Votación subrogada y papeletas de alquiler
¿Se puede alquilar un vientre, pero no se puede alquilar un sobre blanco o sepia para meter dentro una papeleta de igual color?
La recta final de las elecciones autonómicas y municipales que se celebran hoy ha estado protagonizada por una polémica referente a la mal llamada “compra de votos”. Si desde el liberalismo criticamos por inadecuado el concepto de “compra de bebés” y defendemos el término “gestación subrogada”, deberemos de igual manera aceptar que lo que ha ocurrido en Albudeite, Mojácar o Melilla no es una compra de votos, sino un procedimiento, quizá no legal pero perfectamente legítimo, de votación subrogada, en donde dos personas, —el votante cedente y el votante cesionario—, llegan a un acuerdo en uso de su libertad, movidos por un afán conmovedoramente altruista, en el que cada parte pone por delante de su propia felicidad la felicidad de la otra parte.
Lo dijo Adolfo Suárez, conocido arquitecto del aeropuerto de Barajas: “Hay que elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es plenamente normal”. Al ser un asunto que despierta el puritanismo de unos y la demagogia de otros, no negaré la conveniencia de una regulación legal que evite ciertos excesos en la votación subrogada. Por ejemplo, está claro que la subrogación debería ser totalmente desinteresada y se debería perseguir cualquier remuneración por la cesión del voto, más allá, obviamente, de una compensación por las molestias del desplazamiento hasta el colegio electoral del votante cedente, que podrá ser todo lo generosa que el votante cesionario estime. El partido —¿por qué no Coalición por Melilla?— que incluya esta innovación en su programa debería merecer nuestro apoyo.
Vivimos en una sociedad diversa e inclusiva, y debemos potenciar estas cualidades dado que son fuente de enriquecimiento. En especial, de algunos. Hay mil formas de canalizar el amor. No debemos permitir el odio. La libertad ha de primar por encima de todo. Si ya tenemos plenamente asumido que hay mujeres que, pudiendo libremente optar por ser cirujanas, tertulianas o estudiantes de un máster en Imagen y Sonido, se sienten más realizadas ejerciendo la prostitución en una rotonda de las afueras, ¿por qué no asumir que haya votantes —igualmente cirujanos, tertulianos o estudiantes de másteres en Imagen y Sonido— que en el uso de su libertad acepten contribuir a la felicidad de otra persona cediéndoles su voto a cambio de una pequeña contraprestación por las incomodidades?
¿Se puede alquilar un vientre, pero no se puede alquilar un sobre blanco o sepia para meter dentro una papeleta de igual color? Una sociedad liberal debe dejar que los individuos decidan libremente qué venden y qué no venden de sí mismos. ¿Es lícito que una persona vote movido por la incierta esperanza de una mejoría económica a largo plazo, pero es ilícito que una persona vote movido por la absoluta certeza de una mejoría económica de forma inmediata? En una época en donde aumenta el desinterés de parte de la población hacia los procesos electorales, la votación subrogada sólo trae ventajas para todos los implicados. No lo llamemos “compra de votos”. Digamos que los derechos de la subrogación electoral son derechos humanos. Un hombre, un voto, sí, pero no necesariamente el suyo.