Votar o no votar. Porque un voto es un voto, es un voto, es un voto
Se avecinan las elecciones y la sensación es de emergencia absoluta. El cielo puede caernos encima.
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Se avecinan las elecciones y la sensación es de emergencia absoluta. El cielo puede caernos encima.
Tendría que haber un cataclismo para que yo, vieja, no fuera a votar (y por lo que estoy comprobando, mucha gente de mi edad).
Dudas; las habituales. Pero quedan muy lejos mis años abstencionistas.
Abstencionismo que en parte supongo podría atribuirse a la edad y al todo o nada. Parte de la juventud con la que me relaciono afirma satisfecha que no irá a votar. Que todo es una mierda y que no se salva nadie. Que todos los partidos están en el sistema y, aunque algunos lo disimulen, reman para que este sistema se mantenga y aguante, e impiden uno mejor. Cuando se es joven se suma además que es difícil votar si los amigos y amigas mayoritariamente no lo hacen.
En algunos casos, se le suma un factor nuevo; una especie de «rebelión» gamberra que hace que se vean como antisistema a partidos de extrema derecha como PP y Vox. Como si ir de copas o tomar cerveza fuera tan rompedor; como si hace un tiempo propagar el covid en nombre de la «libertad» fuera tan guay y subversivo; como si el dictador Franco —de la fechorías de cual parece que saben bien poco— fuera simpático. Me he quedado atónita cuando un chico en general progresista me ha dicho que sacar a Franco o a Queipo de Llano de las tumbas en lugares públicos donde se les honoraba es populismo.
No sé si servirán de lección y escarmiento los pactos que están haciendo en comunidades autónomas y ayuntamientos Vox y PP.
En el momento de escribir estas líneas, la reforma de la ley laboral (bendita sea), aprobada por error pero por suerte bien vigente, puede ser el paradigma de la política en ese país. La reforma se aprobó pese a dos tránsfugas de UPN a quienes no ha pasado nada, ni penal ni civilmente; al contrario, son candidatos a las elecciones generales por el PP, partido que les pagó la traición.
El PP abominó de la reforma: se acabaría el mundo, la industria desaparecería, se desplegarían las siete plagas bíblicas, el paro subiría hasta el infinito; era una ley ilegítima, si no ilegal; Europa nos reñiría.
En un peligroso ejercicio de frivolidad y de incoherencia y de cómo pueden ir las cosas según quien mande, ahora ese mismo PP la alaba y la defiende por boca de su presunto dirigente, Alberto Núñez Feijóo.
En el fragor de la sucia bronca en contra perpetrada por el PP y aliado, Feijóo llegó a decir que la reforma era un espectáculo lamentable, que le abochornaba, que era una manipulación de la democracia, que era propia de un gobierno enfermo, ahora —y sin pedir perdón— se desdice.
"Yo no he dicho que no voy a respetar la reforma laboral (...), yo he dicho que esa reforma laboral que es el producto del acuerdo entre sindicatos y patronal, es una reforma laboral que para nosotros es muy importante ese acuerdo y que lo que trataré en su caso es de volver a llamar a sindicatos y a patronal, y ver si algunas quejas que estamos recibiendo de determinados sectores productivos, como es el sector de la automoción se pueden mejorar en algún ajuste de la reforma laboral pactada, pero dentro de esa reforma laboral pactada yo la voy a respetar. Entiendo que esa reforma sustancialmente es una buena reforma. Es la reforma laboral del Partido Popular con algunos ajustes, con consenso sindical y patronal, y para mí esto es muy importante".
Sus palabras están repletas de trampas. Aparte de que hay formas menos enrevesadas y más sensatas de decir que «Yo no he dicho que no voy a respetar la reforma laboral» —es significativa la palabra «respetar» en este contexto—, Núñez Feijóo intenta hacer pasar la reforma como un acuerdo únicamente de sindicatos y patronal, al margen del Gobierno y del Congreso; como si un día sindicatos y patronal se hubiesen encontrado por la calle y en vez de ir a tomar unas tapas, mira tú, se hubiesen puesto de acuerdo para reformar la ley mientras Gobierno y Congreso pasmaban; como si la promotora de la reforma no se hubiera dejado la piel hasta lograr poner de acuerdo a sindicatos y patronal.
Feijóo reitera que se trata de una «reforma laboral pactada», lo que induce a pensar que se pactó entre mucha gente, que él tuvo algo que ver con ese pacto. En esta estela, el colmo de la caradura es afirmar que se trata de «su» reforma: «Es la reforma laboral del Partido Popular». También es incongruente y peligroso que si cree que la reforma laboral es sustancialmente buena (y «suya»), mantenga un recurso en contra en el Tribunal Constitucional.
Frías cifras generales aparte, sé de una periodista a la que una gran empresa de los medios de comunicación antes de la reforma obligaba a encadenar año tras año (por más de quince...), un contrato de autónoma con la desprotección que ello supone y beneficiando a la empresa que se «ahorraba» lo que debía de pagar a la Seguridad Social. Con la reforma, ha logrado tener un contrato indefinido. Le deben todavía cuatro años de cuotas a la SS; sólo cuatro porque el resto injustamente ha prescrito. Que la alegría dura poco en la casa de la pobre.
A la hora de ir a votar tendré en cuenta cosas como los méritos y bondades de la reforma laboral y, por no ir más lejos, lo que pasaría con cuestiones relacionadas como son las pensiones o el salario mínimo si cayesen en manos de la derecha.