Lo que necesitas saber para entender los movimientos antifascistas de Estados Unidos
La memoria de la guerra civil española se ha mantenido grabada a fuego en las diversas culturas antifascistas hasta el día de hoy.
A raíz de la movilización de los supremacistas blancos en Charlottesville el 12 de agosto, ha surgido un creciente interés en los movimientos antifascistas. El antifascismo existe desde hace tanto tiempo como el fascismo y podría definirse de forma sencilla como el movimiento ideológico que se opone al fascismo y a las políticas de extrema derecha. El presidente Donald Trump, entre otros, está empleando etiquetas como "alt-left" (izquierda alternativa) para describir y difamar una historia mucho más larga y compleja que eso. Si queremos entender los movimientos antifascistas de la actualidad, así como intuir cómo tendrán éxito y cómo no, debemos comprender a sus predecesores.
A menudo, en el imaginario colectivo de Estados Unidos, así como de Europa, la mención de este movimiento político escasamente comprendido evoca imágenes de manifestantes enmascarados. No obstante, la historia del antifascismo demuestra que los antifascistas pueden adoptar muchas formas que son, en la mayoría de las ocasiones, pacíficas. Por ejemplo, desde los años 60, organizaciones británicas antifascistas como la revista Searchlight se han especializado en periodismo de investigación para destapar los extremos del fascismo y de las políticas de extrema derecha. Asimismo, la campaña Rock Against Racism utilizó la música para ayudar a construir un movimiento que se opusiera al Frente Nacional de Gran Bretaña, un partido político de extrema derecha, en los años 70.
Tanto en el pasado como en el presente, aquellos que se han opuesto a los antifascistas han difundido los clichés de que solo son "gamberros" y violentos. Esto no hace más que perpetuar la noción extremadamente simplista que tiene mucha gente de los objetivos de dichos movimientos. Tras lo de Charlottesville, por ejemplo, Nigel Farage, antiguo dirigente del Partido de la Independencia del Reino Unido y clave para el Brexit, dijo que los antifascistas no son diferentes de los fascistas. También Donald Trump recibió muchas críticas por insinuar lo similares que son las personas de extrema derecha y aquellos que se oponen a ellos.
Imparto en la Universidad una asignatura sobre el fascismo y antifascismo de Gran Bretaña, y pese a las insinuaciones que hacen algunos como Trump y Nigel Farage, mis alumnos y yo no podemos evitar ver una diferencia abismal entre los antifascistas y los miembros de grupos de extrema derecha. Sí que hay ciertos parecidos superficiales: ambos grupos suelen moverse por los extremos de la cultura política y ambos grupos hacen ciertas cosas que también hacen los pequeños partidos políticos, como publicar revistas, crear páginas web u organizar eventos y campañas para politizar a la gente. Sin embargo, la ideología subyacente a estos movimientos son radicalmente diferentes: los antifascistas promueven la aceptación de un mundo diverso y multicultural, mientras que los radicales de extrema derecha rechazan la realidad diversa de la vida moderna.
¿Quiénes son los antifascistas?
El historiador Nigel Copsey va a la cabeza de la investigación sobre el antifascismo. Sugiere, correctamente, en mi opinión, que deberíamos pensar en los antifascistas, simplemente, como aquellos que se identifican como tal en algún sentido. Según él, a los fascistas les mueve una amplia gama de ideologías que van desde la izquierda hasta la derecha del espectro político. Ese dato es importante, ya que puede ayudar a entender cómo los antifascistas identifican a los fascistas y, a su vez, a entender cómo surgen las divisiones dentro del propio movimiento antifascista.
Su actividad también es variada: las típicas manifestaciones en la calle, organización de grupos de presión, periodismo de denuncia, escritura de canciones de protesta, creación de organizaciones educativas antirracistas... A veces incluso se infiltran en grupos extremistas para dinamitarlos desde su interior. Nigel Copsey también explica que los antifascistas suelen defender los valores de la Ilustración y justifican sus acciones como formas de promover la democracia y la aceptación de un mundo más plural y moderno. Tal vez por eso los antifascistas aluden a veces a los valores tradicionales, especialmente si pueden relacionar aquellos a los que se oponen con la historia del nazismo y los horrores del Holocausto.
No se puede decir lo mismo de la gente a la que se oponen los antifascistas, como es el caso de los supremacistas blancos de Charlottesville. Estos individuos eran desde simpatizantes de antiguas culturas del Ku Klux Klan hasta neonazis como el Movimiento Nacional Socialista o Richard Spencer u otros de la famosa "alt-right" (derecha alternativa, que aglutina ideologías de derechas y de extrema derecha), inmersa ahora en sofisticadas cuestiones sobre los valores identitarios.
Pese a su diversidad, todos estos grupos supremacistas se regodean en la supuesta creencia de que la gente blanca es superior en todos los aspectos. Su creencia está promovida por una cultura política basada en historias idealizadas que glorifican "la raza blanca", en teorías conspiranoicas y en temas recurrentes antisemíticos como la negación del Holocausto. Sus políticas de extrema derecha se difuminan con el territorio de los mitos. Pasan a ser cuestiones de fe política que rayan en lo irracional y se alimentan de un discurso victimista, del miedo a lo diferente y de una visión racista de un mundo "purificado".
Las diferencias entre estos grupos y los que promueven el antifascismo son bastante evidentes. Además de que los antifascistas no se inventan su propia mitología, ni infringen la ley ni toman parte en actos violentos. En bastantes ocasiones se produce un fenómeno reaccionario por el que algunos sectores de los antifascistas pueden pasar a ser abiertamente agresivos al mismo tiempo que rechazan la violencia. Algunos de los activistas antifascistas más combativos sí que le ven una función a la violencia. En el Reino Unido, al menos, se han idealizado determinadas confrontaciones como "batallas" necesarias para el avance del movimiento.
Pero las cosas no son o blancas o negras. No se trata de que haya "buena" y "mala" gente en "ambos bandos".
La historia del antifascismo
Podemos aprender muchas lecciones de la historia del antifascismo. Nos puede revelar qué ha funcionado y cómo determinadas comunidades han logrado desarrollar una voz más poderosa mediante su lucha contra la extrema derecha. También nos puede enseñar lo dividido que puede estar el grupo, algo que, en última instancia, suele ser contraproducente.
La historia del antifascismo se remonta al periodo de entreguerras. Por entonces, las divisiones entre los diversos grupos antifascistas eran evidentes, generalmente debido a la influencia de la Unión Soviética. Los primeros antifascistas emergieron como consecuencia de la llegada al poder en Italia del dictador Benito Mussolini. Conforme se extendía el fascismo, lo hacía el antifascismo. A principios de los años 30, las divisiones en la izquierda política eran claras, aunque mucho más pronunciadas en Alemania entre los que se oponían al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf Hitler, más conocido como el partido Nazi.
En aquella Alemania, tanto el Partido Socialdemócrata (la izquierda moderada) como el Partido Comunista se oponían al auge del partido Nazi. No obstante, el Partido Comunista consideraba que el capitalismo alimentaba el fascismo alemán, por lo que se opusieron también a cualquier otro grupo que estuviera a favor del capitalismo. Según consideraban los comunistas alemanes de los años 30, tanto los socialdemócratas como los nazis apoyaban el capitalismo, con la diferencia de que los nazis por lo menos no lo ocultaban. El Partido Comunista de Alemania llamó a los socialdemócratas "socialfasfistas". Aquellos comunistas empapados de teoría marxista consideraban que los "socialfascistas" podían llegar a ser incluso más peligrosos que los nazis, ya que, si llegaban al poder, intentarían mantener el capitalismo, mientras que si llegaban los nazis, no tardarían en fracasar y el comunismo se alzaría victorioso.
A finales de los años 30, a raíz del ascenso al poder de Hitler y del fracaso de las ideas "socialfascistas", la URSS de Stalin ordenó que todos los comunistas de Europa unieran sus fuerzas con todos los grupos que se opusieran al fascismo y (hasta 1939) abrazaran el antifascismo. Durante la guerra civil española, una nueva era de comunistas que fundaron el Frente Popular llevó a los comunistas antifascistas a fomentar alianzas mayores con la izquierda política, con los cristianos y con los liberales antifascistas. Las Brigadas Internacionales de los comunistas y otros grupos opuestos al fascismo viajaron a España para luchar contra las fuerzas del dictador militar Francisco Franco, que contaban con el apoyo de los regímenes fascistas de Alemania e Italia, y lograron popularizar muchas manifestaciones distintas de antifascismo. Es por eso por lo que la memoria de la guerra civil española se ha mantenido grabada a fuego en las diversas culturas antifascistas hasta el día de hoy. No obstante, aunque la Unión Soviética de Stalin promovió el antifascismo hasta 1939, en ese momento dio media vuelta y alcanzó un pacto de no agresión con la Alemania nazi.
El antifascismo se convirtió pronto en el argumento esgrimido por todos los países que combatieron contra la Alemania nazi entre 1939 y 1945, especialmente la URSS tras sufrir la invasión del régimen nazi. Tras la II Guerra Mundial, las diversas formas de antifascismo, nuevamente enfrentadas entre sí, se desarrollaron en el marco de la izquierda moderada y la revolucionaria, así como hicieron otras fuerzas profundamente afectadas por el legado del fascismo.
Por ejemplo, en el Reino Unido tras 1945, el antifascismo defendido por el Partido Comunista de Gran Bretaña podía chocar con el antifascismo defendido por la izquierda moderada que representaba el Partido Laborista y el movimiento laborista en general. A su vez, la izquierda moderada del Reino Unido no siempre veía con buenos ojos vincularse con el antifascismo. Surgieron nuevos grupos políticos con objetivos más concretos. En los años 40, el grupo judío de acción directa Grupo 43, entre cuyos miembros se encontraba Vidal Sassoon, se enfrentó a quienes buscaban reavivar el fascismo británico y hasta identificó empresas que favorecían el fascismo de una forma u otra. Otras organizaciones judías ya establecidas, como la Junta de Diputados de los Judíos Británicos, también jugaron un papel importante en la difusión del antifascismo como una forma general de velar por los intereses del pueblo judío.
A finales de los años 50, conforme fueron emergiendo nuevos partidos políticos de extrema derecha, como la Liga de Defensa Blanca, de Notting Hill (Londres), surgió también una de las primeras campañas antifascistas británicas promovidas por famosos, la Stars Campaign for Interracial Friendship, que contó con el apoyo de ilustres como los músicos y cineastas Cleo Laine y Johnny Dankworth. Fue uno de los precursores del movimiento Rock Against Racism, de mayor escala, a finales de los años 70.
Más recientemente, la música ha cobrado una gran importancia en la lucha a través de las redes sociales. Por ejemplo, para combatir a la Liga de Defensa Inglesa (EDL en inglés), el grupo musical English Disco Lovers se reapropió de esas mismas iniciales en las redes sociales para promover sus valores contra el racismo. Otras formas de antifascismo son la revista Searchlight, que ha servido de modelo desde los años 70 para otras fuerzas antifascistas del mismo estilo, como HOPE not hate (Esperanza en lugar de Odio) y la revista sueca Expo.
Es importante que las organizaciones británicas de la actualidad publiquen ahora datos realistas sobre los crímenes de odio para poder influir en los debates políticos. El grupo de expertos del Instituto para el Diálogo Estratégico (ISD por sus siglas en inglés), especializado en contrarrestar el extremismo violento, ha elaborado unos análisis y una guía sobre cómo pueden colaborar las ONG y los gobiernos para atajar la amenaza que supone la extrema derecha. Paralelamente, la Organización para la Seguridad de la Comunidad Judía (CST) ha pasado a ser una parte significativa de la cultura británica antifascista, así como nuevos grupos como Tell Mama defienden ahora a los musulmanes contra los ataques islamófobos.
¿Qué pueden aprender los antifascistas de Estados Unidos sobre la historia?
Los antifascistas de la actualidad pueden aprender importantes lecciones de otros métodos mucho más antiguos y, a menudo, imaginativos, para debilitar a la extrema derecha. Pueden captar la atención de los medios de comunicación de formas que sirvan para deslegitimizar el discurso de los fascistas. En lugar de fomentar los enfrentamientos violentos, pueden tomar nota de previas campañas antifascistas que han basado su éxito en ridiculizar a dichos grupos intolerantes. Esto último es importante tenerlo en cuenta, ya que multitud de activistas de extrema derecha ansían enzarzarse en enfrentamientos violentos, aunque lo nieguen públicamente. Usar la violencia contra los antifascistas les permite jugar el papel de víctimas sin voz ni voto, algo que puede llevar, en última instancia, a que los medios de comunicación transmitan una visión más amable de su colectivo.
Para los estadounidenses que tienen que enfrentarse a la realidad tras lo de Charlottesville, este punto es particularmente importante. Pese a hundir sus raíces en la historia de Europa, el fascismo está lejos de ser un fenómeno nuevo en los Estados Unidos. Como en cualquier otra parte, los activistas han usado métodos más y menos respetables para enfrentarse a los supremacistas blancos durante generaciones. En el pasado reciente, grupos como el Anti-Racist Action han fomentado un modelo antifascista más agresivo, con episodios de violencia callejera como el sucedido en Toledo (Ohio) en 2005, cuando los manifestantes antifascistas arremetieron contra la Policía, al igual que los neonazis. Algunos antifascistas de la actualidad siguen idealizando dicha hostilidad hacia el Estado, especialmente los vinculados al movimiento antifa, un movimiento antifascista de extrema izquierda, activo tanto en Estados Unidos como en Europa, que lucha contra los neonazis y los supremacistas blancos.
Estos militantes antifascistas tan combativos se burlan con frecuencia de aquellos a los que llaman "antifascistas liberales", a quienes rechazan por la ineficacia de sus métodos pacifistas, dado que consideran que el único lenguaje que pueden entender los activistas de extrema derecha es la violencia. Sin embargo, la realidad es que estos "antifascistas liberales" han logrado muchos avances utilizando las herramientas que la ley pone a su disposición para meter presión al Estado y a la sociedad para que rechacen el extremismo.
En lugar de apoyar la violencia, el Centro Legal para la Pobreza Sureña (SPLC) ha publicado una amplia variedad de medios y materiales, como su guía para las comunidades, para aconsejar a la población formas de reaccionar de forma responsable ante un grupo discriminatorio. La Liga Antidifamación (ADL) también pone a disposición de la gente diversos recursos de fácil acceso para que los ciudadanos puedan denunciar casos de extremismo. Para los estadounidenses que quieran involucrarse en actividades legales contra los supremacistas blancos, las organizaciones anteriores explican estrategias sensatas que han logrado gran popularidad más allá de sus fronteras.
Aunque la imagen actual que irradia el antifascismo es la que frecuentemente usan sus rivales contra ellos, echar un vistazo a la historia del movimiento puede ayudar a superar dichos estereotipos para que se puedan llevar a cabo métodos más efectivos de oposición a los grupos fascistas de la actualidad. Los antifascistas agresivos de los que hablan sí que existen, pero a menudo pueden resultar contraproducentes. Hay muchas otras formas de activismo que pueden catalogarse de forma general como "antifascistas", y es perfectamente legítimo que los civiles traten de buscar modos de abordar el extremismo, incluidas las manifestaciones pacíficas. Hay muchas formas de ser antifascista sin tener que recurrir a la violencia, pero han de ser meditadas con mucho cuidado.
Aquel método que expone de forma fehaciente las raíces del fascismo actual y lo vincula a formas de fascismo más antiguas y a culturas neonazis es una forma de activismo que ha resultado ser efectiva para los intereses de los antifascistas en el pasado. Los antifascistas británicos de los años 70, por ejemplo, triunfaron exponiendo a la población las verdaderas raíces neonazis del fascismo británico. Términos como el mencionado anteriormente de alt-right (derecha alternativa), empleados de forma regular en los medios de comunicación despojados de todo sentido crítico, carecen también de utilidad, ya que implican que los activistas de extrema derecha de la actualidad son distintos, en algún sentido, de las anteriores culturas supremacistas blancas, cuando, en realidad, la mayoría de los historiadores coinciden en que fue el nombre creado por el movimiento para rebautizar el supremacismo blanco y ocultar sus raíces, hundidas en un movimiento racista mucho más antiguo.
De la historia antifascista, el mundo ha aprendido que la clave del éxito es encontrar la manera de permanecer unidos y no permitir que las diferencias ideológicas sean una rémora para realizar un activismo conjunto. Sugiero a los activistas de la actualidad que analicen esta historia con mucha atención. Que no se limiten a idealizar las campañas antifascistas del pasado. Que acojan el triunfo de la razón sobre el mito y de la democracia sobre el extremismo.
Este post fue publicado originalmente en 'The World Post' y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.