Yo estoy bien, mi familia está bien, mi campamento también
El campamento debe estar marcándome de buena manera. No extraño Chile como creí que iba a hacerlo, pero todavía tengo ese pequeño vacío de que algo me falta. Tal vez echo de menos a mi familia más de la cuenta, o tal vez siento que debería estar preparando un trabajo para el colegio en vez de estar armando circuitos para ver la contaminación del agua en un Arduino al lado de una pantalla llena de números y letras que antes no entendía.
Un blog de Carolina Ramírez, participante de Chile
En lo que veo a las demás campistas y consejeras esperando a que comience la actividad de las universidades y no me acuerdo qué más, me descargo un juego que me va a quitar tiempo valioso de mi vida y continúo escribiendo para el blog.
Emilia -consejera- se pone a hablar y yo sigo escribiendo.
El campamento debe estar marcándome de buena manera. No extraño Chile como creí que iba a hacerlo, pero todavía tengo ese pequeño vacío de que algo me falta. Tal vez echo de menos a mi familia más de la cuenta, o tal vez siento que debería estar preparando un trabajo para el colegio en vez de estar armando circuitos para ver la contaminación del agua en un Arduino al lado de una pantalla llena de números y letras que antes no entendía.
De todos modos, siento que lo estoy haciendo bien.
Dudé en el momento de ver el correo de "te aceptamos en esta cuestión". Dudé cuando me puse a pensar después de bajar corriendo las escaleras casi gritando de felicidad a mostrarle el correo a mi mamá, una mañana de día jueves. Ella me preparaba la comida para el colegio, y yo llegué de golpe antes de la hora de costumbre, con una sonrisa de oreja a oreja y el celular en la mano, mostrándole el correo con emoción.
Pero mis dudas se despejaron días más tarde, cuando la emoción aumentó al ver a mis compañeros de curso felices por haber quedado, cuando otra compañera de curso también quedó, y cuando una de cuarto medio también. Íbamos a ser tres. Mi papá siempre expresó total apoyo, pero mi mamá me hacía dudar del destino. El destino ya mencionado podía decidir que solo yo quedara elegida, lo cual, según mi mamá, significaba no ir, porque estaría sola y no conocería a nadie que también iría.
Entonces los planetas se alinearon y fui.
Y no volví a dudar hasta que me hallaba en el auto, al lado de mi papá, en la autopista, contando soles a la luz de las luces del Santiago nocturno. Le quería hablar, pero no sabía qué decirle. ¿Cómo se hace para introducir una despedida? Mi mamá no estaba en el auto, y se me salieron las buenas lágrimas cuando no podía soltar su abrazo. Y no recuerdo cómo hice para despedirme de mi hermano chico.
Y luego me encontraba sentada en el avión, a las tres de la mañana, con un dolor de cabeza de magnitudes catastróficas, mareada, sin comida y sin poder dormir. Ahí, entre mi compañera de curso y otra más de Chile que se llama Francisca. Y la pasé mal. A esta altura, ya me quiero ir de vuelta a Chile, pero no quiero dejar el campamento, pero no quiero subirme a un avión, pero tampoco quiero volver al colegio.
Me quiero ir a mi casa.
Ahora mismo pienso en los primeros días y en el desafío de aprenderme la mayor cantidad posible de nombres y caminos por el Huampaní. Me perdía y me daba miedo caminar sola por la noche tras finalizar las clases. Escucho a Sabine hablando de universidad, y pienso que volveré completamente transformada a mi hábitat. Volveré con el recuerdo de los animalitos del Huampaní, con el concepto de escritora semiprofesional de ligas menores que mencionó Jessy para describirme en un almuerzo, con el inglés y el ukelele de Clara, con las historias de Sofía sobre animales en Idaho, y sobre cosas de las que ya no me acuerdo ahora que estoy escribiendo.
Y también puedo pensar en que hay muchos lugares que debería visitar antes de morir. No sabía que Perú me daría ganas de aprender más, que la papa salvará el mundo, que hubo más culturas aparte de la Inca en Perú, que hay una llama animal en vez de una llama de fuego en una estatua. También pienso que llegaré a contar millones de historias que saldrán de este lugar. Y también pienso en la tarjetita Arduino, en los cablecitos para conectarla, en todas las personas que vinieron a enseñarnos cosas que nunca creí que aprendería.
Yo creo que a esta altura ya no tengo nada de lo que arrepentirme. De hecho ahora puedo regocijarme de estar aquí, sentada frente al compu, escribiendo de mi experiencia horas antes de volver a Chile, muerta de sueño, mientras Mariella y Sofía me miran fijamente. Pienso en tomar una pequeña siesta y recargar las pilas. Ya dije en el Rostros de WiSci que esto no es el fin de las cosas grandes.
Esto recién está comenzando.
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