Rusia y la práctica histórica de la deportación y eliminación de minorías
A pesar de que se considera crimen de guerra, y según las informaciones dadas por Amnistía Internacional, el gobierno ruso aplica una política de desplazamientos forzados y expulsiones de las zonas ocupadas de Ucrania.
La guerra ha sido un elemento constante en la vida cotidiana de la población europea durante los siglos modernos. A su vez, ha resultado clave para el desarrollo del Estado moderno y su posterior evolución hacia los estados nación. La movilización de recursos y creación de grandes ejércitos permanentes por parte de las monarquías ha impulsado una mejor burocracia y mayores mecanismos de recaudación fiscal. La paz era poco frecuente y, en función de la región geográfica de Europa, casi inexistente. La península Itálica, Rusia y los Países Bajos son zonas ilustrativas de este fenómeno.
No sorprende, pues, que los mapas políticos europeos se dibujaran a partir de los conflictos y las consecuencias de estos: destrucciones urbanas, deportaciones, persecuciones y asesinatos. Todo ello servía a los intereses de los conquistadores y su consolidación territorial.
En la Francia de Luis XIV, las estrategias represivas aplicadas contra las minorías fueron especialmente duras, particularmente contra los protestantes y las poblaciones fronterizas. Los católicos arrasaron ciudades como La Rochelle y coaccionaron durante décadas a los alsacianos, bretones y catalanes para su correcta asimilación política. También expulsaron decenas de miles de hugonotes de sus hogares, saquearon y ejecutaron sistemáticamente a los camisards de Cévennes, e incluso forzaron la deportación de comunidades enteras como los vaudois de Saboya.
En sus dominios europeos, la Monarquía Hispánica destruyó reiteradamente ciudades flamencas y francesas con fines punitivos y para asentar a nuevos pobladores partidarios de la Corona, como demuestra el caso de Hesdin, Thérouanne y Calais. En esta última se quiso crear una colonia de españoles y expulsar la población autóctona, como en 1707 sucedió en Xàtiva: destruida, remodelada y rebautizada como Nueva Colonia de San Felipe. Allí se aplicaron políticas deliberadas de deportación forzada y repoblación con colonos procedentes de Irlanda y Castilla. Machiavello consideraba que «por mucho que se haga y se prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, nadie se olvida de aquel nombre ni de aquellos estatutos». El pensador recomendaba que una vez conquistada una plaza, esta se debía destruir o bien asentarse en ella forzosamente.
En el Imperio Ruso, la heterogeneidad poblacional, religiosa y étnica, así como las grandes extensiones de terreno, potenciaron prácticas parecidas al resto del continente, pero con un grado de brutalidad y duración cronológica más elevada. No se entiende la formación de la Federación Rusa y su composición étnica actual, sin atender a las cuestiones vinculadas a la represión y la eliminación de minorías.
En la década de 1770, y aprovechando las revueltas que se producían dentro de sus fronteras, Catalina II propició una política de conquista y consolidación que tuvo el ejército como principal herramienta. Para erradicar a cosacos y musulmanes, se propuso exterminarlos y colonizar con fieles súbditos la región que más adelante se llamó Nueva Rusia. Una concepción geográfica y política utilizada actualmente para legitimar la invasión de Ucrania.
Ciudades como Odesa o Jersón nacieron en ese contexto. A mediados del siglo XIX, en el Cáucaso, las tropas rusas realizaron el genocidio circasiano, matando a más de medio millón y expulsando 200.000 personas hacia el Imperio Otomano. De nuevo, se repobló la zona con nuevos habitantes, en su mayoría de habla rusa y cristianos ortodoxos.
Los conflictos étnicos no desaparecieron a pesar de los intentos de las élites rusas para eliminar las diferencias entre sus súbditos. Durante la Unión Soviética, las deportaciones étnicas fueron un medio recurrente para garantizar la seguridad de las fronteras. Mediante el reasentamiento poblacional, se favorecía la asimilación al régimen de los exiliados, rompiendo sus vínculos territoriales y familiares anteriores para crear nuevas realidades sociales. En los años treinta, decenas de miles de personas de minoría germana, polaca, coreana o letona lo sufrieron. Paralelamente, el impacto de la gran hambruna (Holodomor) que mató a centenares de miles de personas solo en Ucrania, permitió erradicar parte de la disidencia nacionalista y facilitar la dominación soviética.
Las deportaciones fueron una estrategia que se incrementó exponencialmente durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, siendo uno de los pilares básicos de la política interna de Stalin. Millones de personas fueron desterradas y, por su grado de complicidad con la Wehrmacht, esta vez fueron incluidos con mayor intensidad los búlgaros, chechenos, ingusetios y tártaros.
A pesar de que se considera crimen de guerra, y según las informaciones dadas por Amnistía Internacional, el gobierno ruso aplica una política de desplazamientos forzados y expulsiones de las zonas ocupadas de Ucrania. La práctica de separar a menores de sus progenitores e introducirles en el sistema educativo ruso para asimilarlos está en el orden del día. Simultáneamente, para clasificar a los ciudadanos capturados y asegurar su control se les filtra y, atendiendo a cada caso, se les puede torturar y deportar hacia el interior de Rusia.
En función del desarrollo del conflicto, es más que posible que en los próximos años seamos testigos de un despliegue más intenso de la estrategia de reemplazo demográfico deliberado y rusificación. Su fin sería claro: permitir una integración total de la zona ocupada mediante una superioridad demográfica rusa que arrincone progresivamente a las nuevas minorías dominadas y, así, dé toda legitimidad sociopolítica a la anexión.
Gerard Pamplona es investigador de la Universitat Pompeu Fabra y experto en represión política