Choque España-Israel: qué supone llamar a consultas a un embajador
No es expulsar ni retirar la representación diplomática y, menos, romper relaciones. Es un toque de atención, serio, pero relativamente frecuente como señal de queja.
El Gobierno español se ha ratificado este viernes ratifica en su posición sobre el conflicto entre Israel y Hamás después de la decisión de las autoridades israelíes de llamar a consultas a su embajadora en Madrid, y subraya que cada vez hay más líderes internacionales que secundan los mismos argumentos.
El ministro de Exteriores israelí, Eli Cohen, decidió ayer jueves llamar a consultas a su embajadora tras las que consideró palabras "indignantes" del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en las que, horas antes, había insistido en que tenía "francas dudas" de que Israel esté cumpliendo el derecho internacional en Gaza.
La llamada a consultas se hizo pública mientras Sánchez viajaba a Dubai para participar este viernes en la cumbre del clima COP28 y en la que coincidirá con el presidente de Israel, Isaac Herzog.
Fuentes del Ejecutivo han recalcado que la llamada a consultas de la embajadora israelí no es una retirada de esta representante y no consideran que implique una grave escalada de la crisis diplomática. Insisten en que desean tener las mejores relaciones con Israel y vuelven a condenar de forma rotunda los ataques terroristas de Hamás del pasado 7 de octubre, pero al mismo tiempo lamentan la situación que vive Gaza y la necesidad de que se respete el derecho internacional en la respuesta israelí.
Eso hace surgir la pregunta: ¿qué es una llamada a consultas? ¿Es diferente a una reunión? ¿Se rompen relaciones con este paso? Vamos a aclararlo.
Cuando hay algún problema entre estados, lo primero que se hace es convocar al Ministerio de Exteriores de turno al embajador que sea, para protestar. Esa es la primera señal de malestar entre dos países, un acto diplomático relativamente frecuente por el que se cita al embajador (a veces se empieza con un funcionario de menor rango) y se le traslada el malestar o la queja e incluso se le puede hacer entrega de algún documento formal, poniendo negro soble blanco el motivo del roce.
Dentro de la escalada de tensión entre estados, luego se puede plantear la salida de funcionarios de la legación, por debajo del embajador. A veces, estas expulsiones no son sólo usados como un aviso, sino que se producen por problemas concretos con esos trabajadores foráneos. Por ejemplo, en 2010 España sacó del país a dos empleados rusos por un caso de espionaje y en 1985 hizo lo propio con cuatro cubanos sospechosos de perseguir a un dirigente que iba a pedir asilo político.
Si se entiende que ha habido un "agotamiento del diálogo", es cuando se llama a consultas a un embajador. "El Estado acreditante hace viajar a su representante desde el país en el que está acreditado (Estado receptor) hasta su capital, con el objetivo de evacuar consultas con las autoridades", dice la definición de la escuela diplomática.
Esta es una medida de protesta que utiliza el gobierno de un país ante la inconformidad por el tratamiento que otra nación le da a un problema determinado, una decisión de duración indefinida (de días a meses), un tiempo durante el que los ejecutivos tratan de buscar soluciones y un acercamiento.
La embajada sigue funcionando en este tiempo, bajo la dirección del cónsul principal o el encargado de negocios, mientras el embajador llamado rinde desde su propio país informes sobre cómo se ha llegado a esta situación y qué se está haciendo para reconducirla. Cuando todo se entibia, el diplomático regresa al país en el que estaba destinado. Esto es lo que lleva pasando con relativa frecuencia en los últimos tiempos entre los embajadores de España y Venezuela, por ejemplo. No obstante, los antecedentes más recientes se han dado con Marruecos.
Si tampoco esto funciona, se procede entonces a la expulsión del embajador, un paso con un enorme peso simbólico por el que además se declara "persona non grata" al expulsado. La representación diplomática queda entonces en manos de un encargado de negocios o funcionario secundario. Se interpreta habitualmente como un punto de no retorno, porque ya cualquier proceso de normalización que se quiera emprender tiene que pasar inevitablemente por la solicitud -y, lo más peliagudo, por la concesión- del plácet para un nuevo embajador. Responder a una expulsión con otra expulsión es lo natural en estos casos.