Consumir es política
Cuando compras naranjas en la frutería del barrio, haces política. Cuando arreglas tu coche en un taller que utiliza mujeres sexualizadas en su publicidad, haces política. Cuando compras alimentos de temporada, haces política. Cuando compras una chaqueta de Zara, haces política. La decisión de comprar es lo más parecido a apoyar a un partido político. Acudimos a las urnas una vez cada 4 años y compramos unos 10 productos/servicios al día: esto significa que podemos decidir cambiar las cosas unas 3.650 veces al año.
Cuando compras naranjas en la frutería del barrio, haces política. Cuando arreglas tu coche en un taller que utiliza mujeres sexualizadas en su publicidad, haces política. Cuando compras alimentos de temporada, haces política. Cuando compras una chaqueta de Zara, haces política. La decisión de comprar es lo más parecido a apoyar a un partido político. Acudimos a las urnas una vez cada 4 años y compramos unos 10 productos/servicios al día: esto significa que podemos decidir cambiar las cosas unas 3.650 veces al año.
Irse de tiendas no es solamente dar un paseo para ver escaparates y darse un caprichito. Si pudiésemos desplegar, a lo Miguel Ángel Revilla en una pizarra, las consecuencias sociales, económicas y medioambientales que se derivan de la compra de un sólo producto, nos abrumaría saber que tenemos tanto poder entre manos. Más allá de la oferta 2x1 y de la etiqueta del precio, hay informaciones que nos ayudan a saber qué es lo que estamos comprando: si es un producto local o importado, si beneficia a un pequeño comercio o a una multinacional, cuánto contamina, el grado de satisfacción de sus empleados... "Si empezásemos a analizarlo todo no compraríamos nada", apuntan los que se quieren quitar la responsabilidad de encima. El juego de cerrar los ojos para esconderse cuando éramos niños funcionaba bien de pequeños pero a nuestra edad ya no cuela. No se trata de no comprar sino de comprar mejor. Por supuesto, la máxima responsabilidad reside en los políticos y en las empresas, pero reconozcamos al menos que somos unos pésimos consumidores cuando sólo valoramos el precio y no exigimos productos más éticos.
La semana pasada Risto Mejide entrevistaba en su Chester al diputado de ERC Gabriel Rufián. En un momento de la entrevista el presentador sacó a relucir el posicionamiento crítico del político con respecto a la marca Zara. Tras mostrar varios de los tuits en los que el diputado denuncia públicamente a Amancio Ortega, levanta la solapa de su chaqueta y deja al descubierto la marca. Cagada de las grandes: era de Zara. "Que lo critique no implica que no lo pueda comprar", argumento fallido del político que sirvió su cabeza en bandeja. "Si no estás de acuerdo con la política de una marca, no la compres", concluyó el presentador. Desconocemos la marca de la chaqueta de Risto pero tampoco hizo falta saberlo, acto seguido él mismo dejó clara su postura política: "Ojalá hubiese en España más empresarios como Amancio Ortega" (lo mismo que si hubiese llevado una chaqueta de Zara).
Las dos personas que estaban sentadas en aquel sofá pueden permitirse no comprar "fast fashion" y apoyar a marcas con una producción más sostenible aunque sean más caras. Ambos son personas influyentes que deberían liderar con su ejemplo ese cambio. Risto por su perfil de comunicador y experto en marketing, Rufián porque, como bien apuntó Risto, tiene que ser coherente con su trabajo parlamentario. El resto de los mortales que no tenemos ese poder adquisitivo ni el altavoz mediático de la tele o el parlamento, también tenemos la posibilidad de tomar decisiones de acuerdo a nuestro nivel económico y nuestro entorno. Los pequeños detalles cuentan. Por ejemplo, consumir alimentos de temporada hará que se importen menos productos y se reduzca la emisión de carbono derivada del transporte (carbon footprint). Elegir productos no envasados evitará la producción de plástico y con ello la contaminación medioambiental. Apoyar a marcas que tengan una publicidad con valores ayudará a combatir los estereotipos que limitan a los colectivos menos favorecidos. Hasta consumir menos puede convertirse en un acto político. No fomentar la superproducción, reciclar y no desperdiciar es una posición ética con el mundo. Quizás no necesitemos 5 camisetas de 10 euros, sino una que trasmita que apoyamos un mundo con valores. Si cambiásemos el "qué me quiero comprar" por "a qué marcas quiero financiar" seríamos mejores consumidores.
Denunciar en redes los abusos de las marcas es útil para concienciar. En los últimos meses hemos compartido en redes sociales el vídeo de las trabajadoras de Coca-Cola que denuncian las malas condiciones laborales que sufren sus empleados. También hemos leído sobre el conflicto entre la marca Benetton y los ataques a la comunidad mapuche en Argentina. Criticar, como ha hecho Rufián, sirve para visibilizar, pero el cambio real pasa inevitablemente por dejar de apoyar económicamente a la marca. Hay muchas opciones y alternativas en el mercado, tan solo hay que dedicar unos minutos a mirar la etiqueta, preguntar y comparar. Ninguno estamos libres de pecado, pero eso no significa que no podamos exigirnos un poco más.
Os deseo un feliz domingo, tengo que salir a "votar".