Un 'museo viviente' en Groenlandia

Un 'museo viviente' en Groenlandia

Hablar de 'museos vivientes' puede parecer una vuelta al irrecuperable pasado, pero en este mundo globalizado, lograr que haya gentes que quieran y puedan vivir como siempre lo han hecho, durante miles o cientos de años, es algo que debiera ser un derecho inalienable.

Hablar de 'museos vivientes' puede parecer una vuelta al irrecuperable pasado, pero en este mundo globalizado, que camina sin inmutarse a la uniformización, lograr que haya gentes que quieran y puedan vivir como siempre lo han hecho, durante miles o cientos de años, es algo que debiera ser un derecho inalienable, porque la alternativa que se les ofrece, el otro mundo desarrollado-consumista que hemos creado, es una vía directa hacia el desastre en la mayoría de los casos.

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Expedición en Thule, Groenlandia. Foto de Tierras Polares

Recientemente, el director ejecutivo de Survival Internacional, Stephen Corry, defendía estos derechos en un artículo en El Huffington Post, y cuanto más viajo por este planeta y más contacto tengo con indígenas, más cerca estoy de sus planteamientos.

Estos días de atrás, ha sido el explorador polar Ramón Larramendi quien me ha hablado de un proyecto suyo bautizado SOS THULE, que el denomina 'un museo viviente' de los inuits, y que no es otra cosa que conseguir que en los pueblos Thule que viven al norte de Groenlandia sobrevivan sus tradiciones y los conocimientos ancestrales de su entorno que están a punto de desaparecer. ¿Y cómo? "Pues organizando viajes y expediciones, con poca gente, en trineos tirados por perros, como los viajes que hacían antes para cazar y que ahora son cada día más escasos. Es un modo de vida que desaparece, pero la alternativa es nefasta, les está destruyendo", me aseguraba Larramendi.

En mi reciente visita a ese mundo de los hielos, donde tuve la suerte de tenerle como 'guía', pude comprobar que lo que decía era tan cierto entre este pueblo como lo que antes ví entre los hadzabe en Tanzania, los bosquimanos y los himba de Namibia, los hamer de Etiopía o los quíchuas de Ecuador. Es el mismo drama, que voy documentando aquí y allá en ese afán por conocer la diversidad cultural que la especie humana tardó tanto en construir y ahora se 'derrite' como un hielo entre los dedos, hasta desaparecer.

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Un joven adolescente, bebido por las calles de Narsaq, en Groenlandia. Foto de Rosa M. Tristán

No puedo por menos que indignarme cuando aún oigo decir que viven como 'salvajes', que también tienen derecho 'al progreso', que cómo van a seguir jugándose la vida en una cacería, que sus niños no saben leer.... ¿Acaso alguien les preguntó qué querían para su futuro?

En Groenlandia, donde apenas habitan 56.000 personas en más de dos millones de kilómetros cuadrados, el índice de suicidio es el más alto del mundo: uno de cada mil habitantes se quita la vida, y dos tercios de ellos con menos de 25 años. Desde luego, son cifras que indican que no son más felices ahora que tienen internet, o móviles, o televisión por satélite.

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El fiordo de Tasermiut, al sur de Groenlandia. Foto de Rosa M. Tristán

La cantidad de jóvenes alcoholizados que hay en sus pueblos son el reflejo de una sociedad compleja en un lugar complicado: una isla con grandes dificultades naturales para viajar dentro del reducido 15% del territorio que es habitable; con falta de incentivos para irse a estudiar a miles de kilómetros de casa (sólo hay universidad en la capital, Nuuk); con escasez de trabajo, por otro lado poco necesario porque se reciben ayudas de Dinamarca.... Todos estos factores contribuyen a una grave crisis de identidad. "Antes, sus padres estaban en continua lucha por la supervivencia, atareados con la caza, con sus expediciones, pero ahora los jóvenes no ven futuro para seguir con ello y tampoco tienen otra cosa, más que emigrar. Hubo un pueblo en el que se mataron 16 chavales en poco tiempo", recuerda el explorador.

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Niños inuit en Qaqortoq. Foto de R.M.T.

En este viaje con Ramón, que hace 16 años creó allí su agencia Tierras Polares, tuve ocasión de descubrir la inabarcable belleza de Groenlandia. Intuí en la cercanía su casi inaccesible 'inlandsis' interior (la tierra congelada desde hace milenios), caminé por encima de gigantescos frentes glaciares descubriendo las mil formas y los colores que adquiere el hielo, retrepé cascadas de cientos de metros desde las que veían hermosos valles 'con más de mil flores', navegué entre icebergs de los que solo 'su punta' ya era una hermosa amenaza, me maravillé de auroras boreales de mil colores en movimiento....

Pero esos chicos bebidos a las tres de la tarde, esos hombres y mujeres tambaleantes, ese abandono escolar, la desesperanza en su mirar perdido, la epidemia de quitarse la vida y esa violencia de género que detecté en los pueblos (hay muchos centros de acogida de mujeres, eso sí) son evidencias de que nuestro 'progreso' puede ser muy doloroso para un pueblo, como el inuit, que ha perdido su link con el pasado: hasta el gusto por el kayak, que inventaron ellos es hoy escaso (no ví más que turistas paleando).

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El explorador Ramón Larramendi, con la autora, junto al fiordo de Erik, en Groenlandia.

"Mi objetivo es organizar expediciones al modo tradicional, en la región de Thule, que conocí en hace más de 20 años, cuando hice la 'Circumpolar' [ Ramón Larramendi cruzó desde Groenlandia a Alaska, por el Paso del Noroeste, 14.000 kilómetros]. Es un proyecto en el que quiero implicar al Gobierno groenlandés, que sirva para el resurgir de esa olvidada zona, que los thule recuperen su cultura, que se conviertan en un emblema para el país y sea una actividad atractiva para las nuevas generaciones", me explicaba en su casa de Nanortalik, muy cerca del espectacular fiordo de Tasermiutm una de las 10 maravillas del Ártico en la que su agencia instala en verano un campamento.

Ojalá no fueran necesarios los 'museos vivientes', ojalá el mundo de finales de este siglo fuera tan diverso como lo era a finales del siglo XIX y el 'progreso' no llevara aparejado el fin de los pueblos indígenas. Pero de momento, no es así y por ello dejarles su espacio, si así lo han elegido (que es por que luchan organizaciones como Survival Internacional) o buscar fórmulas basadas en un turismo respetuoso y sostenible, como lo que propone Ramón Larramendi en Groenlandia, son iniciativas que debieran gozar de nuestro apoyo. El mío lo tienen.

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Soy periodista de divulgación científica y ambiental, también interesada en temas de índole social. Durante 21 años he trabajado en el diario 'El Mundo', hasta que llegó el último ERE. Ahora, colaboro con 'Reserva Natural', de RNE 5, el periódico 'Escuela', la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y otros medios como 'freelance', a la espera de tiempos mejores. Autora del blog Laboratorio para Sapiens.