Mi hija estaba el lunes en 755 Boylston Street

Mi hija estaba el lunes en 755 Boylston Street

Estas líneas son mi pequeño homenaje a Sara, a la que tanto insistimos en que Boston era la ciudad perfecta para estudiar y disfrutar de una vida universitaria, deportiva, divertida, pacífica... Vivimos desde hace dos años en la fascinante y turbulenta Ciudad de México, inmerecidamente una de las ciudades con peor imagen del mundo. Siempre quisimos verla en el mejor escenario. ¿Alguien sabe cómo encontrarlo?

AFP

Agentes especiales limpian la zona en el edificio 755 Boylston St. Foto: Reuters.

Esta vez no voy a escribir sobre moda. Quiero hablaros sobre mi hija y la angustiosa semana que hemos vivido.

Sara,19 años, estudia su primer año universitario en Boston y hace cuatro días experimentó el día más duro de su vida. Conoció, como ella dijo el "real world" de golpe, una plácida mañana de celebración en una de las ciudades con mejor imagen de marca del mundo, no sólo por el Maratón.

El pasado lunes era día fiesta y decidió pasar el fin de semana junto a Nat en casa de otros amigos que se encontraban fuera de la ciudad y les prestaron su vivienda. El apartamento está situado en 755 Boylston Strett. Muy cerca de la línea de meta.

Tenían pensado tomar fotos de la llegada de la carrera pero en el último momento cambiaron de opinión. Había demasiada gente y les dio pereza. Decidieron entonces hacer cada una sus planes. Sara se arregló primero y cuando iba a salir, Nat le pidió que esperara cinco minutos. Estaba acabando de comer una ensalada. Era mejor salir a la vez y abrirse camino las dos juntas entre la avalancha de personas que se amontonaban en la calle celebrando el momento cumbre de la carrera más antigua del mundo.

Cinco minutos después se oyó una explosión. No muy fuerte, pero rotunda. Pensaron que era de gas. La segunda, a los doce segundos, no les dejó dudas. Abrieron la puerta y empezó a entrar un humo blanco y denso. Sin saber que hacer dudaron asustadas si bajar la escalera o entrar de nuevo a la casa. En ese instante un vecino las cogió de la mano y las llevó a un departamento en el tercer piso situado en el patio trasero de la vivienda, lejos de la fachada principal.

Por ese apartamento desfilaron en cuestión de segundos todos los vecinos del inmueble.

La coordinación fue perfecta. Mientras unos llamaban puerta por puerta para indicar el camino a la vivienda refugio, otros comunicaban al número de emergencia 911 la situación.

Salvo dos bebés, ellas eran las más jóvenes de aquella improvisada reunión de vecinos. Sin embargo se sintieron acogidas y tranquilizadas a pesar de que el ensordecedor ruido de la alarma de incendios no cesaba. Todos se ayudaban. Cada uno parecía saber qué hacer. Nadie perdió la calma

La policía tardó en llegar cerca de 7 minutos. Les indicó que se encontraban en la escena de un crimen y que debían de actuar muy rápido. Les señaló la salida y les gritó una vez en la calle " Muévanse y corran lo más lejos posible."

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Explosión de la segunda bomba a escasos metros de 755 Boylston Street. Foto: Reuters.

Una vez en el exterior se dieron de bruces con el horror. La zona en ese momento ya estaba desalojada, a excepción de los heridos que gritaban en la calle. Vieron mucha sangre. La pierna de un bebé. Miembros esparcidos. Gente mutilada. Una bolsa de donde asomaba un cadáver... Y entraron en pánico. No sabían qué pasaba. No sabían donde ir. No sabían cómo actuar. Nat insistía en ir hacia el puerto. Como si el océano le permitiera huir más rápido de ese drama. Sara la convenció para regresar a su universidad. Sonó el teléfono. Era Alberto, un amigo. El más querido. Por fin las localizaba. Se encontraron a medio camino y se abrazaron los tres fuerte. Sin soltarse corrieron al Campus.

Al llegar a la universidad no entendían la escena surrealista. Algunos indiferentes actuaban como todos los días. Otros vomitaban en la hierba después de haber presenciado el espectáculo dantesco. Allí se enteraron que la segunda bomba estalló pegada al contenedor donde tiran habitualmente la basura.

Entonces me mandó esta foto intentando sonreír para tranquilizarme. Su sonrisa (en el centro de la imagen ) es forzada. La de Natalia todavía muestra el miedo. Y la de Alberto, que nunca vio la brutalidad es triunfal, porque encontró a sus amigas cuando más le necesitaban.

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Alberto, Sara y Natalia se fotografían desde el móvil tres horas después del atentado.

Bomberos, policía, vecinos, profesores, corredores... De todos guarda el mejor recuerdo. Nunca olvidará la solidaridad, eficacia y cariño con que las trataron. Pero no siente lo mismo hacia los periodistas que se abalanzaron sobre ellas al verlas salir del núcleo del espanto sin atender sus lágrimas, su miedo y su terrible inseguridad. Ese es el motivo por el que no publiqué este blog antes.

Le expliqué que esta profesión es tan dura como imprescindible. Que los periodistas en estas circunstancias tienen un trabajo vital.

Que debe disculpar su aparente falta de sensibilidad porque actúan bajo una gran presión que también es determinante en el eficaz desenlace de los acontecimientos.

Que padres, hermanas, hijas, amigos, compañeros... muchas personas encuentran a sus seres queridos gracias a ellos.

Tras los atentados del 11M en Atocha, días después de la masacre, y gracias a las imágenes que se ofrecieron por televisión -la cobertura del móvil estaba saturada- muchas personas supieron que sus familiares estaban vivos.

Pero nunca hubiera escrito este blog si no hubiera recordado un hecho que me enseñó lo terapeútico de este gesto.

El 11S una amiga vivió una historia brutal en el World Trade Center. Bajó 40 plantas de las torres gemelas hablando con sus familiares desde su móvil. Más tarde su empresa la destinó a DF donde tenían la delegación más activa mientras buscaban nueva sede. Tardó meses en recuperar su vida normal.

Su prima (ironías de la vida) es psicóloga especializada en víctimas del terrorismo. Me puse en contacto con ella para que me dijera si era recomendable entrevistarla -en ese momento dirigía la revista EllE- Y me respondió que definitivamente sí. Que lo mejor en estos casos es hablar y contarlo.

El relato con sus fotos y su estremecedora historia se publicaron poco tiempo después.

Cuando intentas borrar las imágenes o huir de ellas sin asumirlas te rebotan en forma de pesadilla nocturna, en el mejor de los casos. Durante el día, el consciente mantiene la mente ocupada. Pero cuando llega la noche cierras los ojos y se pone en marcha el subconsciente, los fotogramas del shock te martillean.

Como una gigantesca bola que con fuerza intentas mantener sumergida dentro del agua. Es imposible ejercer mucho tiempo esa presión constante y de repente de manera incontrolada sale a flote y te golpea.

Afortunadamente la historia de mi hija no es comparable. Pero no duerme bien recordando las terribles imágenes y deseo con todas mis ganas que vuelva a la normalidad cuanto antes.

La casa de sus amigos todavía sigue precintada por la investigación. Probablemente será el último edificio que liberen y reabran. Todavía no ha podido recuperar su ordenador, apuntes, libros, necesarios para afrontar sus exámenes finales la próxima semana.

En el momento en el que escribo, Boston está sitiada y se acaba de declarar el estado de queda debido al tiroteo la noche pasada en MIT donde resultó un policía asesinado y un sospechoso muerto y otro herido. Nadie en la ciudad puede salir de sus casas. La universidad en apenas unas horas les ha enviado cinco avisos urgentes. Aconsejan cerrar con llave y separarse de las ventanas. Hay policías internos en las puertas de acceso para que nadie salga. Están llevando comida a cada uno de los edificios y hay una extraordinaria presencia militar y de seguridad.

Todo en Boston está paralizado. Las universidades cerradas, lo que no hicieron el día después de los atentados. Mi hija está tranquila rodeada de amigos y mandándome fotos esta vez con sonrisas que no parecen forzadas. Imagino su ansiedad y solo pienso en abrazarla. Sé que ella está bajo control. Que no va a pasar nada.

Enviaré este blog cuando esta historia esté acabada.

Estas líneas son mi pequeño homenaje a Sara a la que tanto insistimos en que Boston era la ciudad perfecta para estudiar y disfrutar de una vida universitaria, deportiva, divertida, pacífica... Vivimos desde hace dos años en la fascinante y turbulenta Ciudad de México, inmerecidamente una de las ciudades con peor imagen del mundo. Siempre quisimos verla en el mejor escenario. ¿Alguien sabe cómo encontrarlo?