Un Oscar para Gena Rowlands
Hay mujeres que, aunque se lo propusiesen, jamás podrían pasar desapercibidas. Por su talento, por su inteligencia, por su belleza, por su estilo. O por todo ello junto. Por su manera de ponerse un pañuelo, de sujetar un cigarrillo entre los dedos o de leer un poema. Gena Rowlands es una de esas mujeres.
Hay mujeres que, aunque se lo propusiesen, jamás podrían pasar desapercibidas. Por su talento, por su inteligencia, por su belleza, por su clase, por su estilo. O por todo ello junto. También por su manera de ponerse un pañuelo o unas gafas, de sujetar un cigarrillo o una copa entre los dedos o de leer un poema en voz alta. Gena Rowlands es una de esas mujeres.
Cumplidos ya los ochenta y cinco años, manteniendo intactas la lucidez y la elegancia, la Academia de Hollywood le entregará el 14 de noviembre un Oscar Honorífico. ¿Llega tarde? Por supuesto. Como tarde le llegó a Lauren Bacall y a tantas otras actrices irrepetibles. Por A woman under the influence, su primera nominación a los Oscar, ya se lo merecía. Y aún más, si cabe, por Opening night, por la que ni tan siquiera fue nominada (aunque se llevó el Oso de Plata de Berlín por su interpretación).
Ya conocemos las injusticias de esos premios. De todos los premios, en realidad. Creo que, si se hiciera una lista con las cincuenta mejores interpretaciones femeninas de la historia del cine, la de Rowlands en Opening night merecería un puesto destacado. Es imposible no emocionarse con esa interpretación en cada nueva revisión de la película (¿la mejor de John Cassavetes?).
Seamos claros: Gena alcanza la genialidad. Insuperable en su permanente estado entre la borrachera y ese enmarañado estado mental en el que se encuentra durante toda la película. Ah, la mirada. Esa mirada que bordea la desesperación, el vacío, la falta de comunicación, la incomprensión y la impotencia por el velocísimo paso del tiempo, y sí, digámoslo abiertamente, esa frágil línea que separa la cordura de la locura.
Estremece su fragilidad y cómo, durante las más de dos horas que dura la película, esa fragilidad no se desvanece en ningún momento. Esa fragilidad que, junto a las abundantes copas de alcohol, parece que la derrumbará de un momento a otro. Pero no: Gena y la actriz a la que da vida, Myrtle Gordon, se mantienen en pie. Ambas sobreviven y se llevan los aplausos.
¡Lo que nos hubiese gustado a más de uno asistir al rodaje de aquella película! Y más aún después de escuchar las palabras que la propia actriz pronunció sobre aquellos años, los compartidos (en los rodajes y en la vida) con John Cassavetes, su marido: "Vivíamos para el cine. Fueron años intensos y apasionantes. Los mejores de mi vida".
Pero no fue en las películas de Cassavetes donde descubrí a Gena, sino en una pequeña joya -otra- de Woody Allen, Another woman. Tenía diecisiete años y, en esta ciudad desde la que escribo, Oviedo, aún había cines más allá de los centros comerciales. Woody homenajeaba a su admirado Bergman, y Rowlands estaba soberbia. Por aquella época, la actriz hizo muchas películas para la televisión. Productos dignos donde las actrices que ya no encontraban buenos papeles en el cine se refugiaban. Como también lo hacían en el teatro. Por ejemplo, Bette Davis, con la que Rowlands compartió protagonismo en una de aquellas cintas televisivas, desarrolló la última parte de su admirable carrera en este medio. Alguien debería reeditar en DVD lo mejor de aquellos trabajos.
Pese a lo que ha tardado en llegar este premio, todos sus admiradores aplaudiremos como la aplaudieron a ella, y a Myrtle Gordon, en aquella memorable noche de estreno.