Sánchez o la banalidad
Según el Principio de Golssen, una época y un país son tanto más banales cuanto más relevantes sean los aspectos psicológicos, meramente individuales, de sus dirigentes para explicar sus hechos históricos. Nadie cree que en la personalidad de Stalin, de Hitler, de Roosevelt, se encuentre la clave definitiva para comprender la Segunda Guerra Mundial. Sin negar que haya que recurrir a ellas en algún momento puntual para descifrar algún aspecto, ningún libro de Historia dedica la mayoría de las páginas de su capítulo sobre la caída del muro de Berlín a describir las características psicológicas de Reagan, Gorbachov o Wojtyła. Ésa es la diferencia entre la Cuba de Castro y la Nicaragua de Ortega. La buena Política trasciende a la Psicología. La buena Historia trasciende a la Memoria.
Siguiendo a Golssen, y contra lo que pudiera parecer, España acaba de atravesar la semana menos interesante de su Historia reciente. Fue anunciar Pedro Sánchez el pasado lunes la convocatoria de elecciones, y el tertulianado en pleno —propongo “tertulianado” como sustantivo colectivo en donde quedan incluídos por igual tertulianos y tertulianas, a imagen y semejanza de “electorado” o “alumnado”—, tras una desorientación momentánea que en algún caso cursó con isquemia transitoria, sólo fue capaz de balbucear rasgos de personalidad. Astucia. Narcisismo. Valentía. Psicopatía. Pulsiones suicidas inconscientes. Orgullo herido. Mentalidad de jugador. Trastorno delirante postraumático. Personalidad competitiva. Genialidad estratégica. Amor al riesgo.
Pero la banalidad, —que en la Historia siempre es sinónimo de tristeza—, de la situación no afecta sólo a la PSOE. ¿Alguien se cree que en las negociaciones express entre Sumar y Podemos se esté hablando de aspectos ideológicos o programáticos? “Maldita sea, Irene, sólo tenemos diez días para encontrar la síntesis entre el concepto de praxis en Gramsci y la reconstrucción troskista de la idea de alienación”. “Pues sin eso yo no firmo, Yolanda, que en Podemos siempre hemos sido muy de Gramsci”. Están jugando al Quién es Quién dejando caer caras alternativamente, estaban jugando a las sillas hasta que Sánchez paró la música inesperadamente. La llamada de Mar Cambrollé a mover el culo del votante no tiene otro fin que el de salvar el propio.
Alexander Golssen comprendió mucho antes que nadie el actual nexo indisoluble entre posmodernidad y liderazgo. Y aunque su Principio se aplica sobre los gobernantes, no contamos con perspectivas más halagüeñas si le hacemos pasar el test de Golssen al Candidato por Casualidad que lidera el Partido Popular en estos momentos o al Victor Mature de la política patria que encabeza Vox. Pésimos actores que sólo saben permanecer de pie en sus marcas esperando su turno. En mi destilado antisanchismo deseo, paradójicamente, que la decisión del lunes obedezca a algo más que a los psicologismos del presidente, porque de no ser así la derrota que sufrirá la izquierda el 23J será tan abultada que aterrará hasta a los que, como yo, hace ya años que no entendemos nada. Y menos a la izquierda.