Un día en la vida de Peter Tatchell
Todas las noches voy a dormir con una alarma de sirena, un extintor de incendios y una escalera de cuerda al lado de la cama, por si sufro otro atentado. Desde hace años, he sufrido cientos de atentados: cócteles Molotov y ladrillos arrojados por las ventanas, tres bombas incendiarias y una bala a través del buzón.
Todas las noches voy a dormir con una alarma de sirena, un extintor de incendios y una escalera de cuerda al lado de la cama, por si sufro otro atentado. Desde hace años, he sufrido cientos de atentados: cócteles Molotov y ladrillos arrojados por las ventanas, tres bombas incendiarias y una bala a través del buzón.
Mi piso es una fortaleza, con barras de hierro en las ventanas, una puerta delantera reforzada con acero y un pasillo a prueba de incendios.
En los 46 años que llevo haciendo campaña por los derechos humanos y de la comunidad LGBT, he desafiado y he molestado a muchos dictadores, fascistas, homófobos y racistas. Las cartas con mensajes de odio y las amenazas de muerte forman parte habitual de mi vida.
Ha habido planes para matarme de neonazis, islamistas, agentes del régimen de Mugabe y seguidores de los cantantes de "música asesina" en los locales jamaicanos, que incitan a asesinar a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales (LGBT). En algunos periodos, he vivido protegido por policía armada.
Por suerte, lo peor que me ha sucedido ha sido acabar con el rostro ensangrentado, los dientes rotos y un ligero daño cerebral y ocular por las palizas que me propinaron los matones del presidente Mugabe en Bruseñas en 2001 y los nacionalistas de extrema derecha en Moscú en 2007.
He salido bien librado, en comparación con los heroicos defensores de los derechos humanos en países como Irán, Rusia, Pakistán y Zimbabue, que en muchos casos han sido encarcelados, torturados y asesinados.
A pesar de las amenazas que he sufrido, me gusta lo que hago.
Mi vida diaria es una apasionante montaña rusa de agitación, caos, improvisación, crisis, idealismo y triunfos. Suele estar cargada de tensiones y es agotadora, pero me encanta trabajar al servicio de los derechos humanos. Es mucho más gratificante que cualquier trabajo profesional, cómodo y bien pagado.
Dado que siempre tenemos problemas de dinero y solo cuento con un ayudante, las tareas pesadas y rutinarias las tengo que hacer en su mayoría yo mismo. Hago carteles, distribuyo panfletos y organizo mis viajes.
Normalmente trabajo unas 14-16 horas diarias, los siete días de la semana. No es extraño que esté soltero. ¿Qué hombre estaría dispuesto a soportarlo?
Cuando estoy en medio de una campaña intensa, como el movimiento actual en favor de la legalización del matrimonio homosexual, a veces aguanto con una hora de sueño. La última vez que tuve vacaciones como es debido fue en 2008. Muchas veces digo en broma que las vacaciones y las noches de descanso son para debiluchos.
Trabajo sobre todo en mi piso de un solo dormitorio, situado en un enorme complejo de viviendas de protección oficial a 1,5 kilómetros al sur del Big Ben, en un barrio llamado Elephant and Castle. Llevo 34 años viviendo aquí, no por gusto, sino obligado por la pobreza. Durante la mayor parte de los últimos 40 años, que he dedicado al activismo, no he tenido remuneración alguna, y por eso no he podido mudarme a ningún sitio mejor. ¡No me importa!
Una jornada típica suele empezar alrededor de las 9 de la mañana, después de que me haya acostado entre las 3 y las 5, es decir, después de dormir demasiado poco. Trabajo mucho en las primeras horas de la madrugada, terminando artículos que debo entregar a la mañana siguiente y elaborando dossieres y comunicados de prensa.
Trabajo las 24 horas del día; en comunicación constante con activistas y medios de comunicación en diferentes zonas horarias. Cuando es medianoche en Londres, estoy hablando con activistas en Nueva York (cinco horas por detrás) y en Sydney (10 horas por delante). A veces resulta confuso.
Comienzo el día con un zumo desintoxicante de limón, que además me da una gran inyección de energía, y luego hago ejercicio en el pasillo: series de 60 flexiones y 120 abdominales en días alternos. Mantenerme en forma me ayuda a ser más eficaz como activista. Si no me cuidara, la tensión y el trabajo acabarían enseguida conmigo.
La mayoría de los días recibo alrededor de 800 correos electrónicos, llamadas, tuits y mensajes de Facebook. Algunos son peticiones de ayuda de personas que son víctimas de alguna injusticia, sobre todo casos de asilo, discriminación y delitos por odio. Ahora cuento con un voluntario, Raks, que estudia la mayor parte de estos casos de forma individual.
También recibo muchas invitaciones para hablar, escribir y ser entrevistado. Es un auténtico honor que me lo pidan. Me siento muy honrado.
Pero la mayoría de los mensajes están relacionados con mis múltiples campañas simultáneas en el Reino Unido y otros países.
Además del matrimonio homosexual, en el Reino Unido llevo a cabo campañas por la democracia económica, las alternativas a la austeridad, la reforma del derecho de asilo y la lucha contra la homofobia en el deporte, el fundamentalismo religioso y el extremismo de derechas.
En el ámbito internacional, trabajo en apoyo de la democracia, los derechos humanos y los movimientos LGBT en países como Uganda, Irak, Arabia Saudí, Beluchistán, Papúa Occidental y China. Para mí es muy importante que los activistas de los países ricos y democráticos ayuden y refuercen a nuestros hermanos y hermanas que luchan en países pobres y dictaduras.
Los derechos de la comunidad LGBT y los demás derechos humanos son universales e indivisibles. La libertad de todo el mundo es igual de importante.
Mi ayudante James y yo tratamos de contestar el diluvio diario de mensajes, aunque es imposible mantenerse al día de un volumen tan inmenso. Me gustaría decir que sí a todo el mundo, pero por desgracia no puedo aceptar más que una mínima fracción de todas las invitaciones que recibo. Me duele tener que decepcionar a alguna gente.
Alrededor de las 12 del mediodía hago una comida que es entre desayuno y almuerzo: suele ser avena con yogur, frutos secos y fruta, además de una pastilla de un complejo vitamínico. Me tomo muy en serio la necesidad de tener una alimentación saludable. A veces, el teléfono suena casi sin parar y acabo comiendo un solo bocado entre llamada y llamada. Puedo tardar una hora o más en terminar la comida.
El resto del día puedo pasarlo escribiendo un artículo, pronunciando una charla, en entrevistas con medios de comunicación, organizando campañas o participando en alguna protesta; a veces, un poco de todo. No tengo un solo momento aburrido ni repetitivo.
Estoy siempre corriendo de una cosa a la otra. Hay mucho que hacer y faltan horas para hacerlo. Intento encajar demasiadas cosas en el día; siempre estoy a punto de perder trenes y aviones y llegando con el tiempo justo a compromisos y entrevistas. Me falta tiempo.
La cantidad de cosas que pasan cada día hace que muchas veces acabe cenando demasiado tarde, entre 10 y 12 de la noche. Mi cena suele consistir en mucha verdura fresca y cruda con una mezcla de frutos secos, queso, huevos (nada de carne) y pasta o pan, todo ello aderezado con aceite de oliva y ajo picado. Para beber, un vaso de vino tinto. Delicioso y nutritivo.
Luego, vuelta al trabajo durante unas cuantas horas más.
Cuando llega la hora de acostarme, estoy exhausto. Estoy tan cansado que nunca me cuesta dormirme, a pesar de las tensiones y las presiones. Tardo dos minutos en desconectar.
¿Qué me mantiene con fuerza día tras día? El idealismo, la pasión y la convicción de que es posible lograr algo mejor. Mi lema y mi inspiración es este: "No aceptes el mundo tal como es. Sueña con lo que podría ser, y después ayuda a que lo sea".
Peter Tatchell es Director de la Peter Tatchell Foundation. Para más información sobre sus campañas y para hacer una donación: www.PeterTatchell.net
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.