Sin utopías (tan solo naciones)
Quizás lo que sucede es que cuanto más difícil se hace la vida más necesitamos creer en la comunidad salvadora, esperando ayuda, protección, el puntal de la propia identidad desmoronada. ¿Qué más tenemos cuando no hay presente y, sobre todo, cuando nos domina el miedo?
Una tarde de invierno austral, de camino al Museo Arqueológico de Viña del
Mar, el grito contenido de un hombre me detuvo. "¡Viva Chile!", me había
parecido oír, pero la escena resultaba tan insólita que en ese instante no
comprendí lo que pasaba, pues aquel hombre estaba solo y en una calle casi
desierta, a unos cincuenta metros de mí. Cuando se dio cuenta de que no tenía
a nadie con quien compartir su alegría, bajo los brazos, que había alzado un
momento sin dejar de asir la escoba, y siguió empujando el carro que portaba
para continuar con su trabajo. Entonces vi que llevaba puestos unos
auriculares y recordé que la selección chilena de fútbol jugaba un partido ese
día, así que debía estar siguiéndolo en la radio cuando le arrebató la emoción
de un gol. Y eso era todo.
Hace ya días que este recuerdo ha vuelto a mí, tantos como llevo reflexionando
sobre todo lo que sucede ahora en Cataluña, obligado por las convocatorias a
que me someten, instándome a decidir sobre asuntos que solamente me
interesan porque otros que conviven conmigo los consideran esenciales. He de
reconocer que el debate nacionalista no solo me resulta ajeno, también me
molesta que interrumpan mis quehaceres y pensamientos, mi afán por
encontrar mejores formas de relación entre los humanos, buscando mi
complicidad en enfrentamientos largamente larvados, para ver si finalmente
destilo algún rencor y tomo partido.
Me pregunto cómo es posible que alguien, aquel chileno por ejemplo, que en
apariencia tiene poco que agradecer a su patria, viva con tal intensidad esos
momentos, como si su condición no fuera el resultado de las actuaciones de
sus compatriotas, de las injusticias de su tiempo cometidas en ese espacio
nacional, al amparo de esa bandera. Por la edad que tenía, al menos había
vivido el tiempo de Gobierno de Allende y la Unidad Popular, la dictadura de
Pinochet, la renovada democracia hasta el presente... Tantas ilusiones como
decepciones y algunos acontecimientos terribles que tampoco habían minado
su fe.
Quizás lo que sucede es que cuanto más difícil se hace la vida más
necesitamos creer en la comunidad salvadora, esperando ayuda, protección, el
puntal de la propia identidad desmoronada. ¿Qué más tenemos cuando no hay
presente y, sobre todo, cuando nos domina el miedo? La nación se presenta
como una idea transversal, que agrupa a clases y diferencias. El trabajador que
resiste amansado los ataques a sus derechos sociales y laborales no debe
temer manifestarse a favor de su país. Esa actitud no pone en duda su
dedicación, no le sitúa en la incómoda posición de la protesta. Al fin y al cabo,
la nación también ha de convenir a su patrón, se trata de un buen negocio.
Aunque la crisis va para largo y los recortes en los servicios públicos
fundamentales van a ser aún mayores que los que ya hemos tenido, la
evidencia de que la mayoría absoluta que ansiaba CiU le era necesaria para
poder aprobar y aplicar unos presupuestos miserables para el próximo año,
parece no hacer mella. Una parte del electorado ha preferido votar a ERC
como alternativa nacionalista de izquierdas, pero lo ha hecho buscando más
nación. Así que seguimos sin discutir tanto sobre si las políticas dominantes,
privatizando los servicios públicos y recortando derechos laborales y sociales,
nos están llevando a un abismo, sino sobre cuándo podremos gestionar
nosotros mismos los restos que sobrevivan a la caída hasta su oscuro fondo.
En esta situación, Wert, el ministro calamidad, cataliza todas las esencias,
poniendo siempre el dedo en las llagas más dolorosas, dispuesto a impedir que
la tensión amaine.
No había oído nunca tantas apelaciones al pueblo como ahora, desde que se
han abierto todas las puertas del debate soberanista. Pueblo, unidad sin
distinciones. Yo creía que esa era ya una idea arrinconada, medieval, antigua.
Pero ha resucitado, volvemos a ser pueblo y no ciudadanos con intereses
diferentes, con presentes distintos, con expectativas diversas. Políticos
apelando al pueblo, signo inequívoco de que no hay propuestas. Sociedad sin
utopías, invocando a las naciones, globos que admiramos elevándose en el
cielo mientras izamos banderas y el barro ya seco se cuartea a nuestros pies.
Post Scriptum. El autor ha preferido utilizar la imagen del barro para no
molestar a los posibles lectores con un incómodo final. Sin embargo, para no
faltar a la verdad, quiere dejar aquí constancia de que la masa reseca que
sostendrá los pies de la mayoría, cuando acabe esta nueva restauración
europea, estará compuesta en su mayor parte por esa otra sustancia en que ya
deben estar pensando, metafóricamente hablando, se entiende.
El autor.