¡Frutales en los Andes! El cambio climático en Ecuador
Cotopaxi y Riobamba están muy lejos de Doha, pero sus habitantes no necesitan informes científicos para saber que su entorno está cambiando y que el ser humano tiene mucho que ver con ello. Aurelio, Juana, José Canagua, Teresa, Segundo y tantos otros quíchuas andinos carecen de títulos universitarios, pero conocen la Pachamama. Y no les cuadra que puedan cultivar frutales donde antes sólo había arbustos y un sapo negro que ya nunca han vuelto a ver.
Andaba por Ecuador, invitada por Manos Unidas para conocer proyectos de desarrollo que la ONG española tiene en este país líder en exportación de emigrantes, cuando al otro lado del mundo, en Doha (Qatar), se celebraba y volvía a fracasar una Cumbre sobre el Cambio Climático. Caminaba por los páramos andinos, donde ya está cultivando frutales a 3.000 metros de altitud, cuando volvía a darse un portazo político casi global al problema del calentamiento climático.
Ganadero en los páramos de Riobamba (Ecuador). Rosa M. Tristán.
Mientras los poderosos se reunían en un país que produce 1,5 millones de barriles de petróleo cada día, Aurelio Uruña, presidente de la comunidad de Chugchilán, me explicaba que "el agua bajó mucho" en los últimos 20 años, que es su manera de decir que ya no llueve y que su gente ya no puede cultivar porque ahora, cuando caen gotas, lo hacen torrecialmente. Y reconocía que buena parte de la culpa la tiene la deforestación que hubo en el pasado, porque ya no hay raíces que sujeten la tierra, que en los Andes se desmenuza como el azúcar con las tormentas, escasas y torrenciales.
Pero Aurelio sí tenía claro lo que había que hacer para torcer a derechas su destino. Así que su comunidad presentó el proyecto de un vivero a la Fundación Central Ecuatoriana de Servicios Agrícolas (CESA) y a la asociación MCCH, que a su vez recurrieron a Manos Unidas y a la AECID, para conseguir fondos. Y se los dieron. Para el vivero comunitario, que ya produce 100.000 plantas autóctonas al año, y para un estanque-reservorio que recoge parte del agua de dos ríos (tiene mil metros cúbicos) y facilitará la vida a medio centenar de familias.
ADIÓS AL SAPO NEGRO DE LA PACHAMAMA
"Mira, tenemos frutales a 3.100 metros de altitud. Y nos ha desaparecido ya el sapo negro. Es el cambio del clima, que se une aquí a unas tremendas pendientes. La tierra es mala, volcánica, y con la falta de agua la gente ya no cultiva, hasta las cebollas se compran en el mercado. Ahora podremos volver a sembrar, a tener soberanía alimentaria y prosperar. Pero debemos cuidar a la Madre Tierra, la Pachamama", señalaba el director de CESA, Francisco Ramón, durante la inauguración del reservorio, acto en el que toda la parroquia de Chugchilán estaba presente.
También en la provincia de Riobamba hay problemas con el agua. A más de 4.000 metros de altitud, el joven Medardo Silva me muestra cómo el ganado ha deteriorado la cubierta vegetal, que como esponjas recogía el agua de lluvia para ir filtrándola lentamente, gracias a lo cual antes llegaba a las partes bajas de la cordillera. "El ganado de los hacendados pisoteó las plantas. Ahora estamos sacándolo, intentando que se recupere la cubierta vegetal. Si canalizamos el agua y la llevamos abajo para regar los pastos, los ganaderos ya no subirán aquí sus vacas y ovejas. Debemos recuperar los páramos andinos porque ya no llueve como antes. Hace 10 años, un día como hoy estaría diluviando", me cuenta José Caguana, mirando al solitario Sol en lo más alto.
En una ladera del páramo, encontramos una minga, la reunión de una comunidad para realizar un trabajo entre todos y para todos. Están picando y la mayoría son mujeres. Es la obra de una canalización del sistema de riego que también financia Manos Unidas y que permitirá regar por aspersión campos y pastos situados mil metros más abajo. "Mire, tengo dos vacas que me dan unos 30 litros de leche cada una. A 30 centavos el litro, comprenderá no me dan para vivir", me explica la joven madre Teresa Marcatona, cuando bajamos hacia una aldea en la caja de un camión, tragando polvo.
Mujeres en una minga. R.M.T.
DE SIERVO A LÍDER COMUNITARIO
En otro tramo del camino, Segundo Roldán me va desgranando la historia. Hijo del siervo de un hacendado, su destino parecía marcado desde el nacimiento, pero su padre le envió con un padrino a Riobamba porque no podía mantenerle. Fue su salvación, y la de los suyos. "Volví a los 14 años con los ojos abiertos. Ya sabía leer y escribir y convencí a mi padre de que debíamos montar nuestra propia comunidad, arriesgarnos a comprar tierras uniéndonos a otros vecinos, pidiendo dinero a la Iglesia". Hoy, Segundo es líder de su parroquia, San Francisco Cuatro Esquinas, que tiene ya 400 hectáreas de las que viven 417 personas. Eso no evitó que uno de sus hijos emigrara a España, a Murcia, pero su padre nunca se atrevió a imaginar que sus nietos irían a la universidad, como así ha sido.
Segundo Roldán y su hijo Wilfredo. R.M.T.
Uno de ellos, Wilfredo Roldán, estudia Comercio Exterior. "Ecuador no puede seguir exportando materias primas, tenemos que buscar alternativas de mercado para los pequeños agricultores. La quínoa es un cereal muy nutritivo y era una buena opción, pero ahora ya no se adapta al clima que tenemos. Si lográramos recuperarlo, sería una buena opción para abrir mercados en Europa", me cuenta Wilfredo, ante la atenta y orgullosa mirada de Segundo.
Cotopaxi y Riobamba están muy lejos de Doha, pero sus habitantes no necesitan informes científicos para saber que su entorno está cambiando y que el ser humano tiene mucho que ver con ello. Aurelio, Juana, José Canagua, Teresa, Segundo y tantos otros quíchuas andinos carecen de títulos universitarios, pero conocen la Pachamama. Y no les cuadra que puedan cultivar frutales donde antes sólo había arbustos y un sapo negro que ya nunca han vuelto a ver.
Este artículo se publicó originariamente en el blog de la autora, Laboratorio de Sapiens.