Hacia una sanidad de incomunicados
Muchos pensarán que sería bueno vivir en un país donde todos compartieran una única lengua materna para que así todos pudiéramos entendernos perfectamente. Se equivocan, porque el problema nunca parte de las lenguas sino de las personas.
Antes de empezar a leer, apreciado lector, debo aclararte que no tienes ante ti un texto especializado sobre la sanidad pública española, sus problemas y soluciones, porque yo sólo la conozco como usuario. Lo que tienes ante ti son tres anécdotas reales sobre incomunicación en hospitales que espero que te hagan sonreír y una reflexión final que te quitará la sonrisa.
Hace unos años un conocido al que debían operar de una pierna, fue ingresado en un hospital barcelonés. Estuvo varios días a la espera de la operación ya que tenían que realizarle unas cuantas pruebas previas. Siempre que se lo llevaban en camilla recordaba que su cama era la 42, por si los celadores lo perdían por los pasillos del hospital y no sabían a dónde tenían que devolverlo. Finalmente, llegó el gran día. Llevaron al paciente a la sala de operaciones. El cirujano, para romper el hielo, le preguntó en catalán:
-Quina cama? (¿Qué pierna?)
A lo que mi conocido respondió:
-La 42.
El cirujano le miró, con cara extrañada, y le replicó:
-No se la encuentro.
Muchos pensarán que sería bueno vivir en un país con un único idioma para que todos puediéramos entendernos perfectamente.
Las enfermeras del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona cuentan una anécdota que le ocurrió a un paciente árabe. Le dieron un bote para una prueba de orina. La auxiliar le explicó que al día siguiente tenía que entregar la muestra en el hospital. Debía seguir la línea roja marcada en el suelo desde la entrada del hospital y entregar el bote al fondo de la línea. Quien haya cogido el metro en Barcelona sabrá que la línea 1, la roja, termina en la estación Fondo. Y allí se presentó al día siguiente el pobre inmigrante árabe, en la estación Fondo de la línea roja, con el bote lleno de orina en la mano y preguntando a la gente que pasaba dónde debía dejarlo.
Muchos pensarán que sería bueno vivir en un país donde todos compartieran una única lengua materna para que así todos pudiéramos entendernos perfectamente.
En el mismo Hospital Vall d'Hebron tuvo lugar este verano una conversación entre una auxiliar y un celador.
-Dale el bote- le dijo la auxiliar al celador señalando a una enfermera.
-Muy bien. ¿Y dónde querés que lo bote? -contestó el celador argentino.
Muchos pensarán que sería bueno vivir en un país donde todos compartieran una única lengua materna y un mismo origen para que así todos pudiéramos entendernos perfectamente.
Pero todos los que piensan así se equivocan, porque el problema nunca parte de las lenguas sino de las personas. En estas anécdotas las personas solucionaron los problemas de comunicación que les surgieron. El cirujano y el paciente se rieron, el inmigrante árabe mejoró su español y la auxiliar y el celador ampliaron su vocabulario.
El verdadero problema empieza cuando uno no quiere escuchar, ni aunque los tuyos te hablen en tu mismo idioma. Y esto es básicamente lo que ocurre cuando se ostenta el poder. La cuestión es que en estos últimos tiempos, gracias a unos políticos que ni escuchan ni entienden, la sanidad pública española se gestiona a base de recortes, muchas veces sin ton ni son. Comprendo que uno se pueda pagar el ibuprofeno. Pero, por ejemplo, negar el acceso a los mejores anticoagulantes parece una decisión poco pensada si tenemos en cuenta que éste es uno de esos casos en los que lo barato sale caro según explican los especialistas. Lo que las administraciones se ahorran por una parte comprando anticoagulantes baratos, se lo gastan con creces por otra en análisis e ingresos que se ahorrarían utilizando los caros.
Pero este poder, con quien en principio compartimos una misma lengua y un mismo origen, no quiere escuchar, sólo hacerse respetar. Por eso, apostaría mis pastillas de ibuprofeno a que el Gobierno va a hacer oídos sordos a todas las reivindicaciones planteadas en la calle, así como las planteadas en el Parlamento o por especialistas.
Y la sanidad pública, a este paso, va camino de consistir en ayuno, oración, sanguijuelas y reposo.