La democracia de la dictadura
La gente debería poder decidir sobre lo importante y lo menos importante, independientemente de lo que se tratara. En cambio, como si fuéramos niños pequeños incapaces de pensar y decidir, otorgamos a una dudosa clase política plenas facultades para decidir por nosotros sobre el bien y el mal.
La democracia contemporánea es la más pérfida de las dictaduras. Llámame demagogo pero tengo mis motivos para pensar así.
En un estudio* del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich (ETH) se demuestra que la economía global está dominada por 1.318 multinacionales estrechamente ligadas entre ellas. Es más, el 40% de estas compañías está bajo el control de 147 multinacionales, en su mayoría entidades financieras como Barclays, JPMorgan Chase, Ubs, Deutsche Bank, Credit Suisse o Goldman Sachs.
Vivimos en un mundo en el que unos cuantos directivos desde sus lujosos despachos deciden, por ejemplo, el precio de los alimentos básicos como los cereales a x años vista. Evidentemente, todo se hace de acuerdo con las leyes aprobadas por nuestros democráticos parlamentos.
Un ejemplo más visible quizá para los españoles es el de la afición de nuestros gobiernos por los trenes de alta velocidad, aunque según los datos viajamos con más frecuencia en trenes de cercanías. ¿Quién, entonces, ha decidido que España necesita ser el paraíso del AVE?
Gracias a Barcenas (son los delincuentes los que primero cantan) sabemos que entre las constructoras y los gobiernos hay una relación estrecha basada en el "yo te doy y tú me das". Los pobres españoles, a cambio del estúpido orgullo de tener una estación de AVE en su provincia, se quedan con una red de cercanías cada vez más anticuada, líneas de trenes regionales que desaparecen y un servicio con pérdidas como es el AVE. No tiene ni pies ni cabeza.
Los ejemplos como el anterior podrían ser incontables. Esta relación entre empresas y gobiernos al margen de las necesidades reales de la gente es tan alarmante que debería ser motivo de una indignación exasperada y generalizada. En cambio, la sociedad parece aceptarlo.
Como afirmaba arriba, la democracia contemporánea es la más pérfida de las dictaduras puesto que te hacen creer que tienes capacidad de decisión cuando la realidad nos dice que no pintamos nada. Los ciudadanos creen tener un papel importante porque tienen libertad de expresión y pueden quejarse en voz alta sin temor a que un policía les lleve al calabozo, además de poder votar cada cuatro años. Pues eso sólo sirve para apaciguar a una sociedad que no tiene enemigos claros como en las dictaduras y no ve enemigos invisibles.
Siempre me ha maravillado cómo la herramienta más democrática que existe como es el referéndum, es obviada por la clase política.
¿Por qué los madrileños no pueden decidir si quieren organizar unas Olimpiadas o dedicar el dinero a otras cosas? ¿Por qué los españoles no podemos decidir si queremos más kilómetros de alta velocidad o mejores cercanías? ¿Por qué los catalanes no pueden decidir qué hacer con su futuro? ¿Por qué los españoles no pueden decidir si prohibir las corridas de toros?, etc.
La gente debería poder decidir sobre lo importante y lo menos importante, independientemente de lo que se tratara, porque la gente es más sensata e independiente que los políticos. En cambio, como si fuéramos niños pequeños incapaces de pensar y decidir, otorgamos a una dudosa clase política plenas facultades para decidir por nosotros sobre el bien y el mal.
Y para una vez que la población reclama un referéndum, los políticos y sus altavoces mediáticos vociferan que no lo permite la Constitución como si de la Biblia se tratara. Entonces, parece evidente que la Constitución española tiene un problema y no los que quieren expresarse democráticamente. ¿Quién tiene miedo a los referéndums? Los que tienen miedo a no poder decidir a nuestras espaldas.