No me toques el himno de España
El título de este artículo puede tener dos lecturas: una en defensa del himno y otra contraria. El sentido que tú, apreciado lector, le hayas dado la primera vez que lo has leído, dependerá de ti y no de mí, aunque yo haya sido el emisor.
Hace muchos años, una conocida trabajaba en una escuela primaria en Polonia. Un día, mientras supervisaba a los niños durante el recreo, uno llamó a otro "español". Y este lo entendió como el mayor de los insultos. Así que, ofendido, corrió detrás del primero gritándole que no era español y que no le insultara. Tan solo era moreno y tenía el pelo rizado.
Las palabras, para ser ofensivas, necesitan de un contexto determinado y de una predisposición del ofendido y del ofensor. Así, una palabra en principio sin ninguna connotación despectiva, como "español", puede llegar a serlo con suma facilidad.
Con los silbidos ocurre por un tanto. Se supone que estos son una muestra de rechazo o de reconocimiento (silbar a un cantante durante un concierto no significa lo mismo en todas las culturas). Es evidente, no obstante, que cuando se silba al himno de un país, es con la intención de rechazo.
Ahora bien, y como afirmaba antes, el mensaje debe ser descodificado por el receptor, y, como los silbidos están despojados de carga semántica, el receptor lo reconstruye según su propia visión del mundo. Por eso, para los que son más comprensivos con las reclamaciones catalanas y vascas, los silbidos durante la final de la Copa del Rey son equivalentes a "no me gusta que me nieguen el derecho a votar en referéndum sobre la monarquía y/o la independencia de Cataluña y País Vasco"; es decir, una protesta pero no una ofensa. En cambio, los que sean menos comprensivos traducirán los silbidos como "hay que matar a todos los españoles y al Felipe VI el primero"; es decir, una ofensa y una amenaza. Si tú te has traducido los silbidos según esta última opción, es lógico que pidas que juzguen a los hinchas. Si lo has entendido según la primera opción, no les habrás dado más importancia que la que tiene una muestra de descontento. En ambos casos, será tu interpretación y solamente eso. Sería absurdo, por tanto, que un juez intentara dilucidar la intención de todos los aficionados que ese día silbaron.
De la misma manera, el título de este artículo puede tener dos lecturas: una en defensa del himno y otra contraria. El sentido que tú, apreciado lector, le hayas dado la primera vez que lo has leído, dependerá de ti y no de mí, aunque yo haya sido el emisor.