Cine para gritar
El terror es el único género que cuenta con fans que defienden incluso las malas películas. Las razones son diversas: la muerte y la violencia siguen atrayendo a los espectadores; en ocasiones, trata temas morbosos o tabú; y se adapta a los tiempos de forma constante. Estos son los códigos que manejan los directores de terror para hacernos saltar en la butaca.
Todo está en calma y tranquilo. Solo hay un elemento al que toda esta paz le perturba, y no puede reprimir el deseo de ponerle fin. El problema es que ese deseo normalmente va acompañado de violencia y, casi seguro, muerte.
Estás en una película de terror.
El terror es el único género que cuenta con fans que defienden incluso las malas películas. El fenómeno fan alrededor del terror se basa, no sólo en la aportación cinematográfica de las obras, sino en la propia imaginería del horror que han desarrollado sus autores.
Las razones son diversas: la muerte y la violencia siguen atrayendo a los espectadores; en ocasiones, el terror trata temas morbosos o tabú; y se adapta a los tiempos de forma constante, tanto por motivos artísticos como puramente económicos.
Por otra parte, despierta emociones que nos afectan físicamente. La adrenalina, la tensión y los sustos que nos proporciona una película de terror, los notamos directamente en los pelos que se erizan, la piel de gallina o los músculos que nos hacen saltar de la butaca.
Son muchas las maneras que tienen los autores de terror para intentar asustarnos y que las reacciones sean las adecuadas, aún a sabiendas de que los miedos cambian y de que sus películas tienen un futuro incierto.
En la boca del miedo
Una niña lleva puesto un abrigo para resguardarse del frío. El escenario es desolador, la pequeña está sola en pleno invierno. No tiene más opción que salir para descubrirnos el aterrador panorama al que se enfrenta: la gente que la rodea son seres humanos como ella pero un grupo de ellos, enloquecidos, arrasan con el resto, dejando un rastro de sangre a su paso. Al final, la niña no tiene más remedio que esconderse, esperando que no la descubran.
Esta escena, que podría formar parte de una premisa de terror bastante típica, corresponde a la famosa niña del abrigo rojo de La lista de Schindler. Es aterradora, desde luego, pero a nadie se le ocurriría decir que la película pertenece al género del terror.
Para analizar las fórmulas para componer una película de terror, hay que definir qué son estas cintas, para diferenciarlas del resto de géneros. Son tres las características que deben cumplir:
Amenaza: el tema central de una película de terror es la violencia o la posibilidad de un muerte repentina e inesperada, ejecutada por una amenaza ajena a la víctima que está representada por un individuo, sea este humano, animal o sobrenatural.
Asustar: a diferencia de una película de acción o un drama, las de miedo tienen como objetivo asustar. Aunque pueda haber algunas con un mensaje político o social importante, el objetivo principal es atacar a los miedos más básicos del espectador y atemorizarlo.
Entretener: el cine es entretenimiento por definición, pero una película de terror mantiene este principio como una de sus bases principales. Lo que diferencia un título de terror de un drama como La lista de Schindler es que, donde Spielberg buscaba en esencia la denuncia, el terror busca que, por mucho miedo que sufra el espectador, pase un buen rato.
Pactar con el diablo
Ahora bien, no es sencillo conseguir aunar esas tres premisas y hacer que funcionen. El punto más importante para que una película de terror funcione es el respeto del Contrato Simbólico. Este contrato, descrito por Lauro Zavala en su tratado Elementos del discurso cinematográfico, consiste en la suspensión de la incredulidad por parte del espectador.
Por ejemplo, de nada sirve ver Drácula de Francis Ford Coppola con la idea fija de que, como los vampiros no existen, nada de lo que nos cuenten en la película es creíble.
Este incumplimiento del contrato ocurre con frecuencia en el género de horror antes, incluso, de que la película comience. Cada vez que un espectador sentencia "es que yo no me lo creo" o "menuda tontería, los fantasmas no existen", debería revisar el rigor histórico de un William Wallace que vive un romance con la sucesora al reino de Inglaterra, o el rigor médico de un autista como el que representa Dustin Hoffman en RainMan.
Pero como todo contrato, consta de dos partes. El director también tiene la responsabilidad de hacer que las normas del mundo increíble que presenta al espectador se respeten hasta el final. Y, todo sea dicho, en el cine de terror la trampa está a la orden del día. El famoso giro final en el que el terror se sustenta, para presentar un último descubrimiento al espectador aún más terrible que la propia premisa de la película, ha terminado convirtiéndose en un recurso tramposo que rompe el contrato que el público ha aprobado.
Por no hablar de monstruos o enemigos cuyas capacidades y puntos débiles nunca quedan del todo claros. En Pesadilla en Elm Street, de Wes Craven, nunca queda del todo claro hasta dónde llegan los poderes de Freddy. Nancy consigue traerlo a la realidad, donde parece tener debilidades humanas, pero después regresa al mundo de los sueños arrastrando con él a la madre de la chica. Todo para que, al final, Nancy lo venza simplemente con comunicarle que le quita su poder. En una confusa escena final, todo parece volver a la normalidad, aunque Freddy vuelve a atacar a sus víctimas.
El terror no tiene forma
Para cumplir con el contrato simbólico, los directores intentan respetar ciertos aspectos que toda película de terror debe valorar.
1. Paranormal o real
En primer lugar, hay que especificar qué clase de peligro amenaza a los protagonistas. Este puede ser paranormal o real. En el caso de la amenaza paranormal, podemos incluir desde fantasmas y demonios a alienígenas, ya que el tratamiento de seres de otro planeta en el terror suele centrarse en la amenaza, más que en las posibilidades científicas o realistas de la existencia de extraterrestres.
Las amenazas paranormales se rigen por tener unas capacidades espectaculares, contra las que los personajes humanos poco o nada tienen que hacer. Es el caso de Expediente Warren, Alien, La Cosa o El Exorcista.
Cuando la amenaza es real, suele ejemplificarse en la figura de un asesino humano. En estos casos, resulta difícil en ocasiones diferenciar una película de terror de un thriller. El silencio de los corderos, de Jonathan Demme, es una película que siempre ha sido catalogada como terror, pero Seven, de David Fincher, parece recibirse como un thriller. La línea es muy fina, y la clave suele estar en las motivaciones del asesino y la forma de actuar de los protagonistas.
En El silencio de los corderos, tanto Hannibal Lecter como Buffalo Bill se dejan llevar por pulsiones internas que se perciben como perturbadoras, enfermizas y totalmente asociales. Y aunque Clarice Starling sigue una investigación policial, no deja de ser una marioneta del doctor Lecter, que juega con ella llevándola por donde le interesa.
En Seven, en cambio, las motivaciones del asesino trascienden la simple satisfacción de sus placeres personales para dar un mensaje social al mundo. Además, la trama se centra en los detectives, que llegan a la escena del crimen cuando esta ya se ha cometido, mientras que en El silencio de los corderos, si bien no asistimos a ningún asesinato completo, sí vemos repetidas escenas donde asesino y víctima se encuentran.
Esto es un rasgo claro para diferenciar una película de terror de un thriller, ya que el terror apenas perderá una ocasión para situar al espectador en el mismo momento de la muerte de la víctima.
En ocasiones, ambos aspectos se unen, presentando asesinos que parecen poseedores de una fuerza sobrenatural, como es el caso de Jason o Michael Myers. Y otras veces, la trama juega a que las amenazas vienen por todas partes, como en El Resplandor, en la que la locura homicida de Jack Torrance aumenta por la influencia de los fantasmas del hotel.
2. La motivación del mal
Una vez establecida qué tipo de amenaza protagoniza la película, hay que decidir cuál es su motivación y si ésta es voluntaria o involuntaria.
Los animales, en películas como The Reef, de Andrew Traucki, o Monstruoso, de J.J. Abrams (donde no se trata de un animal, pero su comportamiento es semejante), se rigen por una voluntad basada en el instinto. Son letales, pero no responsables de sus actos.
En cambio, los asesinos, fantasmas o demonios suelen tener una voluntad férrea para llevar a cabo sus acciones. Los asesinos resultan especialmente interesantes, ya que se mueven por voluntad propia, siendo muy conscientes de sus actos, pero a menudo afectados por un trauma terrible que les hizo pasar, de víctimas, a la peor de las amenazas.
Sin embargo, la falta de motivación o explicación crea una confusión que deja a la víctima y al espectador aún más indefensos que si tuvieran idea de lo que ocurre.
3. Víctima pasiva o activa
Por norma general, las películas de terror cuentan con un protagonista que se encuentra indefenso ante la fuerza a la que se enfrenta. La representación de víctimas pasivas, indefensas y con pocas salidas salvo la huida, sirve para que el público se identifique con el miedo, y para que la amenaza resulte aún más brutal. Si un personaje es demasiado fuerte o activo, la película podría convertirse en un thriller o incluso una película de acción, donde ambas fuerzas se miden en igualdad de condiciones.
Las víctimas pasivas han estado representadas de forma habitual por mujeres y niños. Tradicionalmente, la idea de la debilidad de la mujer ante un peligro llevaba, en el cine más clásico, a utilizar personajes femeninos como víctimas, al entender que un hombre se enfrentaría abiertamente a él.
En Psicosis, la protagonista es activa en cuanto que se enfrenta a la sociedad que conoce, huyendo después de robar a su jefe. Pero cuando se encuentra con la violencia, está totalmente indefensa. Al igual que Barbara, el irritante personaje de La noche de los muertos vivientes de George Romero, que más que indefensa parece catatónica.
Pero la figura de la mujer se transformó en la década de los setenta para convertirse en víctimas activas. La madre de Regan, en El Exorcista, es una mujer fuerte que, si bien no puede afrontar la amenaza por sí sola, pone todo de su parte para vencer al demonio Pazuzu, agotando todas sus posibilidades; Ripley, la protagonista de Alien, mantiene una pelea constante, tanto contra el alien como contra el androide y hasta contra su propia tripulación.
Estos personajes femeninos ha terminando por evolucionar en las scream queens, que consiguen hacer frente a sus amenazas con mayor o menor fortuna, pero más allá de la rendición de los personajes antiguos.
Al final de la escalera
Si el final lo es todo para la mayoría de las películas, con el terror es aún más importante. La forma de resolver el conflicto y explicar qué está ocurriendo, no sólo debe ser coherente, sino que muchas veces debe contestar a una serie de preguntas que se han estado planteando a lo largo de toda la historia.
Como si formase parte de su propia ficción, las películas de terror sufren a menudo la maldición del tercer acto. La mayoría de filmes comienzan con un primer acto muy contundente, recordado por todos. Es la forma en que se presenta el conflicto y se descarga la mayor parte del poder de la amenaza. Sin embargo, hacia el final de la historia, al llegar al tercer acto, casi todas caen en una resolución del problema que resulta fácil o absurda.
La decisión suele ser empresarial: terminar una película con un final feliz o abierto, da pie a una secuela y despierta en el espectador una sensación de tranquilidad y satisfacción que le dejan un buen recuerdo de la película.
Pero también se debe a que la mayoría de películas de género que nos llegan son estadounidenses, donde la forma de hacer cine está estructurada de forma casi matemática. Su forma de resolver las películas mediante un conflicto o pelea final hace que muchas amenazas que han demostrado estar por encima de los protagonistas tengan un final en forma de pelea callejera, donde protagonista y antagonista resuelven sus problemas a puñetazos.
Esto hace que las películas de terror que se resuelven con una pelea física, un hechizo o una trampa, terminen acercándose más al cine de acción que al de terror. Porque el horror, si se quiere presentar como un sentimiento reconocible por los espectadores, debe tener un final donde el mal, de alguna forma, triunfe.
Sesión 9
Se acerca Halloween, y las listas de películas para la sesión perfecta se encuentran por todas partes. En los primeros lugares se encontrarán las que no pueden faltar: El Exorcista, Alien, el octavo pasajero, El silencio de los corderos, etc. Así que aquí propongo algunos títulos un poco diferentes, pero que cumplen por completo, o en su mayoría, los aspectos para hacer una buena película de terror.
- Cromosoma 3, de David Cronenberg. 1979
- Posesión, de Andrzej Zulawski. 1981
- Found, de Scott Schirmer. 2012
- Fuego en el cielo, de Robert Lieberman. 1993
- El estrangulador de Boston, de Richard Fleischer. 1968
- En la boca del miedo, de John Carpenter. 1994
- ¿Quién puede matar a un niño?, de Chicho Ibáñez Serrador. 1976
- El pacto, de Nicholas McCarthy. 2012
- Las manos de Orlac, de Robert Wiene. 1924