Menús de lujo para los más necesitados
Las cocinas del madrileño hotel Palace viven un ritmo frenético a las once de la mañana. Contrasta con el sosiego del salón comedor, donde aún quedan muchos clientes rezagados disfrutando del suculento desayuno del hotel. Es viernes y los cocineros y pinches tienen trabajo extra: es el día en que tienen que preparar 60 menús adicionales para donar al comedor social Catalina Labouré.
Es una costumbre que adquirió este cinco estrellas hace más de diez años, cuando el Rotary, un club de ámbito internacional que promueve iniciativas altruistas, firmó una serie de acuerdos con algunos de los hoteles más exclusivos de Madrid para practicar un poco de solidaridad con los más necesitados.
En los últimos tiempos, están desbordados. "Ya no vienen solo inmigrantes sin recursos o personas en riesgo de exclusión social, sino que son muchas las familias que demandan un plato caliente debido a sus graves económicos", afirma Sor Antonia desde el comedor Catalina Labouré, en Madrid. Según el último informe de Cáritas sobre exclusión y desarrollo social, los servicios de acogida y asistencia acogieron a 950.000 personas, el doble que hace tres años.
Teo y José María, dos voluntarios del Ayuntamiento, se afanan en sacar las cajas de comida por la puerta de servicio del Palace. "Son alimentos expresamente preparados para el albergue, nada de sobras", explica José María. Este jubilado lleva cinco años dedicándose a esta iniciativa, y solo encuentra palabras positivas. Todos los días, salvo los domingos, un par de voluntarios cogen la furgoneta del Rotary y se dirige a los hoteles que ese día tienen que donar la comida. Es viernes, y le toca al Palace. Su jefe de cocinas, Antonio Castillo, muestra no sin orgullo el elaborado menú: sopa de picadillo, pulardas al horno, dorada al vino blanco, carne en salsa, arroz y pan. Y de postre, pastelillos.
Son unas 60 raciones, pero siempre acaban siendo más. "El Palace es muy espléndido, -comenta José María-, es de los que mejor se porta, siempre dan un poquito más de lo que les toca". Y Castillo puntualiza: "Si hacemos 200 menús para el personal, no nos cuesta nada añadir el viernes 60 más; donde comen dos, comen tres". No son los únicos, otros que se han apuntado a esta iniciativa son el Ritz, el Husa Chamartín, el Eurobuilding… y así hasta once.
CADENA DE SOLIDARIDAD
Teo y José María salen por la puerta de servicio y cargan en la furgoneta del Rotary todos los alimentos, cuidadosamente guardados en unos táper que conservan el frío y el calor. De ahí se dirigen al centro Catalina Labouré. Ubicado en la calle Pozas, detrás de la Gran Vía, pasa totalmente desapercibido. La fachada gris, cubierta por una reja de estilizados barrotes igual de grises, no indica de ninguna manera que lo que hay detrás sea un albergue para indigentes y un comedor social.
"Los usuarios del Catalina Laboure son unos privilegiados por tener comida tan buena", reconoce Sor Antonia. "Todo el que viene tiene derecho a desayuno, almuerzo, merienda y cena", explica. El comedor tiene capacidad únicamente para 60 personas, así que la directora, Sor Patro, entrevista a los aspirantes para dar con los que más necesitan esta ayuda. "No tener ninguna renta, no tener familiares con ingresos… todo eso cuenta", explica la monja.
Que todas las personas que acoge el Catalina Labouré puedan comer a diario es posible gracias a una auténtica cadena de solidaridad. Los hoteles ponen la comida, los voluntarios la recogen y la llevan al centro, y el Rotary se encarga de poner la logística -como la furgoneta-, de buscar acuerdos con los hoteles y demás tareas administrativas. Las hermanas de la Caridad cierran el círculo gestionando el comedor. "Yo era enfermera en la clínica La Milagrosa y desde que me jubilé estoy volcada con este centro", relata Sor Antonia. "Con un poquito de esfuerzo por parte de todos, podemos ganar mucho", concluye.