Una carta para 'Timochenko'
A pesar de todo lo malo que han hecho, he decidido creer que usted y sus hombres son sinceros y están dispuestos a admitir sus errores y quieren pasar esta dolorosa página de nuestra historia. De hecho, si tantas víctimas de sus acciones han optado por perdonarlos, yo no soy nadie para exigir venganzas disfrazadas de justicia. Pero también considero que estas negociaciones no pueden ser eternas.
Foto: EFE
Aunque no lo conozco a usted ni a ningún integrante de las Farc, me tomo la libertad de escribirle estas líneas para transmitirle las inquietudes de un ciudadano que, al igual que millones más de colombianos, ha creído y sigue creyendo en los diálogos de La Habana.
Empiezo contándole que el pasado 23 de septiembre sentí mucha emoción al ver su estrechón de manos con Juan Manuel Santos. Como nunca antes, aquella vez la cara suya y las de sus hombres dejaban asomar una actitud diferente. Me pareció ver que ese desdén que los caracterizaba había quedado atrás; que la arrogancia le había dado paso a la humildad, y la jovialidad, a la amargura. Eso, más el anuncio del plazo acordado entre usted y el presidente para firmar la paz fue una corriente de aire fresco en medio del pesimismo que unos promueven y otros lamentamos, por el lento ritmo de las conversaciones.
Por eso, hace seis meses y una semana me dejé llevar por el optimismo; me pareció ver ¡al fin! una luz al final del túnel de la violencia por el que estamos transitando hace más de medio siglo. "Esto ya no lo para nadie", pensé.
Pero hoy en día no sé si me precipité.
Le repito: desde el día uno he defendido el proceso, pero tengo que decirle que esta tarea resulta más complicada si ustedes no se dejan ayudar. Aunque nunca he creído en la vía de las armas para resolver ningún problema, pienso que todos debemos hacer algún aporte por la reconciliación de este país. Eso no quiere decir que yo haya olvidado las atrocidades que usted y sus hombres han cometido contra esa población que dicen representar.
Me da rabia pensar en toda la sangre que han derramado miles de soldados muertos, heridos y mutilados; me horroriza recordar los incontables casos de secuestro y asesinato de civiles cometidos por sus frentes; me indigna saber que ustedes han llenado de minas vastas zonas del país, donde caen por igual hombres de nuestras Fuerzas Armadas y niños inocentes que van a la escuela.
Me parece injustificable el reclutamiento forzado de menores o los vejámenes a los que someten a las mujeres que incorporan a sus filas. Y me ofende pensar en la desolación que han sembrado con la toma de pueblos, el destrozo de la infraestructura y la destrucción del medioambiente. Y ni hablar de los nexos de su organización con el narcotráfico; así ustedes los quieran minimizar. Y, por favor, no me diga que todo esto hace parte de la guerra o que las Farc también han sido víctimas del sistema; porque esas comparaciones no sólo son inaceptables sino que resultan muy odiosas.
A pesar de todo lo anterior, he decidido creer que usted y sus hombres son sinceros y están dispuestos a admitir sus errores y quieren pasar esta dolorosa página de nuestra historia. De hecho, si tantas víctimas de sus acciones han optado por perdonarlos, yo no soy nadie para exigir retaliaciones disfrazadas de justicia.
Pero también considero que estas negociaciones no pueden ser eternas; pues con cada día que se dilata la conclusión de los diálogos sus detractores se llenan más de justificaciones. Tenga en cuenta que ustedes están en mora de empezar a ganarse la credibilidad ciudadana, un factor indispensable a la hora de hacer política.
Le recuerdo, señor Londoño, que al cambiar los fusiles por discursos, las Farc tienen que convencer con argumentos a buena parte de esa gente que todavía no sabe a ciencia cierta si va a haber paz. Por eso, mientras se finiquitan los acuerdos, se requieren gestos que hagan tangible el proceso.
Y tenga la certeza de que luego de dejar las armas y firmar la paz, muchos en esta sociedad los estaremos esperando para iniciar un nuevo camino, que no estará libre de obstáculos, pero que sin duda será menos escabroso que los vericuetos de la guerra.
Este artículo fue publicado originalmente en El Tiempo