Los ojos de Charo López
Charo López tiene la melena inquieta, las manos delicadas. Se mueve de un lado a otro del escenario con la soltura de quien conoce bien el terreno que pisa, y se la puede descifrar por esos ojos (de agua, de acero). Por esa mirada que no necesitaría palabras para explicarse, a pesar de lo mucho que nos gusta esa voz profunda e inconfundible.
Charo López tiene los ojos expresivos, la melena inquieta, las manos delicadas. Se mueve de un lado a otro del escenario con la soltura de quien conoce bien el terreno que pisa. Lleva un año recorriendo los teatros de todo el país con Ojos de agua, ese monólogo en el que interpreta a una Celestina muy especial. Más luminosa, más cercana, más actual. Menos dramática, menos oscura, menos resentida. La sala se queda en completo silencio cuando suena esa voz que continúa siendo tan honda, tan personal, tan poderosa. Charo habla, ríe, grita, llora, recuerda, se estremece, se vuelve pícara o sensual, se burla de sí misma... Habla, a través de su personaje, del paso del tiempo, de la belleza que va marchitándose, de las cosas perdidas. Lo hace con cierta nostalgia, sí, pero sin dejar atrás la alegría ni las ganas. Esto es lo que hay: hasta aquí he llegado y todo lo anterior lo he vivido plenamente. Eso viene a decirnos la obra, el personaje. La Celestina, en cualquier versión, es mucha Celestina. Y Charo, a ratos escondida detrás de ese delicioso y tremendo personaje, también es mucha Charo.
Vamos a continuar riendo: ése viene a ser el lema. "Riendo salvajemente en medio de la más tremenda aflicción", escribió Samuel Beckett. Y eso ella, Charo, lo hace como nadie. Y no me refiero solo a aquella obra, Carcajada salvaje, que interpretó en diferentes épocas de su vida (al lado de Abel Vitón y, casi veinte años después, al lado de Javier Gurruchaga: cada uno en su estilo, los dos magníficos), sino así, en general. Charo ríe, y la sonrisa (la carcajada) se le sube a los ojos. A Charo se la puede descifrar por esos ojos (de agua, de acero). Por esa mirada que no necesitaría palabras para explicarse, a pesar de lo mucho que nos gusta esa voz profunda e inconfundible. Charo se llevó el Oso de Plata de Berlín (junto al resto de sus compañeros: inolvidable elenco) por aquella Nati a la que le bastaban cinco minutos de metraje y de honda mirada para no olvidar jamás la historia de su personaje en La colmena, la espléndida adaptación de Mario Camus de la obra de Camilo José Cela. Charo López y Pepe Sacristán, frente a frente, en aquella posguerra helada y siempre en penumbra. Y también en otras muchas horas de teatro representando Una jornada particular: aquí y en Argentina, donde la propia Charo regresó hace un par de años para interpretar En el estanque dorado, en un mano a mano con Pepe Soriano. Nos quedamos con las ganas de verles por aquí.
Muchas horas de teatro a sus espaldas. Muchos personajes inolvidables. También en cine (siempre nos quedará la duda de lo que hubiese hecho con el personaje de Matador, ay) y en televisión. Muchos trabajos. Grandes trabajos. De esos que permanecen sin dificultad en la memoria colectiva. Y unos cuantos premios: el Goya, el Premio Nacho Martínez del Festival de cine de Gijón, el de la Unión de Actores, el Ercilla, varios Fotogramas de Plata... Y los que vendrán.
Hace unos tres años, en Oviedo, le dije, casi al oído, que no se podía ir de este mundo sin interpretar La noche de la iguana y ¿Quién teme a Virginia Woolf? Creo que son dos trabajos que le faltan (para nuestro deleite) a su carrera. Ella levantó su copa, bebió un sorbo de vino, me miró (ah, esa mirada: de agua, de acero) y volvió a reír. De ese modo en que sólo ella sabe hacerlo. Con ese toque único que contagia sensualidad, sabiduría, experiencia, dureza y fragilidad al mismo tiempo, cierto escepticismo, y muchas ganas de vivir.