Gracias a este viaje, el rey Buby descubrió que había otros niños, sus súbditos, que pasaban hambre y frío. Por su parte, la hispanidad ganó uno de los pocos personajes de ficción con domicilio propio. Chúpate esa, vagabunda hada de los dientes.