Oda a las tetas
Queridas tetas, hemos pasado mucho desde que hicisteis vuestra aparición en 1995. Llegasteis tarde: llevaba siglos preguntándome si ibais a aparecer algún día; yo llevaba tops mientras que las demás chicas desarrollaban melones de un día para otro. Y justo cuando empecé a plantearme el viejo truco del papel higiénico en el sujetador, aparecisteis.
Queridas tetas:
Hemos pasado por muchas cosas juntas desde que hicisteis vuestra aparición en 1995.
Llegasteis tarde: llevaba siglos preguntándome si ibais a aparecer algún día; yo llevaba tops mientras que las demás chicas desarrollaban melones de un día para otro.
Y, justo cuando empecé a plantearme fingir vuestra llegada con el viejo truco del papel higiénico en el sujetador, aparecisteis.
No os voy a mentir, tetas. Al principio, cuando me di cuenta de que no ibais a crecer más, solo podía pensar "¿por qué a mí?". Había salido a mi madre en todo lo demás, y ella no iba escasa de pecho, precisamente.
De hecho, después de sus alentadores comentarios del tipo de "vamos, hasta la tabla de planchar te tendría envidia" (un chiste que no es ni gracioso ni original, y menos para una adolescente que se preguntaba si llegaría a llevar sujetador con aro cuando se graduara), empecé a preocuparme seriamente.
Cuando tenía 16 años estaba convencida de que el rendimiento deficiente del departamento del tamaño era el obstáculo principal para atraer a los chicos. Nada tenía que ver que me maquillara como Marilyn Manson, que llevara las medias rotas o que fuera aficionada al malibú con coca-cola.
Pues no, tetas, todo era culpa vuestra.
Empecé a obsesionarme con vosotras, y no en el buen sentido. No era vuestra culpa, pero me hicisteis sentir bastante mal y me hicisteis pensar que nunca le parecería atractiva a nadie. Consumí toda mi energía en vosotras cuando debería haber disfrutado de la belleza y la luminiscencia de la juventud.
Me metí en la peligrosa dinámica en la que mi autoestima giraba en torno a vosotras, cuando debería haberme dado cuenta de que no erais más que una parte del cuerpo más y que algunas partes del cuerpo son grandes y que otras son más pequeñas. (Chicos, tomad nota).
No estaba sola en esto -había varias chicas-tablas de planchar en mi curso- y la verdad es que había algunas que lo llevaban peor que yo.
De hecho, ver a una amiga comer "pan de estrógenos" -porque, según decía ella con los ojos desorbitados, "hace que te crezca el pecho"- fue lo que me devolvió la cordura.
Ningún tío vale la pena como para tener que comer un pan especial y asqueroso. Además, sin ánimo de ofenderla, no funciona.
Estoy escribiendo esto porque hoy me he encontrado con un artículo sobre consejos de un cirujano plástico que hablaba de cómo corregir las "imperfecciones" del pecho.
Mirad, tetas, ya es hora de admitirlo. Al principio, me parecíais tan decepcionantes que me llegué a plantear operarme para daros un empujoncito. Una puñalada trapera, lo sé.
El artículo no se centraba en el tema del tamaño, pero hablaba sobre muchos detalles, desde pechos caídos a pezones demasiado grandes. Todo giraba en torno a tener el pecho perfecto.
Y me di cuenta de que no sois perfectas. Pero es que no tenéis por qué serlo. No habéis salido de un molde, no habéis sido esculpidas en mármol, sois como tenéis que ser.
No ubico el momento en que dejé de sentirme mal por vosotras. Me refiero a que ni siquiera me di cuenta de que ocurrió.
Solo recuerdo que no os prestaba mucha atención y que luego empecé a pensar: "Eh, la verdad es que me gustáis. Gracias por no darme dolor de espalda y por no caeros con el paso del tiempo".
Si tuviera que darle un consejo a mi yo del pasado, le diría que el aspecto no es tan importante. Que no le debería importar en absoluto lo que los demás pensaran de ella, y menos los chicos. Ojalá no hubiera creído durante tanto tiempo que mi valor dependía de vosotras.
Aunque me alegro de no haber pasado por el quirófano. Muchas mujeres lo hacen y, si así son felices, bien por ellas.
Pero no creo que me hubiera hecho feliz arreglaros para que os pareciérais a las tetas de todas las demás. Después de todo, sois mías.
Y, aunque nunca volveré a caer en ese error -de pensar que mis atributos físicos pueden hacerme feliz-, quiero deciros que sois magníficas y os pido disculpas por haber tardado tanto en darme cuenta.
Este post fue publicado originalmente en la edición de Reino Unido de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.