La ciudad más cara del mundo
En Luanda habitan más de 5 millones de personas, de las cuales más de un 80% vive en la pobreza; solo un 30% de los hogares tiene agua corriente y dos tercios de la población sobrevive con apenas 1,4 euros al día. En esa misma ciudad un alquiler de un piso oscila entre los 8.000 y los 30.000 euros.
Pobreza: esa es la primera palabra que utilizan las personas cuando piensan en África. Nueva York, Tokio, Londres: esas son las tres primeras ciudades que las personas definen como las ciudades más caras del planeta. No podían estar más equivocados... ni África es tan pobre ni ninguna de esas tres ciudades puede presumir de ser considerada la ciudad más cara. Esta es la historia de Luanda, capital de Angola, África. La ciudad más cara del mundo.
Millones de años de evolución, así como una combinación de caprichos de la naturaleza, hacen que un país pueda disponer de reservas de recursos naturales. Al mismo tiempo, 30 años de guerra son más que suficientes para llevar a un país más allá de la pobreza absoluta.
En el año 2002, después de décadas de guerra, Angola respiraba tiempos de paz. Como en tantas otras ocasiones detrás quedaba un país destruido, pobre, donde el único objetivo de las personas era sobrevivir y rehacer sus vidas. Sin embargo y tan solo meses después del alto el fuego en su capital, Luanda, empresas como British Petroleum BP, China International Fund o TAAG Angola Airlines empezaban la construcción de rascacielos al más puro estilo neoyorkino. No en vano, Angola es el segundo país productor de petróleo del continente africano, posee además las minas de diamantes más importantes del planeta, y en su territorio se pueden encontrar abundantes reservas de materias primas.
En al año 2010 Luanda fue calificada la ciudad más cara del mundo por delante de ciudades de primer nivel como Ginebra, Moscú o Tokio. Por desgracia este hecho no ha significado que la calidad de vida de sus ciudadanos se asemeje a la de las ciudades que comparten los puestos de honor de este ranking.
En Luanda habitan más de 5 millones de personas, de las cuales más de un 80% vive en la pobreza; solo un 30% de los hogares tiene agua corriente y dos tercios de la población sobrevive con apenas 1,4 euros al día. En esa misma ciudad, Luanda, un alquiler de un piso oscila entre los 8.000 y los 30.000 euros, un almuerzo para dos personas cuesta 150 y el carrito de la compra mensual no baja de 2.000 euros -de hecho, lo único económico en Luanda es la gasolina: 0,30 céntimos; todo lo demás tiene un valor desproporcionado para cualquier otra ciudad del mundo-.
Los factores que han llevado a Luanda a esta situación tan extrema son tres: el primero la guerra y la devastación de cualquier industria en el país. El 90% de las mercancías que necesita el país son importadas. El crear fábricas en el país llevará décadas y miles de millones en inversión.
El segundo factor es la corrupción: los mercados en Angola están controlados por monopolios o en el mejor de los casos por oligopolios. De hecho, Angola se encuentra entre los 20 países más corruptos del planeta.
El tercer factor es el desequilibrio que se encuentra entre la inversión millonaria realizada en la mejora de la extracción de materias primas en el país -petróleo y diamantes principalmente- y la poca inversión realizada en escuelas, hospitales o carreteras.
A las empresas extranjeras implicadas no les preocupa el desarrollo de la población, les preocupa el obtener los mejores contratos que les garanticen controlar el futuro del país. Por el contrario, las empresas angoleñas están inmersas en procesos de adquisición de las principales empresas portuguesas, y destinan a este objetivo la mayoría de sus recursos económicos.
Mientras tanto, empresarios portugueses y españoles ven el milagro angoleño como la mejor opción para salir de la crisis. No es fácil hacer negocios en Angola, sin embargo. Cualquier persona tiene que aportar sus datos bancarios antes de entrar en el país, los visados son de corta duración y como no podía ser de otra forma, cualquier negocio realizado tiene que tener el visto bueno del Gobierno o de personas cercanas a los principales políticos y empresarios del país.
El fin de cualquier negocio es que las partes implicadas tengan un beneficio después de haber realizado un trato. En la ciudad más cara del mundo esto no sucede: muchos no tienen nada, pocos tienen todo.