Errejón y el frente único
Si algo hay que achacarle a Errejón, con todo el respeto, sería el hecho de no haber defendido mejor su espacio dentro de la formación, a pesar de que había indicios reiterados para no demorarse en hacerlo, y dejar que fueran otros los que ganaran influencia a lo largo de este último año.
Foto: EFE
Hace ya más de 90 años, existía un debate en el seno de la III Internacional acerca de cómo orientar, desde el punto de vista estratégico, las revoluciones de la clase trabajadora en los países occidentales. No era, ni mucho menos, una discusión nueva, ni tampoco terminó zanjando el problema de manera definitiva o, al menos, no lo hizo de manera exitosa a la vista de los resultados. El debate continuó en los años siguientes, aunque eso sí, alejado de las doctrinas y los foros oficiales en lo que, posteriormente, hemos conocido como pensamiento heterodoxo. Algunos de esos pensadores, como Gramsci, Laclau o Mouffe, por citar a algunos de los más conocidos, son una más que digna fuente de inspiración de una buena parte, si no la totalidad, de los fundadores de Podemos.
Como era de esperar, los tres autores mencionados, presentan ciertas diferencias, especialmente el de Cerdeña con respecto a los dos últimos, fruto de épocas y contextos bien distintos. Sin embargo, sí que parece haber un hilo conductor, que ya viene de antes, entre todos ellos, y que parece continuar prolongándose en el tiempo; la lucha por romper el consenso sobre un sistema que, objetivamente, perjudica a la mayoría, ya sea mediante una conquista de la hegemonía cultural a través de la sociedad civil y/o el Estado, ya sea mediante una construcción de nuevos relatos y significantes aglutinadores. Parece que, al final, se trataría de conseguir algo así como un frente muy amplio de ciudadanos, de diversa procedencia, con un fin prioritario común; el interés general. El equivalente a lo que en otra época se denominó como frente único.
Cuando el bueno de Gramsci fue consciente de la necesidad del frente único, ya era, a efectos prácticos de su época y lugar, demasiado tarde, y cuando Laclau desarrolló su hipótesis junto a Mouffe, era muy difícil obtener los medios y las herramientas necesarias para transmitir y amplificar el mensaje de manera rápida y masiva, si bien hay que admitir su influencia en el ámbito latinoamericano. Al contrario que lo sucedido con sus teóricos de referencia, y a juzgar por lo sucedido en nuestro país, Podemos ha logrado una cierta sincronización efectiva entre teoría y práctica que ha dado unos resultados notables. Ello se debe en buena medida, como el propio Pablo Iglesias ha reconocido en más de una ocasión, a un diseño de la estrategia y a unas decisiones tácticas certeras de su todavía responsable de la secretaría política, Íñigo Errejón.
Es por eso que desautorizar, aislar, reducir la influencia de los brillantes en benefício de aquellos que se dedican a repetir consignas, en vez de a elaborarlas, no parece, a priori, un acto demasiado inteligente, si lo que se pretende es alcanzar el objetivo del ansiado cambio social. Si algo hay que achacarle a Errejón, con todo el respeto, sería el hecho de no haber defendido mejor su espacio dentro de la formación, a pesar de que había indicios reiterados para no demorarse en hacerlo, y dejar que fueran otros los que ganaran influencia a lo largo de este último año. La destitución de Sergio Pascual como secretario de organización fue el acto más mediático de una tensión interna que ya venía gestándose desde hace bastantes meses y que, al contrario de lo que la mayoría de la prensa señala, muy poco, por no decir nada, tiene que ver con diferencias políticas y sí con diferencias de análisis, estrategia y/o decisiones tácticas.
El rápido nombramiento del sustituto de Pascual en el cargo, Pablo Echenique, unido al cambio de actitud de Iglesias con Pedro Sánchez y su formación, han contribuido a mejorar la posición del partido de cara a las próximas semanas, pero todas estas sensaciones, a priori positivas, pueden cambiar de manera súbita a corto-medio plazo. La clave estará en saber dónde acaba por ubicarse el frente único, si dentro de la organización, parapetándose y obviando los necesarios ajustes que hay que realizar en, por ejemplo, su relación con todos los sectores de la sociedad civil o la coordinación de áreas y responsabilidades orgánicas e institucionales, o fuera del partido, consiguiendo aglutinar la mayoría suficiente para poder impulsar los cambios necesarios desde las instituciones.